Por Joaquín Morales Solá.- Insultos pornográficos, calumnias escandalosas, gestos groseros. Todo eso fue parte del espectáculo vulgar y chabacano que se vivió el jueves en la Cámara de Diputados. Cristina Kirchner está logrando la anarquía institucional poco antes de una condena probable. Ahora ya no es solo el Senado el que se alzó contra la Corte Suprema de Justicia; también se sublevó la Cámara de Diputados. Es el Congreso, en definitiva, el que desconoce a la cabeza del Poder Judicial. La jefa del peronismo (no solo del kirchnerismo) mandó a sus fanáticos a preparar un clima de tensión social y política antes del próximo martes. Los fanáticos viven al lado de la locura. Fanatismo y locura antes de la sentencia del tribunal oral que está juzgando hechos de corrupción en Vialidad durante las gestiones de los dos presidentes Kirchner. Nadie está en condiciones ciertas de adelantar qué decidirán esos jueces, pero Cristina es la primera en creer que la condenarán a prisión por actos corruptos como funcionaria pública. ¿Por cuántos años? Nadie lo sabe. ¿Por qué delitos? ¿Asociación ilícita o administración fraudulenta del Estado? Tampoco hay respuestas. La única unanimidad en Comodoro Py es que habrá condena, sobre todo porque los que escucharon a los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola no encontraron una réplica eficaz en las defensas posteriores.
Pero ¿por qué Cristina Kirchner se desespera tanto si no irá presa de inmediato y ella lo sabe? Tendrá fueros de vicepresidenta hasta diciembre del próximo año y podrá apelar a la Cámara de Casación y a la Corte Suprema de Justicia. Solo cuando se hayan agotado esas dos instancias habrá una sentencia firme. Pasarán entre un año y medio y dos años, por lo menos. La preocupación es otra. Será una condenada a prisión por hechos de corrupción mientras no haya una instancia superior, si es que la hay, que modifique esa condena. Con esa pesada mochila política debería cargar en el próximo año electoral, en el que ella se imagina como candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires y como una figura influyente (decisiva, más bien) en la elección de la fórmula presidencial del peronismo. Puede suponerse que no será candidata presidencial porque una derrota la dejaría a la intemperie frente a los jueces, a pesar de sus gestos y palabras públicas construidos para confundir y preservar el enorme poder que tiene. La primera condena a ella por hechos de corrupción podría abrirles las puertas a otros juicios por el mismo delito que esperan su turno: el de Hotesur y Los Sauces y, sobre todo, el de los cuadernos, la más descarnada descripción de cómo se pagaban y cobraban los sobornos en los gobiernos de los dos Kirchner. Sería la primera condena a ella por corrupción, aunque ya tres exfuncionarios kirchneristas (Julio De Vido, Ricardo Jaime y José López) fueron sentenciados por haber cometido hechos corruptos en la función pública. Los tres respondían directamente al exmatrimonio presidencial.
En ese contexto sucedió el escándalo en la Cámara de Diputados, que se originó en los nombramientos de los representantes de ese cuerpo ante el Consejo de la Magistratura. Los papeles de esa Cámara estaban en regla y hasta la Corte Suprema los había aceptado; de hecho, postergó el juramento de esos representantes por la ausencia la semana pasada de uno de los jueces supremos. Cecilia Moreau, presidenta del cuerpo, había informado los nombres de dos representantes del oficialismo y de otros dos de la oposición. Era una relación de fuerzas justa, según la composición actual de la Cámara. Sin embargo, el martes último cambió todo. El juez Martín Cormick, un viejo militante del kirchnerismo y de La Cámpora, le sacó el polvo a una causa vieja, que ya era abstracta porque se refería a una vieja composición de la Cámara de Diputados, y destituyó a la representante radical Roxana Reyes. Cecilia Moreau apeló esa decisión de Cormick contra su resolución y, a la vez, informó al Consejo de la Magistratura y a la Corte que retiraba esa misma resolución con los nombres de los representantes. Se le imantó la brújula.
El bloque de Juntos por el Cambio sostiene que Moreau solo debe transmitir al Consejo y a la Corte la decisión de los bloques, según lo estipula la Constitución. El presidente del bloque radical, Mario Negri, habló con Moreau el día antes de la aparatosa sesión de Diputados y le anticipó que la denunciará por abuso de poder. También podría denunciarla por incumplimiento de los deberes de funcionario público porque está obstruyendo el normal funcionamiento de un organismo constitucional. El propio Negri habló también el día antes, esta vez por teléfono, con Sergio Massa y le recordó que hay tres proyectos de ley, uno pedido por el Fondo Monetario y Estados Unidos. Le advirtió que debería cuidar la relación con la oposición porque necesitará sus votos. Massa estuvo en la escandalosa reunión de Diputados, en la que el oficialismo se proponía reelegir a Moreau como presidenta, en el palco de invitados. Fue con el pretexto de asistir a la jura de una diputada amiga suya, pero todos entendieron que estuvo ahí para respaldar a Moreau, y hacer gala de su eterno péndulo entre acercarse y alejarse del cristinismo. Se quedó hasta que comenzó la balacera verbal entre oficialistas y opositores; rápido, se escabulló entre las cortinas cuando oyó los primeros gritos. Moreau funge como militante del partido de Massa, pero su terminal está en la oficina de Cristina Kirchner. Después de la batahola y el desvarió, Moreau se convirtió en la primera presidenta de la Cámara de Diputados en casi 40 años de democracia en no ser reelegida. Moreau quedó como una presidenta transitoria, deslegitimada y débil de ese cuerpo. El líder del fanatismo cristinista Rodolfo Tailhade recurrió a la pornografía de las palabras, y la diputada también cristinista Blanca Osuna lo insultó a Gerardo Milman (asesino, le dijo) por una denuncia sobre una supuesta conversación que la Justicia nunca pudo probar. Aunque el cristinismo es especialista en sacar lo peor de cualquier persona, nada justifica el gesto que hizo el diputado Cristian Ritondo, de Juntos por el Cambio. Su obligación era preservar la imagen de que hay una oposición que es distinta.
La Corte tiene ahora más problemas con Diputados que con el Senado. Cristina Kirchner es así: si hay que romper, que se rompa todo. Cormick aceptó las apelaciones de Moreau y la del propio radicalismo; el tema está ahora en la complicada Cámara del fuero Contencioso Administrativo. De todos modos, seguramente la Corte tratará el asunto en su reunión de acuerdos del próximo martes y decidirá cómo sigue el conflicto entre el Congreso y el Poder Judicial. Por el patoterismo de los fanáticos que impulsa Cristina Kirchner, el Consejo de la Magistratura no tiene hasta ahora los ocho representantes del Congreso. Cuenta solo con 11 representantes de jueces, abogados y académicos y con el presidente del cuerpo, Horacio Rosatti, que ocupa el cargo como titular de la Corte Suprema. Esa es la descripción de la obstrucción cristinista al funcionamiento de una institución cuya existencia está ordenada por la Constitución.
La primera hipercristinista en adherirse a la decisión de Moreau fue la diputada Vanesa Siley, que ya era representante en el Consejo y había sido nuevamente propuesta para ese cargo. Su decisión significa que se quedan automáticamente sin trabajo más de una docena de empleados suyos en el Consejo; ella es dirigente de un pequeño sindicato de empleados judiciales. El fanatismo nunca mira sus consecuencias.
En el diálogo telefónico de Negri con Massa, el legislador le recordó al ministro un reciente informe de la prestigiosa Bolsa de Comercio de Rosario en el que pronostica las probables secuelas de la sequía. Según ese informe, la liquidación de divisas del sector agropecuario caerá entre 9570 y 15.842 millones de dólares en la campaña 2022/2023. Una pérdida peor que la que sufrió Cristina Kirchner con la sequía de 2008/2009 y que la que padeció Mauricio Macri con la de 2018/2019. Cristina perdió las legislativas de 2009, y Macri perdió la reelección en 2019. Además, el Gobierno había apostado a una sociedad anestesiada por el desempeño de la selección de fútbol en Qatar. El problema de Cristina Kirchner es, precisamente, que la sociedad está mirando los partidos de fútbol, no su desesperación ni los estragos del fanatismo y la locura.
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