Todavía podemos sofocar la crisis, pero no hay mucho tiempo. Atardecía el viernes cuando esas palabras brotaron de boca de un kirchnerista convencido. Campo e inflación. Conflictos dramáticamente abiertos frente a un gobierno que parece jugar a un deporte que no reconoce el empate. La actividad económica del interior está profundizando su parálisis y los sectores urbanos comienzan a tomar precauciones con sus ahorros. El paro del campo producirá necesariamente mayores índices de inflación porque la oferta será aún más baja que la demanda. El Gobierno debió recurrir, otra vez, a Hugo Chávez para reemplazar los recursos que el campo no provee.
Esas cosas nunca suceden sin consecuencias políticas. Las encuestas ya no le son gratas al Gobierno ni donde siempre le fueron simpáticas, en los cordones pobres que rodean a las grandes ciudades. La inflación contradice los bellos diseños de Guillermo Moreno y el Indec. La inflación es, a su vez, una bestia que se somete o que termina produciendo una fuerte retracción de la economía. El Gobierno no se anima a doblegarla y le teme a la desaceleración. Las cosas quedan como están.
Hay proyectos del oficialismo para resolver esos conflictos, pero andan con el ritmo de la fatiga y el desgano. El gobierno de los Kirchner confunde celeridad con debilidad y, girando sobre ese eje político, no resuelve nada o casi nada. Es cierto que el sector agropecuario le sacó al Gobierno sólo el valor de una metáfora. Las metáforas no sirven para apaciguar a los duros hombres del campo. El Gobierno confía ahora en que las entidades agropecuarias volverán dentro de una semana para firmar el acuerdo que no quisieron suscribir cuando las palabras borraron la metáfora. No será así.
¿Cuál era la metáfora? Un documento del jefe de Gabinete, en el que se incluían varios asuntos de política agropecuaria, consignaba también el compromiso de «analizar» los problemas que se habían producido en «los mercados a futuro». Punto. La diagonal que abrió Alberto Fernández con esa metáfora conducía, es cierto, a la revisión del sistema de retenciones que hizo estallar la furia en el campo.
Es lo mismo que entendieron los dirigentes agropecuarios, pero estos llevaron la idea y la metáfora a palabras más llanas: el Gobierno aceptó que hubo errores en las retenciones, precisaron. Teníamos que decir la verdad, explicaron. El gobierno de los Kirchner no sabe aceptar que cometió un error. Alberto Fernández les enmendó la plana y la negociación se desvaneció.
El problema quedó sin resolver. Pero ¿qué problemas resolvió el gobierno de Kirchner? Hasta la crisis con Uruguay, por la construcción de la papelera en Fray Bentos, quedó como esas cosas que no tienen solución o que sólo las soluciona el tiempo. Ningún presidente habló tanto como Kirchner de «promover inversiones» y de hacer una buena «gestión». El resultado es muy pobre en ambas asignaturas. Hasta El Salvador superó a la Argentina en la diferencia de inversiones externas entre los años 2006 y 2007, según el último informe de la Cepal. El país de Kirchner logró apenas 600 millones de dólares más en el último año. Ciertamente, hay lugares más amables en el mundo para invertir.
El conflicto entre el campo y el Gobierno quedó también atrapado por la historia. Quizás aquellas metáforas de Alberto Fernández habrían funcionado mejor si antes las palabras y los acuerdos se hubieran cumplido. El primer acuerdo firmado, el de la carne, fue hecho trizas dos días después por los actos de Moreno en el Mercado de Liniers. Guillermo, mirá a otro lado, no a los productores , lo aleccionó luego el jefe de Gabinete. Tarde. El bazar ya estaba roto.
Mensajes como llamaradas de fuego salen de la residencia de Olivos. Hay dos Kirchner en el mismo Néstor, como siempre. Uno es el que juega al fútbol con un grupo de incondicionales, hombres que se colocan los botines decididos de antemano a perder en la cancha. ¿Quién podría ganarle a Kirchner en su propia casa? A ellos les recita el monólogo de la acritud. Quiero verlos de rodillas , les dice cuando habla de los dirigentes agropecuarios. Vendrán con la lengua afuera , dobla la apuesta. Sabe que sus jugadores saldrán disparados a repetir esas declaraciones de guerra. E s una negociación con dirigentes poderosos. No estamos tomando el té con ellos, dicen a su lado.
El otro Kirchner es el que se reúne con su esposa y con el jefe de Gabinete. Ahí empieza a ceder. Sus pasos son lentos, cansinos, con evidentes signos de incomodidad. Las metáforas de Alberto Fernández fueron autorizadas por el matrimonio presidencial. Los dirigentes del campo tienen las bases con la paciencia agotada. Ese minué entre lo que se dice brutalmente y lo que se hace sutilmente es demasiado etéreo para los rudos campesinos.
Paros, movilizaciones, tractorazos. Esta vez la sociedad no será desabastecida, prometieron. Pero ya no hay exportaciones de alimentos, salvo los que estaban retenidos. Las rutas del interior están vacías de camiones con destino a los puertos. La imprescindible caja de Kirchner (ha hecho política con ella más que con el arte de seducir) siente el golpe.
La próxima embestida oficial contra el campo vendrá acompañada por los inspectores de la AFIP. El Gobierno cree que hay evasores por todos lados en el mundo agropecuario. Regularizar la situación impositiva no puede ser una manera de resolver el conflicto, sino una relación natural de cualquier ciudadano con el Estado. Una cosa es esa relación normal y otra es la persecución.
Liberación de precios de artículos de primera calidad y aumento (escalonado, dicen ahora) de tarifas de servicios públicos para los sectores medios y altos de la sociedad. Las medidas para combatir la inflación son necesariamente impopulares, se tomen donde se tomen. La otra alternativa es quedarse acariciando el gato , como dice Romano Prodi. Es peor no hacer nada. La sola presencia de un plan contra la inflación ya baja las expectativas inflacionarias.
El Gobierno sólo avanzó hasta ahora aceptando, con un idioma embrollado que merece un traductor, que la inflación no es un invento literario de los periodistas. Aquellas medidas sobre la inflación están esperando que pase el conflicto con el campo. ¿Pasará?
Todo queda. En los últimos tres años, no hubo español importante que no le haya hablado al gobierno de los Kirchner del caso Aerolíneas Argentinas, que pone en riesgo el transporte interno del país. Nada. Los dueños españoles de la compañía decidieron probar suerte con la argentinización parcial de la empresa. El socio elegido, Juan Carlos López Mena, cometió un solo error: habló de conquistar la mayoría de las acciones.
O controlamos la mayoría o nos vamos , ha dicho uno de los dueños españoles. Ese es el conflicto que debe resolverse ahora. El gobierno de Madrid prefería seguir hablando del tema con Alberto Fernández, pero los dueños españoles golpearon la puerta de Julio De Vido. Fernández es el que lleva la relación política con España, pero en el Ministerio de Planificación reciben órdenes de Néstor Kirchner.
Los pilotos de Aerolíneas Argentinas paraban porque querían que los españoles se fueran. Ahora están parando los pilotos de Austral porque no quieren que los españoles se vayan. Volará Aerolíneas o volará Austral, entonces. Los conflictos nuevos se suman a los viejos, pero ninguno se termina nunca.
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 11 de mayo de 2008.