¿Qué reflejos sociales y políticos destapó la tragedia de Cromagnon? ¿Cuáles fueron los hechos de los máximos gobernantes argentinos, provocados por el drama que ocurrió hace doce meses? ¿Qué es lo que se ha juzgado durante este año? ¿Qué señales sociales dejó aquella tragedia?
Si recordamos con precisión el fárrago de informaciones que sucedió al trágico episodio en sí, no encontraremos, por ejemplo, una sola noticia protagonizada por el presidente Néstor Kirchner. El jefe del Estado se encontraba en esos momentos en el sur profundo, en El Calafate, y sólo se conoció un comunicado suyo de lamentación, que difundió su vocero, Miguel Núñez, en lo que fue, hasta ahora, su última aparición oficial.
Conviene analizar esa propensión de los gobernantes argentinos (y no fue Kirchner el primero) a esconderse de las tragedias y a alejarse de las víctimas y de sus familiares. Temen, seguramente, una reacción crítica y airada de los allegados a las víctimas. Aceptan, de antemano, que hubo alguna responsabilidad que el Estado no cumplió o que, directamente, ignoró.
No sucede lo mismo en el mundo. En agosto último, en pleno verano europeo, murieron 17 soldados españoles en un accidente de avión en Afganistán. Los reyes españoles -y el gobierno casi en pleno- suspendieron sus vacaciones para estar al lado de los familiares. Más cerca en el tiempo y en la geografía, en Chile sucedió una tragedia que dejó varios muertos, todos militantes del Partido Socialista, que habían participado de los últimos actos de campaña de la candidata Michelle Bachellet. Bachellet canceló el acto final de su campaña, se colocó su delantal de médica y se dedicó a curar heridos y a consolar a las familias de los muertos.
Son sólo dos ejemplos de muchos que podrían recordarse sobre el compromiso de las autoridades con las consecuencias de las tragedias. A veces ni siquiera son actos generosos, sino todo lo contrario. La presencia física de los gobernantes en el lugar del drama suele moderar el espíritu de las víctimas o de sus familiares. Es la ausencia la que provoca, por el contrario, una sensación de distancia y de indiferencia que prevalece -o se agranda- con el tiempo. Una de las cosas que le achacan a Aníbal Ibarra es, precisamente, no haber estado en el lugar cuando Cromagnon se incendiaba, a pesar de que estuvo muy cerca siguiendo el operativo policial y de bomberos. Pero no lo vieron ahí y lo percibieron, entonces, frío e indiferente. Ibarra está sometido ahora a un juicio político. La buena suerte que lo había acompañado hasta las primeras llamas de Cromagnon parece haber terminado.
No sólo sucedió el juicio político, aprobado después de un rocambolesco trámite; también ocurrieron las elecciones de octubre, en las que el oficialismo perdió en la Capital. La composición política de la comisión juzgadora ha cambiado y no le es favorable a Ibarra. En rigor, está más cerca de la destitución que de la permanencia al frente del gobierno de la ciudad.
No hay muchos antecedentes en el mundo en los que un gobernador haya perdido su cargo por el incendio de una discoteca privada. Es cierto que se comprobaron anomalías en el sistema de controles y de inspecciones y que resulta inexplicable que Cromagnon haya estado en funcionamiento con tantas irregularidades a cuestas. Pero ¿acaso no está Ibarra pagando las consecuencias de un gobierno gris de seis años y su incompetencia para enhebrar acuerdos políticos sólidos?
Ibarra en el aislamiento
Vaya como respuesta un solo número: muy pocos legisladores votaron a su favor cuando se decidió el juicio político. La novedad no sólo estuvo en que la oposición había logrado el número suficiente para sentar al jefe del gobierno en el banquillo de los acusados, sino también -y fundamentalmente- en el escasísimo número de legisladores dispuestos a defender a Ibarra. Estaba aislado políticamente y su gestión no seducía a nadie.
Cae de maduro que la primera responsabilidad, en estos casos, corresponde a los dueños del local y nadie discute que éstos violaron todos los códigos, del derecho y del revés. Pero no sería objetivo ignorar lo que nadie nombra: en Cromagnon estuvieron miles de personas dispuestas a tirar bengalas (o a permitir que otros las tiraran) en un lugar cerrado y, por lo tanto, vulnerable al fuego.
Hubo también criaturas abandonadas en un baño al cuidado de una persona que se dedicaba a cuidar baños y no niños. La recordación de estos datos no debe servir para ningún regodeo. Pero nos debe llevar a una introspección como sociedad. Las costumbres sociales han cambiado dramáticamente y no lo han hecho en la buena dirección.
Un presidente que se esconde ante el dolor por 193 muertos. Un jefe de gobierno que debe rendir cuentas por seis años de gestión. Comerciantes que creyeron contar con todos los márgenes para violar la ley y los reglamentos. Músicos que hicieron valer la transgresión por encima del debido cuidado de las personas. Costumbres sociales que también desprecian, otra vez, el valor de la vida. Se lo mire por donde se lo mire, Cromagnon es un mosaico del conflicto argentino.
Joaquín Morales Solá
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 29 de diciembre de 2005.