Por María Inés Vincenti.- Las características tecnológicas del cultivo del trigo de fines del siglo XIX y comienzos del XX requería un uso intensivo de mano de obra, insumos como semillas y bolsas para transportar el cereal, la figura del herrero, del talabartero y de otros oficios conexos que, sumados a la importante densidad de población en las chacras trajo como consecuencia el surgimiento de centros abastecedores de bienes y servicios intercalados con ese mar de colonias del centro santafesino. Asimismo, la distribución más equilibrada de los ingresos prevaleciente en las regiones cerealeras fruto del repartimiento de la propiedad de la tierra provocó una mayor demanda de bienes y servicios que se producían dentro del espacio y todo ello coadyuvó a la aparición de villas.
Dentro de esa profusión de pequeños pueblos, los que más se desarrollaron fueron los atravesados por una vía férrea cuyo entramado fecundó notablemente en esos años y de todos ellos, el que más creció fue el de la colonia Rafaela. Su espectacular ascenso se debió al hecho de haberse transformado -entre 1885 y 1890- en un nudo de encrucijada ferroviaria cuando fue atravesado por cuatro líneas férreas que lo comunicaron intra y extra regionalmente y prontamente desplegó un abanico de actividades económicas diferenciadas que la definieron como “centro urbano” regional: en 1912 reunía el 20% de la población del departamento Castellanos.
En ese año los argentinos constituían el 57% de la población rafaelina, pero la cifra es algo engañosa: la mayor parte de esos argentinos eran los hijos de los extranjeros que se habían asentado en el siglo XIX y de los que continuaban arribando en esos años.
A principios de siglo, al altamente significativo número de italianos, fundamentalmente piamonteses, y a los grupos menos cuantiosos de otras nacionalidades como suizos y franceses, se agregó con un importante peso numérico el de los españoles con un asentamiento exclusivo en el núcleo urbano.
Se conformó una sociedad, que sin perder su atributo de italianidad, fue más cosmopolita que en sus vecinas departamentales, no solo por la presencia de otras nacionalidades en el grupo de los extranjeros sino también y sobre todo a partir de 1895, por la llegada de migrantes internos.
Fue una sociedad abierta, sin discriminaciones étnicas en el campo laboral, aunque, en términos generales, los extranjeros estuvieron mejor posicionados social y económicamente que los nativos.
La mayoría de la población era católica y una 5% se repartía entre protestantes, musulmanes y judíos y el grupo de los librepensadores reunía el 8% de los censados en 1912.Un conjunto de ellos era miembro de la logia masónica “La Antorcha” y con anterioridad, de “La hija de Garibaldi”. Este grupo se constituyó en el actor principal de las asociaciones intermedias que habían fructificado con considerable profusión en esos años y tuvo una notable participación en el gobierno local.
En la Rafaela de 1912 continuaban expandiéndose una serie de actividades económicas diferenciadas, con un número sólido de comerciantes y un incipiente grupo con pequeños talleres: mecánicos, herreros, hojalateros y algunos industriales, siendo aún importantes los molinos harineros. Asimismo, era muy notable la cantidad de oficios vinculados a la construcción que indicaban la presencia de un sitio que crecía demográficamente y al mismo tiempo respondía a una población con excedente de capital que le posibilitaba acceder a un mayor confort y simbolizar el éxito económico logrado. El rubro de los empleados ocupaba el segundo lugar, el tercer conjunto en importancia lo constituían los jornaleros y las chacras era el espacio de los agricultores. Es interesante el escaso empleo público y la elevada proporción de propietarios de bienes raíces que, en el caso de los varones y considerando a los mayores de 21 años, alcanzaba el 58%.
La población económicamente activa constituía el 75% de la población mayor de 14 años, pero en el caso de las mujeres sólo era el 24%, fundamentalmente en las actividades del servicio doméstico y la costura. La cuantía de las actividades secundarias y terciarias revela el rol que cumplía Rafaela como abastecedora de bienes y servicios de la región.
Los 8.242 individuos, del pueblo y de las chacras, vivían formando 1.115 familias que habitaban 828 casas, lo que está indicando un déficit habitacional importante, pero a la luz de los hábitos de convivencia familiar de la época donde las viviendas reunían dos o tres generaciones el problema tiene una dimensión distinta de la actual.
Asimismo, era una población donde las asociaciones intermedias habían fructificado con sobresaliente caudal y el Estado, tanto nacional como provincial, tenía escasa presencia. Había clubes deportivos, tres asociaciones étnicas de socorros mutuos -la italiana, la suiza y la española- y una obrera cosmopolita. Ellos junto al cinematógrafo, el Tiro Federal, el Club Social, la Banda de Música en la Plaza 25 de Mayo constituían espacios de sociabilidad del pueblo de la colonia Rafaela. Otro sitio de encuentro lo constituían los “boliches” rurales.
Los viajeros de la época dan cuenta de la animación que reinaba en los diversos bares y fondas existentes en distintos puntos de la traza del pueblo. La prensa local contaba con un periódico ya tradicional “El Liberal” y otros de existencia más precaria.
El agro, el comercio y la industria habían fundado la Sociedad Rural e intentos relacionados con el cooperativismo habían posibilitado una entidad de consumos generales, aunque de vida efímera pues se convirtió prontamente en una sociedad anónima.
Las oficinas gubernamentales: Juzgado de Paz, Registro Civil, Jefatura Política, oficina de correos, escuelas públicas daban cuenta de cómo el Estado había instalado su andamiaje administrativo en el principal centro poblado del oeste provincial, aunque la numerosa presencia de escuelas privadas y la no existencia de un solo edificio gubernamental mostraban como lo público no tenía una presencia fuerte en la comunidad. Y un detalle no menor es que aún no contaba con una escuela de nivel secundario.
Unos pocos automóviles, el telégrafo, la electricidad, el teléfono, el cinematógrafo, las casas de fotografía y las vías férreas eran los principales adelantos tecnológicos con que contaba el vecindario, con sus calles cubiertas de polvo ante un servicio de riego deficiente.
La abrumadora mayoría de las explotaciones agropecuarias departamentales oscilaba entre 101 y 300 hectáreas, y el 73% de las mismas estaban en manos de propietarios, hecho que grafica claramente la equitativa distribución de la riqueza en la región, resultado de un exitoso proceso de colonización agrícola. Era el sueño halagador del presidente Sarmiento.
En 1906, el 52% de la superficie del departamento Castellanos bajo cultivo estaba sembrada con trigo. Era todavía, para decirlo con Estanislao Zeballos, la región del trigo. Pero los signos del cambio ya se estaban manifestando: las oscilaciones del precio del cereal, el irregular régimen de lluvias y el agotamiento del suelo al que había llevado el elegido cultivo del trigo hicieron que se diera una evolución hacia la ganadería. En 1913 el cónsul italiano en Rosario, Adolfo Rossi, luego de su visita a las colonias de esta región y refiriéndose específicamente a la colonia Ataliva, expresó en su informe:“Muchos agricultores dejaban el cultivo del cereal para sembrar alfalfa y entregarse así a la especulación más segura que ofrecía la cría del ganado”. En forma incipiente habían comenzado a surgir tambos y cremerías que avanzando las décadas convirtió a la región en una importante cuenca lechera.
El orgullo local por los logros económicos obtenidos ya era sólido, tal como puede leerse en la edición del 3 de octubre de 1909 del periódico local Il Grillo:
“Y así hasta hoy tenemos más bancos y casas de comercio; más periódicos e industrias; centros sociales e institutos, y, en fin, todo aquello que es menester para encaminar a su desarrollo moral y material a un pueblo que aspira a altos destinos. Los que asistimos al proceso de todo esto, medimos y evaluamos mejor que nadie nuestro progreso. Y debemos repetirlo, poco más tiempo que lo que un niño precisa para hacerse hombre fue suficiente para dar a Rafaela todo lo que tiene”.
Así era el pueblo de la colonia Rafaela y su región cuando se instituyó una nueva forma de gobierno local, según lo establecía la normativa vigente de la jurisdicción de Santa Fe. El intendente era designado por el gobierno provincial, pero los vecinos comenzaron a elegir a los miembros del Concejo Municipal. El proceso fue lento puesto que, había que crear ciudadanía.
A pesar del calificativo de ciudad a partir del 26 de enero de 1913, Rafaela no había perdido su lugar de espacio al que no se le podía quitar su característica de ruralidad y a pesar del desdén presente hacia los habitantes de las chacras.
La autora es miembro de número de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe.