Por Guillermo Briggiler.- Todos percibimos que vivimos en un mundo violento, donde el pez más grande come al más pequeño, el león ataca a la gacela, mientras que el águila fagocita al ratón. Esto es debido a que cada uno necesita sobrevivir para preservar su especie (la cadena alimenticia). Es la forma en que venimos chipeados de fábrica los que vivimos en este mundo. El ser humano, nosotros, tenemos la misma regla implícita en nuestro ADN, es la manera de sobrevivir, solo que muchos tratamos, de alguna manera, de hacerlo de la forma más “humana” posible. Pero esto no fue así y con ayuda de la teología podemos entender un poco más y utilizaremos para ello un relato mitológico religioso, conocido por todos.
Hubo un momento en la historia, seguida a la creación, donde el ser humano y las criaturas vivían en perfecta armonía entre sí. Pero Dios decidió que hombre, como varón y mujer, debían ser libres y les dejó un límite. Solo uno. Podían hacer lo que querían y comer lo que les sea placentero, excepto de un árbol, probablemente poco apetecible hasta que le fue vedado su consumo. ¿Para qué haría eso el creador? Muy sencillo, si podían comer de cualquier fruto, no eran libres, solo se adquiere la libertad cuando uno puede escoger y es ahí, en la elección de comer o no comer, donde uno se hace libre.
¿Pero qué pasó después? Se usó mal la libertad, en lugar de utilizarse para el bien, se usó mal, se desobedeció a quien además de regalar la vida, obsequió la libertad. Esta situación enemistó al hombre con Dios, por muchos siglos. El creador buscó en cierta forma arreglar esa enemistad y en su amor y misericordia, proporcionó un camino para la reconciliación y la redención de la humanidad a través de Jesucristo. Esta reconciliación, a través de Cristo, se produce así. Jesucristo, siendo Dios mismo, se encarna como ser humano para vivir entre nosotros y experimentar todas las dimensiones de la humanidad, excepto el pecado. Esta encarnación es fundamental para la comprensión cristiana de la reconciliación, ya que Jesús no solo es divino, sino también humano, lo que lo hace un mediador perfecto entre Dios y la humanidad. Además, ofreció su vida en la cruz como sacrificio por los pecados de los hombres y mujeres de todos los tiempos. Su muerte en la cruz fue un acto de expiación que pagó el precio del pecado y abrió la posibilidad de perdón y reconciliación con Dios para aquellos que creen en él y simplemente deseen ser perdonados, restaurando la relación con Dios. Las personas no deben hacer nada más, ya que el precio de los pecados fue pagado.
La reconciliación en Cristo no solo implica el perdón de pecados, sino también la renovación y transformación interior de cada uno. De esta forma, reconciliados con Dios a través de Cristo, somos hechos nuevas criaturas, capacitadas para vivir una vida de amor, justicia y servicio según el plan divino.
El relato de la desobediencia de Adán y Eva muestra la realidad del pecado y la separación de Dios, mientras que la reconciliación a través de Cristo representa la solución divina para restaurar la relación rota y ofrecer salvación y esperanza a la humanidad. En ambos casos, la libertad del hombre juega un papel central.
Libremente podemos elegir apartarnos de Dios en nuestra vida y libremente podemos volver a Él, ya que nuestro precio fue pagado por él mismo en la persona de Jesús. Esto es clave, porque la vuelta a la amistad con Dios no es gratis para todos, solo lo es para el hombre. Y es el camino para volver a convertir este mundo plagado de violencias, en uno desbordado de amor.
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Fuente: https://diariolaopinion.com.ar/