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«Un pueblo sin coraje es fácilmente dominable»

En su libro “La nación por construir. Utopía, pensamiento y compromiso” (2005), el entonces cardenal Jorge Bergoglio expone sus pensamientos sobre la crisis de Argentina que todavía continúa.Por Emilio Grande (h.)

Por Emilio Grande (h.).- “Una mirada que se anima a alejarse de toda contemplación narcisista o de la compulsión posesiva de quien sólo busca el propio interés y, en lugar de servir a su patria, se sirve de ella”.
Este entrecomillado pertenece al libro “La nación por construir. Utopía, pensamiento y compromiso” (2005) del entonces cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, actualmente papa Francisco desde el 13 de marzo pasado.
Sus opiniones siguen contribuyendo a reflexionar frente a la crisis institucional, política, social y económica que atraviesa la Argentina en la actual coyuntura, pero también sus pensamientos se están conociendo ahora como sucesor de Pedro.
“Ante la crisis profunda, la Providencia nos da una nueva oportunidad (…) El desafío de constituirnos en una comunidad verdaderamente justa y solidaria, donde todas las personas sean respetadas en su dignidad y promovidas en su libertad, en orden a cumplir su destino como hijos de Dios”.
Y agrega: “Nos encontramos ante una realidad que nos muestra los resultados de un modelo de país armado en torno a determinados intereses económicos, excluyente de las mayorías, generador de pobreza y marginación, tolerante con todo tipo de corrupción y generador de privilegios e injusticias”.
A continuación se destacan las ideas salientes de este libro escrito en el contexto de la preparación de la VIII Jornada de Pastoral Social, organizada por la Arquidiócesis de Buenos Aires:
“Somos parte de una sociedad fragmentada que ha cortado sus lazos comunitarios (…) toda una gama de abismos y rupturas: entre la sociedad y la clase dirigente y entre las instituciones y las expectativas personales (…) La patria, la revolución, la solidaridad tienden a ser vistas con curiosidad, burla o escepticismo.
“La globalización fomenta el desarraigo, la pérdida de certezas, uniforma el pensamiento y elimina la diversidad constitutiva de toda sociedad humana. Su poder disgregador reduce a la persona a su dimensión económica y la capacidad de acción transformadora sobre la realidad se reduce a un rol de consumidores de mercancías.
“Se tiende a marcar una sola línea de pensamiento, una sola línea de conducta, una sola línea de supervivencia (…) Una globalización que, en su aspecto negativo, nos despotencia de nuestra dignidad humana para hacernos bailar en la zaranda de la caprichosa, fría y calculadora economía del mercado”.
Como alternativa plantea que “los pueblos aportan los valores de su cultura y han de defenderlos de toda absorción desmedida o síntesis de laboratorio que los diluya en lo común, lo global (…) reciben de otros pueblos con el mismo respeto y dignidad, las culturas que les son propias”.
Cita a Juan Pablo II en su exhortación apostólica “Ecclesia in América” sobre el aspecto negativo de la globalización: “si se rige por las meras leyes del mercado aplicadas según las conveniencias de los poderosos lleva consecuencias negativas: la atribución de un valor absoluto a la economía, el desempleo, la disminución y el deterioro de ciertos servicios públicos, la destrucción del ambiente y de la naturaleza, el aumento de la diferencia entre ricos y pobres”.
“Plantear la crisis como un problema moral supondrá la necesidad de volver a referirse a los valores humanos, universales, que Dios ha sembrado en el corazón del hombre y que van madurando con el crecimiento personal y comunitario.
“Cuando los obispos repetimos una y otra vez que la crisis es fundamentalmente moral se trata de (…) señalar las valoraciones colectivas que se han expresado en actitudes, acciones y procesos de tipo histórico-político y social”.

UNIDAD DE UN PUEBLO
“Un pueblo que no tiene memoria de sus raíces y que vive importando programas (…) está perdiendo uno de los pilares más importantes de su identidad como pueblo (…) Un pueblo sin coraje es un pueblo fácilmente dominable (…) se hace sumiso de los poderes y los imperios de turno.
“Un pueblo que no sabe hacer un análisis de la realidad que está viviendo se atomiza, se fragmenta. Los intereses particulares priman sobre el interés común”.
Menciona la invitación de Juan Pablo II: “Argentina, levántate”. Es una invitación que “hoy queremos volver a escuchar (…) Levantarse es signo de resurrección, es llamado a revitalizar la urdimbre de nuestra sociedad. No podemos caminar sin saber hacia dónde estamos andando. Es criminal privar a un pueblo de la utopía, porque eso nos lleva a privarlo también de la esperanza.
“Reconstruir el sentido de comunidad implica romper con la lógica del individualismo competitivo, mediante la ética de la solidaridad. La ética de la competencia tiene plena vigencia en nuestra sociedad (…) Una ética común, una dimensión moral, es la que permite a la multitud desarrollarse junta, sin convertirse en enemigos unos de otros.
“Ya vimos lo que pasa cuando el poder político y económico se desliga de la gente y la reconstrucción no es tarea de algunos sino de todos, así como la Argentina no es sólo la clase dirigente sino todos y cada uno de los que viven en esta porción del planeta.
“Si apostamos a una Argentina donde no estén todos sentados a la mesa, donde solamente unos pocos se benefician y el tejido social se destruye, donde las brechas se agrandan puesto que el sacrificio es de todos, entonces terminaremos siendo una sociedad camino al enfrentamiento.
“Los valores que nos hacen grandes: el modo de celebrar y defender la vida, de aceptar la muerte, de cuidar la fragilidad de nuestros hermanos más pobres, de abrir las manos solidariamente ante el dolor y la pobreza, de hacer fiesta y rezar; la ilusión de trabajar juntos y amasar solidaridad.
“Renunciemos a aquellos intereses o abusos de los mismos que pretendan ir más allá del común bien que nos reúne (…) Cuando la autoridad no es servicio, entonces la conducción se va desviando hacia el propio interés.
“Una persona y una sociedad madura será aquella cuya libertad sea plenamente responsable desde el amor. Implica invertir mucho trabajo, paciencia, sinceridad, humildad y magnanimidad.
“La Argentina llegó al momento de una decisión crítica, global y fundante, que compete a cada uno de sus habitantes; la decisión de seguir siendo un país, aprender de la experiencia dolorosa de estos años e iniciar un camino nuevo, o hundirse en la miseria, el caos, la pérdida de valores y la descomposición como sociedad.
“Una sociedad donde la mentira, el encubrimiento y la hipocresía han hecho perder la confianza básica que permite el vínculo social (…) Hablar con verdad, decir la verdad, exponer nuestros criterios, valores y pareceres”.
Cita a Manuel Belgrano quien reconoció que “la América unida y fuerte con la cual soñaba sólo podía construirse sobre el respeto y la afirmación de las identidades de los pueblos (…) Si siempre para construir tendemos a voltear y pisotear lo que otros han hecho antes, ¿cómo podemos fundar algo nuevo?
“Que tampoco nos empuje la soberbia del internismo faccioso, el más cruel de los deportes nacionales, en vez de enriquecernos con la confrontación de las diferencias, la regla de oro consiste en destruir implacablemente hasta lo mejor de las propuestas y logros de los oponentes”.

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