Por Joaquín Morales Solá.- Un sector importante de la sociedad argentina sufre una depresión aguda desde el domingo pasado. Sergio Massa y Javier Milei convocan al amor o al odio, a la adhesión o al rechazo. No hay grisura posible en la relación de la sociedad con ellos. Uno, Massa, porque está donde está por decisión del kirchnerismo, facción política a la que muchos argentinos quisieran ver encerrada en las páginas de una historia que ya pasó; el otro, Milei, porque mostró siempre un carácter intolerante y un escaso conocimiento de los derechos y las garantías constitucionales. En medio de ese sombrío paisaje social, Mauricio Macri y Patricia Bullrich decidieron dar un salto sobre los consensos internos de Juntos por el Cambio y apoyar la candidatura de Milei en la segunda vuelta del 19 de noviembre. En esas mismas horas, los Storani (Federico, todavía con importante predicamento en el radicalismo bonaerense, y su hermana María Luisa, vicepresidenta del centenario partido) anunciaron que votarían por Massa en el balotaje. “Massa es la única opción democrática del balotaje”, declaró Federico; María Luisa fue más allá que su hermano y consideró “muy posible” un voto en masa de la UCR por el actual ministro de Economía y candidato presidencial. ¿Los Storani expresaron solo sus predilecciones personales? También Macri y Bullrich aclararon que respetarán la libertad de conciencia de los militantes de Pro. Gerardo Morales y Martín Lousteau se horrorizaron más tarde por la decisión de Bullrich y Macri, pero guardaron un prudente (¿cómplice?) silencio sobre los anuncios electorales de varios dirigentes de su propio partido. Es cierto que formalmente el radicalismo no hizo lo que pronosticó María Luisa Storani, pero la rabieta generalizada contra Macri y Bullrich describe a una conducción política más cerca de Massa que de Milei. Sin embargo, franjas significativas de dirigentes radicales (los mendocinos, los cordobeses y los correntinos, por ejemplo) coinciden más con los núcleos sociales que detestan tanto a Massa como a Milei. Tampoco están de acuerdo con la agresión verbal que la conducción partidaria les propinó a los líderes de Pro.
Son radicales con vocación de poder (gobiernan o han gobernado sus provincias) y saben que ningún partido de Juntos por el Cambio llegará otra vez al gobierno nacional por sí solo. O se reagrupan como coalición política o los aguardan muchos años de peregrinaje por el desierto político. Aun si triunfara la hipótesis de Macri, que indica que muchos dirigentes suyos participarán de un eventual gobierno de Milei para ayudarlo a este en su absoluta inexperiencia, no será Pro el que gobernará, sino la voluntad del líder libertario. Debe subrayarse que la posición de Bullrich es, a diferencia de Macri, de un apoyo unilateral a Milei; ella sostiene que la colaboración con un futuro gobierno de Milei es un asunto para después del balotaje, no para ahora. De todos modos, la crisis de Juntos por el Cambio preexistía entre sordinas desde que Morales se hizo cargo de la conducción radical. En rigor, desde que el mendocino Alfredo Cornejo dejó la presidencia de la UCR, hace dos años, muy pocas decisiones pudieron ser acordadas entre ese partido y Macri. El gobernador de Jujuy tiene, además, un estilo duro y confrontativo que lo llevó, debe reconocerse, a terminar en su provincia con el gobierno paralelo de la violenta lideresa piquetera Milagro Sala. Ese mismo estilo, y sus ideas muy distintas de las de Macri, lo convirtieron en un obstáculo para la convivencia pacífica de Juntos por el Cambio. Morales y Macri privilegiaron entonces las ideologías por encima del objetivo común de llevar al poder a la mayoría de la sociedad que no es peronista (o es antiperonista); ese propósito colectivo había hecho de Juntos por el Cambio una coalición exitosa. Cuando prevalecen las ideologías por sobre el pragmatismo, los espacios políticos se encogen en busca de la pureza doctrinaria. Puros, pero sin poder. Resulta un tanto extemporánea esa manera de mirar la política porque el mundo moderno se detiene solo en las apariencias. Es el caso de Milei. ¿O alguien supone, acaso, que los que lo votan coinciden con cada una de sus ideas? Muchos de sus votantes ni siquiera las conocen. El francés Guy Sorman, sumo sacerdote internacional del pensamiento liberal y seguidor consecuente de Alexis de Tocqueville, no le reconoce a Milei pergaminos liberales y escribió de él que es el “típico populista: inventa un enemigo, se basa en la teoría del complot, finge que la realidad es falsa, que lo falso es la realidad y responde con insultos”.
¿Por qué entonces Bullrich y Macri se comprometieron a votar por él? Más que la desconfianza hacia las actitudes de Milei, que existe en ellos, predomina en la cúpula de Pro la desconfianza hacia la verdadera vocación democrática de Massa. No es un argumento falso de esos líderes cuando señalan que los aterroriza la sola idea de que Massa pueda quedarse en el poder 20 años más. Están seguros, además, de que Massa intentará colonizar la Justicia; ese fue un mensaje urgente y dramático que recibió el expresidente de parte de empinados funcionarios judiciales. En los próximos cuatro años quedará vacante el 36 por ciento del Poder Judicial. Una demostración de la falta de límites del ministro de Economía se vio claramente en la campaña electoral: hizo uso y abuso de los recursos del Estado para distribuir dinero estatal y para sembrar el miedo entre los argentinos. ¿Qué podría ser peor? Ya hasta faltan el combustible y cruciales insumos médicos. ¿Seremos como Venezuela? No, pero es parecida la escasez de bienes indispensables para la vida.
La sociedad quedó encerrada en la opción entre Massa o Milei, después de que Juntos por el Cambio no hiciera una examen serio de lo que sucedió en los años en que fue gobierno, de 2015 hasta 2019. Para algunos (Macri y Bullrich, entre ellos) fueron demasiado suaves frente a las profundas reformas que el país necesita. Quizás muchos de los que los escucharon hacer esa autocrítica (no todos) se inclinaron por Milei, que anda hasta con una motosierra anunciando la buena nueva de los cambios. Otros (Morales, Lousteau y Yacobitti, por ejemplo) sostienen, al revés, que el gobierno de Macri ejecutó políticas muy duras y que debió tener una mayor dosis de elasticidad política. Algunos de los que escucharon eso (no todos, desde ya) se fueron con Massa, que es la versión original y extrema de la plasticidad política. Sea lo que haya sido que alejó a los dirigentes de Juntos por el Cambio, lo cierto es que en los últimos dos años era evidente que en la coalición faltó el afecto común entre sus dirigentes, que es un sentimiento imprescindible entre los que comparten un mismo espacio.
Tal vez Juntos por el Cambio no vuelva a ser nunca más lo que fue o, al menos, tal como fue. No pocos dirigentes de esa alianza señalaron que el miércoles fue un “día trágico” para muchos de ellos, porque de pronto se vieron peleando contra los que habían sido sus aliados hasta el día anterior. Debe señalarse de igual modo que las disidencias de ahora habrían surgido en el acto si le hubiera tocado gobernar a Patricia Bullrich. Pero diputados, senadores y los diez gobernadores de la coalición (estos últimos necesitan conservar el equilibrio de fuerzas en su legislaturas locales) aseguraron que Juntos por el Cambio no se quebrará en esos lugares. “Mi posición es absolutamente personal”, precisó el presidente del bloque de Pro en Diputados, Cristian Ritondo, que anunció que votará a Milei. La unidad de los bloques parlamentarios cambiemitas es esencial para que un eventual gobierno de Massa no manotee todo el poder institucional, que es lo que le gusta hacer al peronismo.
Una buena noticia ocurrió cuando se supo que no cambió la mayoría en la Corte Suprema de Justicia, luego de que se conociera una carta pública del juez Ricardo Lorenzetti, impropia de un magistrado, contra el presidente del cuerpo, Horacio Rosatti. Este último habló de la necesaria “unión nacional” en la Universidad de Lomas de Zamora; en su carta, Lorenzetti vinculó a Rosatti con Massa porque este prometió un gobierno de “unión nacional” en la noche del domingo último. La invocación a la unión nacional no es una creación política de Massa ni de Rosatti; es antigua y está, incluso, en el Preámbulo de la Constitución. La mayoría de la Corte integrada por tres jueces (Rosatti, Juan Carlos Maqueda y Carlos Rosenkrantz) no varió. Lorenzetti quedó otra vez solo en un país administrado por los caprichos políticos.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/