Según el filósofo Roberto Esposito (Nápoles, 1950), los cuerpos sociales, como los biológicos, tienen sistemas inmunitarios para preservar su integridad. Cuando el normal funcionamiento de esos sistemas se altera (cuando esos sistemas “enloquecen”, como dice Esposito), el cuerpo se transforma en víctima de aquello que debería protegerlo.
Entonces, así como el individuo padece una enfermedad autoinmune, el ciudadano puede sufrir –supuestamente en beneficio de su propia seguridad– la agresión del Estado, y los diversos grupos culturales, pasar de la convivencia a la hostilidad y a la confrontación armada.
“Vivimos una suerte de infarto del mundo”, dice Esposito. Profesor de Historia de las Doctrinas Políticas en el Instituto Italiano de Ciencias Humanas de Nápoles; cofundador del Centro para la Investigación sobre el Léxico Político Europeo, con sede en Bolonia, y miembro del Colegio Internacional de Filosofía, de París, Esposito es autor de una serie de libros cuyos títulos ilustran claramente cuáles son los temas de su interés específico en el campo de la filosofía: La política y la historia. Maquiavelo y Vico (1980), La pluralidad irrepresentable: el pensamiento político de Hannah Arendt (1987), Confines de lo político: nueve pensamientos sobre política (1996) y El origen de la política: ¿Hannah Arendt o Simone Weil? (1996). A ellos se suma Categorías de lo impolítico , publicado por primera vez en 1988 y recientemente editado en español por Katz .
Durante el diálogo que mantuvo con LA NACION en su reciente visita a Buenos Aires, Esposito analizó la crisis de la representatividad y la relación entre el mundo occidental y el islam desde la perspectiva de la biopolítica y de lo impolítico, dos categorías que el filósofo ha trabajado en profundidad. Reconoce que definir lo impolítico es una tarea compleja y señala que lo impolítico se diferencia de lo apolítico y de lo antipolítico porque «no comporta un debilitamiento o una caída del interés por la política sino, por el contrario, una intensificación y radicalización de la política». ¿De qué manera se producen esa intensificación y esa radicalización? Afirmando que la política está determinada por la identidad. «No es otra cosa que sí misma», es decir, conflicto por el poder. El punto de vista impolítico que adopta Esposito muestra los límites de la política para encarnar valores éticos como el bien o la justicia.
-Usted ha dicho que el mundo se está volviendo, cada vez más, un campo unificado por una sola amenaza. ¿Cuál es esa amenaza?
-El terrorismo, por una parte, y la tendencia imperialista de ciertos Estados, por otra. Se podría hablar de una crisis inmunitaria, en el sentido de que ha habido un choqueentre dos sistemas inmunitarios casi enloquecidos. Por un lado, el fundamentalismo islámico, que busca defenderse de la secularización occidental, de la occidentalización; por el otro, el sistema inmunitario de un Occidente que busca no dar nada de sí al resto del mundo que tiene necesidad, hambre. Cuando esos dos sistemas inmunitarios chocaron nació esta crisis general, esta suerte de infarto del mundo, que todavía vivimos.
-¿Sistemas inmunitarios que comienzan a atacar lo que deberían proteger?
-Sí: el sistema inmunitario golpea al mismo cuerpo que debe defender y lo lleva a la destrucción. Por otra parte, es significativo que este conflicto se haya dado en el interior de las tres religiones monoteístas: el cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Entonces, a diferencia de quienes, como Samuel Huntington, hablan de un conflicto de civilizaciones según el cual estos mundos se enfrentan porque son demasiado diferentes entre sí, a mí me da la impresión de que estos mundos chocan porque, en el fondo, son similares. Todos tienen la obsesión monoteísta de que la verdad debe ser una sola. Así, para el mundo islámico la única verdad es la del Corán; para Occidente, la verdad es la del dinero o la de la técnica. Cada uno de estos dos ámbitos quiere extender a todo el mundo la propia verdad.
-¿La dicotomía entre el islam y el mundo occidental reemplaza la división que desapareció con la caída del régimen soviético?
-Existe esa analogía, pero hay una diferencia: el enfrentamiento comunismo-liberalismo era un enfrentamiento de ideologías, pero, sobre todo, de sistemas económicos. En cambio, el enfrentamiento entre el mundo occidental y el islam es un enfrentamiento de tipo más cultural que económico. Se enfrentan dos modelos de vida, dos concepciones del mundo e, incluso, dos teologías contrapuestas: la teología llena del islamismo y la teología vacía de sentido del mundo occidental, que es el nihilismo, porque el dios occidental es la producción, la eficiencia. Occidente no tiene una verdad llena como la que tiene el islam. Dos sistemas económicos diversos son compatibles, en el fondo. En cambio, dos ideologías culturales absolutas son incompatibles. Occidente, naturalmente, tiene una tendencia más tolerante, al menos en apariencia. También tiene su fundamentalismo. Pienso, por ejemplo, en algunas fuerzas de los Estados Unidos que tienen una tendencia fundamentalista, como los neocon . Pero el fundamentalismo islámico no tiene ninguna tolerancia, es una ideología terrorista y asesina. Por lo tanto, estas dos ideologías son incompatibles. A menos que se encuentre el modo de hacerlas convivir.
-¿Cómo?
-Favoreciendo las fuerzas menos fundamentalistas de ambos bandos. En el mundo occidental pienso, sobre todo, en las fuerzas de Europa; de la otra parte, en los países islámicos más moderados, como Egipto. Naturalmente, esto no es fácil.
-Usted hablaba recién de tolerancia, un concepto desvalorizado actualmente frente al concepto de respeto. ¿Comparte esa apreciación?
-En el plano filosófico, la tolerancia hoy es sometida a una fuerte crítica. Porque tolerancia hace pensar en que alguien que se considera superior o mejor soporta una cosa inferior o peor. Te tolero si no me molestás demasiado. La idea de tolerancia no es una real apertura a la alteridad, sino una forma de control a distancia de aquel a quien se juzga inferior. En Inglaterra, por ejemplo, respecto de los grupos islámicos se ha intentado una estrategia de la tolerancia creando mundos aparte en el interior del mundo anglosajón, pensando que eso bastaría. Y no bastó. Tampoco alcanza eso en Francia, donde los grupos que viven en los suburbios parisienses son tolerados, pero puestos al margen de la vida económica y política de la sociedad francesa. Dicho esto, no es que yo quiera hacer el elogio de la intolerancia. La tolerancia es necesaria, pero sola no basta.
-Sobre la situación protagonizada por Benedicto XVI, cuando una cita sobre Mahoma incluida en uno de sus discursos motivó enojos y quejas en el mundo islámico. ¿Cómo analiza aquel episodio?
-Por principio, el Papa y todo ser humano deberían tener el derecho de decir lo que piensan. Sin embargo, siendo el Papa la clase de autoridad que es, uno imagina que lo que diga debe ser prudente. Juan Pablo II, por ejemplo, creció en la dificultad de la relación con el mundo comunista polaco y aprendió a sopesar sus palabras. Fue un gran papa político. El actual es un papa filósofo, un teórico. Por hacer aquella cita brillante dio un paso políticamente equivocado. Ahora está tratando de reparar la situación.
-A raíz de aquel suceso se ha acusado al catolicismo de intentar una nueva Cruzada contra el islam. ¿Cree que ese conflicto podría actualizarse?
-No lo creo, porque el cristianismo ha cambiado mucho respecto de lo que era en la Edad Media. Hoy, en el cristianismo no hay ninguna tendencia a la conquista del mundo, como sí la había entonces. De la parte islámica sí se mantiene la tendencia expansionista. Ambas son religiones monoteístas y el monoteísmo tiende a expandirse. Pero el cristianismo es un monoteísmo trinitario, a diferencia del islamismo y del judaísmo. Un monoteísmo trinitario es, como tendencia, un monoteísmo plural. Más abierto a la diferencia, porque no es una teología sólo del Padre: están el Hijo y Espíritu.
-¿Podría definir la biopolítica?
-Biopolítica es la implicación, el entrelazamiento cada vez más fuerte entre poder político y vida biológica. Esta relación entre poder y vida existió siempre, pero se ha intensificado porque ha caído la mediación que antes existía entre política y vida, constituida por las grandes instituciones representativas. La idea de orden, de derecho, de soberanía nacional, todo esto, en el mundo global, tiende a caer, y política y vida se funden en una sola cosa. Esto puede tener un efecto negativo, como lo tuvo sobre todo durante el nazismo, y puede tener potencialmente un efecto positivo. Por un lado, está el mundo de la política, donde varios actores se enfrentan en la lucha por el poder. Visto que ésta es la política, la política es un hecho, pero no puede ser considerada un valor ni un bien en sí. Y un bien no es representable políticamente, porque la política es conflicto por el poder. El conflicto parte de esta condición, pero, por otra parte -y ésta es la parte un poco más complicada-, ese mundo de la política como lucha por el poder deja traslucir, también, otra imagen, que no está realizada en el mundo, pero que podría estarlo, en la cual la política podría ser otra cosa en relación con el bien, con los valores. No es así, pero la mirada impolítica busca ver este otro elemento que no está ahora a la luz, aquella posibilidad nunca realizada.
-¿La política basada en valores religiosos es superior a la política secular?
-La teología, si es verdadera fe, no puede ser traducida al lenguaje del poder. La política siempre puede tender hacia los valores espirituales, pero difícilmente pueda encarnarlos y traducirlos efectivamente.
-¿En ese impedimento se origina la crisis de representatividad de los sistemas políticos?
-La representatividad política está en crisis desde hace mucho tiempo porque el conflicto de intereses no es mediable y es irrepresentable. Los representantes representan siempre una parte, y no todo. Está también en crisis, como lo hemos dicho, la idea de que la política pueda representar el bien. Es necesario distinguir entre la representación -en el sentido teatral del término- y la representatividad propia de los partidos y de las instituciones, si bien hoy los dos términos se acercan, porque la política se está convirtiendo en un gran escenario. Queda entonces en pie la política como teatro, como simulación, o, como decía Baudrillard, como producción de la realidad. Pero ésta es una concepción negativa de la representación.
-¿La política es inevitable?
-Sí, no es imaginable un mundo sin política.
-¿No es imaginable, pero sería deseable?
-No, porque un mundo sin política debería ser un mundo completamente unificado. Un mundo dentro de una única voluntad general, como decía Rousseau. Pero eso no es posible ni deseable. Que haya diversidad y competencia -no digo conflicto- entre fuerzas diferentes es un hecho positivo.
Por Verónica Chiaravalli
Fuente: diario La Nación, 3 de enero de 2007.