Por Jorge Lanata.- El gobierno no se va a romper. La estrategia cristinista de horadar el poder de Alberto Fernández continuará, pero no llegará a mayores. Mientras intenta taparlo con diarios, Cristina Kirchner mantiene intactos sus castillos de arena: se reúne con el embajador de Estados Unidos y con la generala del Comando Sur del mismo país.
Mientras, Máximo Kirchner le dice a quien quiera escuchar que los Kirchner siempre negociaron y acordaron con el FMI y que las empresas crecieron durante sus gobiernos. Pero, ¿a quiénes le hablan entonces?
Les están hablando a sus propios miedos. Cristina hizo foco en la reorganización de la provincia de Buenos Aires, ordenó que Máximo y Axel Kicillof dejaran atrás sus diferencias e impulsa un “Plan Platita” provincial que llegue a 2023.
-La tensión política es por la economía, porque estamos incumpliendo nuestro compromiso electoral -le dice a Clarín un funcionario del entorno del gobernador bonaerense.
Mientras el albertismo se aferra a la recuperación de la macroeconomía, al kirchnerismo lo desvela la clase media-baja con trabajo pero necesidades insatisfechas. «Necesitamos que la gente pueda volver a comprar la leche de marca o el asado del domingo, esa es nuestra bandera«, explican.
Los objetivos se han vuelto mas módicos. En pocas décadas se pasó de “Liberación o dependencia” a “La Serenísima o asado de tira”. Cristina ya no se ilusiona con retener los votos de la elección de Alberto. No quiere perder los propios.
Según una encuesta de Ana Iparraguirre, el 65% de los consultados está dispuesto a un cambio total y un 20%, a un cambio. Caldo de cultivo para Javier Milei, pero también para Cristina. ”Tiene sentido que la Vicepresidente se plante en la idea de que con un 25% en un escenario híper-fragmentado se pueda meter en una segunda vuelta”, dice Iparraguirre.
Y agrega: “Si con ese 25% pierde, el que gane tiene que ir a negociar con ella porque esos votos siguen siendo suyos y no se los regala a nadie”. La fragmentación electoral no significa necesariamente votos hacia la derecha. Es un fenómeno que afecta a los dos grandes partidos y al establishment de la política.
–La semana que viene vuelve la paz -le dice a este diario uno de los miembros de la mesa chica del Gobierno-. Expresión de deseos o plan concreto, Sergio Massa sueña con poder reunir a Alberto y Cristina después de dos meses de teléfonos cortados.
«No es una cuestion de celestinos», respondió Agustin Rossi desde los medios. «En el contrato inicial de la coalición no estaba escrito como se definía una medida en la que Alberto y Cristina no estaban de acuerdo y el kirchnerismo dice que prevalece el que tiene los votos y el presidente que prevalece su posición institucional», agregó en una entrevista en Radio Mitre.
Una solución “conciliadora” (¿o abrazo del oso?) fue expuesta el viernes en este diario por Marcelo Bonelli: la creación de una “mesa política” a nivel nacional, propuesta por Cristina. La Vicepresidente pone de ejemplo dos encuentros realizados por sus gobernadores favoritos: Axel en Buenos Aires y Coqui Capitanich en Chaco.
Ambos reunieron a todos los partidos que conforman el Frente de Todos la semana pasada, planteando que “hay que escuchar más y sumar ideas” en vistas al 2023. La “mesa” estaría formada por Máximo, Cristina, Massa, Alberto y también referentes del Frente Grande y de Unidad Ciudadana. En La Cámpora juran y perjuran que no se trata de una asamblea para someter a debate la gestión de Alberto, pero se parece demasiado.
-Si estamos tomando decisiones en una mesa en conjunto podemos decidir que rol tendrá cada uno en las estrategia, quien hará de policía malo o de policía bueno, a que electorado le hablará cada uno, con el objetivo común de 2023 -dicen los carpinteros de la mesa. El problema es que Alberto perdería su lapicera.
-No le podemos decir a los que no llegan a fin de mes que hay crecimiento de las exportaciones- argumentan los K-. En la Casa Rosada no entienden que hay una disociación entre el crecimiento y la gente.
En el Hotel Alvear, el ministro Martín Guzmán hacía su show de filminas ante un grupo de empresarios: ”La Argentina esta viviendo una muy fuerte recuperación económica. El producto se recuperó 10,3% en 2021, se crearon 1,2 millón de puestos de trabajo y la tasa de desempleo se redujo al 7%».
El dilema es que esas cifras apenas alcanzan para recuperar lo perdido al final de la pandemia y que la falta de dólares -algo que le marcaron los empresarios al ministro durante el encuentro- es la principal amenaza que podría abortar el crecimiento este año.
La inflación acelerando el consumo se explica por la desesperación de quien tiene pesos para sacárselos de encima, y es un empuje tramposo de la economía. Los números de recuperación del empleo también esconden una trampa: mientras en 2021 el empleo privado creció en 265.000 puestos de trabajo, el mayor aporte a la baja de la desocupación lo dieron los 110.000 nuevos empleados en el sector público, 113.000 monotributistas y 81.000 nuevos inscriptos en el monotributo social.
La mesa esta servida.