Por Leonardo J. Glikin.- En 1995 decidí ubicarme del otro lado del mostrador.
Hasta entonces, había presenciado conflictos familiares irreversibles, y pérdidas económicas que no se habían podido prever, todo lo cual formaba parte de mi experiencia profesional como abogado, dedicado a sucesiones complicadas, divorcios controvertidos y sociedades en crisis.
Pero, mientras terminaba de escribir Pensar la Herencia, tomé conciencia de que algo diferente iba a ocurrir.
Y así fue. Luego de la publicación del libro, se sucedieron entrevistas con Rolando Hanglin, Any Ventura, Julio Nudler, y otros periodistas interesados en mostrar que no son sólo noticia los escándalos mediáticos, sino también aquellas situaciones de la vida cotidiana en la que una buena reflexión, decisiones adecuadas, y una buena comunicación, pueden ayudar a que todos vivan mejor.
El movimiento iniciado con Pensar la Herencia continuó con la conformación del Consejo Argentino de Planificación Sucesoria, Asociación Civil, cuya fundación no estuvo exenta de resistencias culturales: en su hora, la Inspección General de Justicia denegó el pedido de inscripción de la Asociación, por entender que lo que se proponía hacer (incentivar la práctica de la Planificación Sucesoria) constituía una afrenta al Código Civil de Vélez Sarsfield, y una actividad poco menos que “subversiva”, que el Estado no podía apañar de ninguna manera.
Recién a través de un fallo de la Sala J de la Cámara Nacional en lo Civil, fue posible inscribir la Asociación Civil, y generar un primer movimiento interdisciplinario, a través de capítulos regionales conformados por profesionales de diversas disciplinas (abogados, contadores, escribanos, psicólogos y profesionales del seguro de vida). que encararon la primera etapa de difusión de la Planificación Sucesoria en la Argentina.
Pasada la crisis del 2001, el desarrollo de la Planificación Sucesoria quedó especialmente concentrado en algunos instrumentos puntuales, tales como testamentos, fideicomisos, seguros de vida, pero, fundamentalmente, pasó a ser parte inescindible de la consultoría a empresas familiares, que tienen una necesidad irrenunciable de la Planificación Sucesoria, como herramienta para lograr la continuidad de la empresa a lo largo de las generaciones.
En 2020 festejamos los 25 años de la publicación de Pensar la Herencia, con una excelente noticia, la presentación de “Si lo hubiera previsto”, el libro de la escribana Cynthia Manis, que también propugna la prevención en materia de familia y patrimonio.
Hoy nos encontramos con un panorama diferente: el anunciado impuesto a la herencia, que probablemente se trate en el Congreso a lo largo de este año, habrá de dotar a la Planificación Sucesoria de un incentivo fundamental, consistente en planificar para evitar costos impositivos innecesarios.
El impuesto a la herencia fue el evento fundamental que generó el desarrollo de la práctica del “estate planning”, o sea, la Planificación Sucesoria en Estados Unidos, a partir del año 1915.
Pero no debemos confundirnos: el impuesto sucesorio es un incentivo para pensar lo que, en realidad, es necesario pensar por otros motivos:
- Porque nunca sabemos cuándo vamos a morir, y, por lo tanto, el patrimonio tiene que alcanzar para una vida muy larga, pero también debe protegernos frente a una contingencia de salud.
- Porque nuestros seres queridos, en muchas etapas de la vida, requieren de nuestro aporte económico para su desarrollo, y, por lo tanto, es necesario evitar que una muerte prematura genere un daño a los proyectos de vida de los integrantes de la familia.
- Porque el patrimonio debe ser una herramienta para el bienestar de la familia, y no la causa de la desunión y de las peleas.
- Porque hoy, el concepto de familia es diferente del que teníamos hace veinte o treinta años, y, por lo tanto, es necesario designar con claridad a quienes deben ser beneficiados, por lo menos, con una parte del patrimonio.
En definitiva, debemos pensar que la Planificación Sucesoria no es un asunto del “mas allá”. Es un asunto del “más acá”, que nos involucra a todos.
Nuestras buenas decisiones pueden ser fundamentales para proteger el patrimonio, y permitir su crecimiento a lo largo de las generaciones.
Nuestras malas decisiones, a veces, pueden convertirse en causa de infelicidad para nuestros seres queridos.
Recordemos que los traumas hereditarios (una sucesión que dejó huellas negativas) son hereditarios, y se trasladan de una manera u otra a las siguientes generaciones.
Está en nosotros tomar las mejores decisiones.
El autor es director de CAPS Consultores.