Por Adán Costa.- En ocasión al violento robo sufrido el día 13 de noviembre de 2013 en su departamento de la ciudad de Santa Fe, lo movilizó a escribir estas líneas desgarradoras desde el dolor humano y la impotencia…
Yo te comprendo, a vos, que no te conozco aún.
Yo te comprendo, a vos, que ayer decidiste ultrajar
la intimidad de mi hogar cuando yo estaba lejos.
No sé si me elegiste por pura merced del azar,
o del apuro, o de la ocasión, o porque sencilla y soterradamente alguien te señaló mi casa.
No viene demasiado a cuento saberlo, tampoco hoy me interesa demasiado saberlo.
Igualmente aunque lo llegara alguna vez a conocer,
soy consciente que el destino de esa información es un rejuntado de papeles grises que acumulará polvo y años en un lóbrego juzgado.
Ya fue suficiente con la cara policial sin rostro,
qué ni tan siquiera fue útil, pobre, para expresar sin sentir las excusas de ocasión.
Sabemos que es material lo que te llevaste ayer, pero inmaterial lo que me dejaste.
Una tristeza súbita y una impotencia enorme.
Me enojé con vos, elevé la voz en un vituperio consistente.
Aún en ese momento de regaño, profundamente ambos sabemos que es contingente lo que llevaste, y sólo por eso, simplemente tiene ese único valor.
Yo soy humano. Y me permití tener miedo.
Me causó estupor tu actitud.
Fundamentalmente cuando percibí la espectacularidad
de la profanación que dejaste a tu paso.
No soy magnánimo, ni pretendo serlo.
Pero, te repito, soy humano.
Precisamente por eso entiendo la complejidad de las causas
que te llevaron a hacer lo que has cometido,
aunque vos no las puedas ver con plena claridad.
Yo las comprendo, no por poseer las condiciones de un iluminado,
sino porque son las mismas causas que me llevan a diario
desde mi pequeño lugar y de mi gran voluntad
a procurar modificarlas para construir una sociedad de iguales.
Una sociedad, más allá de la moral que se profiere,
dónde se enciendan millones de fuegos éticos y
en dónde uno no necesite de un ultraje ni de un amedrentamiento del otro para poder vivir en paz.
Sé que no es policial, ni judicial, ni muchos menos vindicativa, la respuesta a tu actitud.
Aunque pueda llegar a volver sentir miedo,
yo nunca me voy a empalizar,
yo nunca me voy a atrincherar,
seguiré siendo quien soy.
No me voy a convertir en bestia jadeante
dentro de una comunidad en la que muchos persisten en comunicar que sólo subsisten los hombres lobos de hombres.
Muy por el contrario, debo agradecerte algo.
En la contrariedad efímera a la que me llevaste anoche,
encontré cosas decisivas, valiosas, multicolores e imprescriptibles.
Inesperadas palabras sentidas de aliento, la musicalidad del silencio de la compañía inefable, la sonora emoción de los sentimientos nobles.
Ten certezas que esas colosales intangibles,
querido y extraño amigo,
son las verdaderamente relevantes frente a la periferia de tu actitud,
y que por suerte,
no estarán jamás al alcance de tu comercio.