Una serie de poesías inéditas

En honor de los buenos y malos samaritanos y de los búhos que todo lo saben.Por Adán Costa Rotela (Santa Fe)

Samaria

En honor de los buenos y malos samaritanos y de los búhos que todo lo saben

¿Será
que quienes
pasan por Samaria sin saberlo,
al beber y comer
de sus entrañas,
son invariablemente tentados
y sorprendidos en su fe
por personas gentiles, humanas
y de buena voluntad?
Algunos rancios hombres
de estirpe y abolengo mágico,
tomados por asalto
por estas mercedes,
no tuvieron más remedio que
abandonar su espíritu,
cautivo
entre las gracias y
las esmeradas atenciones
predicadas en esa tierra.
De los otros hombres,
que también viajaron
tras los pasos
y el peso
de esa leyenda de oro y plata
inmaterial
nada se sabe,
ni se sabrá por un largo tiempo,
pues nada
que hubiera permanecido
con destino a encontrarse,
se halla
cuando se lo busca.

Rocinante

Los argumentos desencajados
que se proyectan a través de obscenos convites,
violentan mi pórtico mientras duermo.
¿Acudo ya a su atención?
¿Cuánto debo esperar por contestar?
Si es que me siento pleno,
haciéndolo, de seguro que abandonaré de inmediato
el oasis hoy hallado.
Las ilusiones ópticas son frecuentes
cuándo estamos recubiertos de sed,
barrenando en medio del desierto.
¿Cómo uno puede pretender
montar sobre el rocinante,
si en mi vida
aún no puedo dar cuenta
de altruismo alguno?
Pese a ello,
aún puede quedar
una temeraria acción posible.
Quizá, sea hora,
de empezar a creer
en que ese espejismo
no es tal.
Para mejor poder acreditarlo
y por única vez,
tan solo deberé vestir
las mejores galas del quijote,
y tal vez,
como a menudo acontece,
más no sea,
en mi propio beneficio.

Espacios

Los espacios que albergan a formas recurrentes,
en los cuáles la porfía
de lo obvio, y,
hasta incluso, a modo de lugar común,
de lo cansino,
hacen que la infeliz ocurrencia de ser feliz
se multiplique en su carencia,
casi hasta el hartazgo.
Infinitas veces te lo he dicho:
no te ocupes de ello,
no prolongues esa agonía moral,
no te repitas,
puesto que esos caminos
atraviesan por campos de espinas,
siendo que tu sólo te encuentras
descalzo y desnudo.
Si procuras la indemnidad,
detente de inmediato.
Pero, sí a pesar de ello,
te sientes empecinado y llamado a hacerlo
jamás reclames, sí,
un hilo sangrante
recorre por completo tu pudor.
Tan sólo deberás consentirlo pacientemente,
y verificar si la sangre no es torrente
que, cual río abajo,
ya te ha removido tras su ímpetu.
Allí, sólo allí,
no existirán argumentos,
pues no serán más que una argucia perecedera.

El círculo

Los historiadores
que buscan en el pasado
simetrías con el presente,
hallarán convicciones envasadas.
El círculo,
que suele completarse
con los dientes apretujados,
describe,
en sinuosa perspectiva,
las cadencias y los desenfados.
Moralmente, la paz repite
una exagerada emulación
del tercio menos hábil y sanguíneo del espíritu.
El velo proferido,
a veces deja ver los ademanes
que son advertidos en sus votos
pues llevan tras de sí,
la copiosa enfermedad
de la pertinencia.
Duplicidad, empeñosa virtud
que, tanto como la insignificancia,
anima a los pacientes
y deglute los soberbios y egoístas.
Sin signos vitales aparentes,
ni tan siquiera un ritmo cardíaco desparejo,
dice que no, como puede afirmar lo contrario,
con idéntica vehemencia.
El círculo que tropieza con su origen
clausura toda cerrazón,
y es un no lugar tanto para los animados
como para los deglutidos.

Construcciones

Dones.
Virtudes.
Pareceres.
Todo se trunca
cuando el apogeo de la impertinencia
impera
en tierra de todos.
La tierna languidez
a veces muestra sus uñas más feroces.
Cálidos azules acristalados,
trepan en mejillas de incertidumbre.
Pero cuándo, ésta, no es sino certeza,
el embriagante elixir
acude y se repite.
Y simula volver para quedarse.
La embaucadora misteriosa
como en una historia de aparecidas
y apariciones
intenta coartar las construcciones de otro lugar,
desde su médula.
No es posible
bregar sin batallar,
ni asumir goces,
sin sufrir,
para que éstos,
sean beneficiados
con el don
de la perennidad.

Capitán

La imagen
del épico capitán en alta retirada,
solo ante mil brazos de muerte,
blandiendo la lanza
en su retaguardia
como cubriéndose de los destinos propios,
establece
soledades falsificadas,
las que urgen ser evacuadas
a modo de entubada exculpación,
vadeando cualquier peregrinaje venal
no elegido,
en tanto admitido.
Desde otro lugar,
esa mirada
inmensa de ojos y fragores
hace temblar el estertor,
reconociéndolo
y temiéndolo al unísono.
Su arte,
como el del trapecista,
consiste en permanecer
a su costa,
ante el desgajo embrionario
que se va cargando la vida en cuentagotas.
La miseria evocada
en silencio y sin callar
recuerda
una y otra vez
como el peso del agua
sobre las hojas aún verdes de la enredadera,
le quita pié,
pero nunca las raíces.

Alfaguara

Al entrar la medianoche,
ya dormitaba sin dormir
vacilando, cómo exasperado.
Quise estar junto a ti.
Volver.
Allí, dónde siempre te he dejado.
Ayer fue en punto a la nocturnidad.
Merced al viento,
madre e industria de todas las rompientes.
Quise reemprender mi afanosa búsqueda de tus besos enajenados.
Quise ser ese depositario de tus añoranzas,
sin dejar de ser quien soy.
Quise compartir tu tálamo,
preferente alfaguara de mi único deseo.
Quise fisgonear en tus pudores,
Ensordecerme entre tu sábanas,
tan siempre empalizadas,
cómo con un pasador de oro y orquídeas.
No extravíes tus razones.
No malgastes tu buen tiempo,
pensando que es amor o cualquiera de sus variantes.
Capricho. Imposibilidad. Miedo. Sosiego. Escucha. Confidencia.
Voluntad ó, a veces, su falta.
Es desde luego,
todo eso, amalgamado, emulsionado.
Es lo que ha engendrado el mejor tesoro,
nuestro más fiel atajo,
depositado justo por sobre nuestras narices.
Más no lo puedes ver.
Pues yace,
encubierto,
a más de cien metros
hondo,
entre los cimientos.-

Volver a la nada

Perder las inocencias
supone creer en la negación
de la reunión del día y la noche
en el crepúsculo.
O quizás también,
en sospechar del navegante de cualquier camino,
el mismo que afina sus pisadas
en el momento previo a
la consumación de su cortejo,
y que tras su huida,
ensancha, presuroso, sus huellas.
El curso y recurso de la existencia
canjea el arribo en una deserción,
por nada,
al arrojar como los frutos no deseados
de un árbol corrupto,
esa fortuna que se sujeta inconsciente
entre el misterio y la fascinación.
Abandonar,
que, en ocasiones,
resulta volver,
implica transitar hacia la nada,
esa marejada obcecada,
patrimonio de aquel nauta errático
que consiente
la insinuación de vivir,
en la teoría del absurdo
y de la dinámica de lo impensado;
a pesar de hacerlo
bajo la íntima convicción
de estar terriblemente equivocado,
confiando en el último atadero,
vástago no reconocido
de la libertad.

Estas poesías son inéditas. Fueeron seleccionadas en un Concurso de la Editorial Zona, de Lanus, Bueno Aires.

El autor es abogado y reside en la ciudad de Santa Fe.

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