Por Joaquín Morales Solá.- No tienen un solo candidato con perspectivas ganadoras, no pueden ponerle freno a la creciente crisis económica y temen salir terceros en la primera vuelta de octubre de las elecciones presidenciales de este año, después de Juntos por el Cambio y de Javier Milei. El ministro de Economía, Sergio Massa, comprueba con la rigidez de los hechos que su proyecto de ser candidato presidencial se convierte en una esperanza muerta tras los índices inflacionarios cada vez peores. Su otro proyecto, ser jefe de la oposición en el próximo período presidencial y candidato a presidente en 2027, podría también naufragar en los meses por venir. Cristina Kirchner sabe desde hace tiempo que la derrota la aguarda en las elecciones de este año; solo se aferra desesperadamente a una cornisa resbaladiza para que su fuerza política logre eludir el tercer lugar en los próximos comicios. Un resultado así (también lo sabe) la condenaría a un final definitivo para su vida política. En ese mar de impotencias, Alberto Fernández se abraza a su improbable reelección o, en todo caso, a la elección de un candidato afín, como Daniel Scioli, igualmente con escasas posibilidades de ganar. La realidad del oficialismo es tan calamitosa que un dirigente albertista con cierta formación intelectual, como Fernando “Chino” Navarro, aceptó públicamente que solo les queda rezar para que Milei le saque votos a Juntos por el Cambio. Fue la notificación oficial de que ellos ya no pueden hacer nada para salir de la nadería electoral en la que se encuentran.
Es el telón de fondo que estuvo detrás de las últimas decisiones económicas, que otra vez comprometieron la situación de los jubilados. Massa tiene dos obsesiones. Una de ellas es que el dólar no siga subiendo porque el valor de la moneda norteamericana es el que estabiliza o desestabiliza a los ministros de Economía. Un crecimiento mayor de la brecha entre el dólar paralelo y el oficial lo obligaría al Gobierno, más pronto que tarde, a una devaluación, que es la decisión de la que Massa huye. La devaluación del peso tendría consecuencias directas sobre un nivel aun mayor de inflación, que es la más grande causa del hastío social. La otra obsesión del ministro consiste en encontrar una fórmula para financiar el déficit fiscal cuando ya no hay ni dólares ni pesos.
Hay que alejarse de los porcentajes sobre el PBI para hablar del déficit fiscal. El PBI está falsamente aumentado por la inflación. Cualquier empresario les pediría a sus ejecutivos que no le hablen de porcentajes, sino de cifras. Hablemos de cifras. El déficit actual del Estado es de cuatro billones de pesos. Un número monumental. El equipo económico busca mil formas de resolver ese trance, casi todas efímeras e insuficientes. “A veces parece que quieren sacar un tornillo con un martillo”, ironiza un renombrado economista. Sea como fuere, la única solución final es siempre la misma: la emisión monetaria. Es decir, la impresión de moneda falsa porque no está respaldada por las reservas de dólares ni por las exportaciones ni por nada serio. Pero la emisión monetaria en condiciones tan frágiles sirve también para enardecer la inflación. La pérdida de una noción de los precios relativos lo acosa a Massa, ya sea por el volátil valor del dólar o por la necesidad de financiar el déficit del Estado. Conclusión: la imparable inflación solo podrá ser controlada por una fuerte recesión de la economía, que es otra situación que exacerba a la sociedad porque significa pérdida de puestos de trabajo y menores aumentos salariales. Fuentes confiables señalan que el equipo económico está realmente preocupado por la deriva de la situación, a pesar de que Massa siempre confía en que la mala hora es una circunstancia pasajera.
Los errores del gobierno de Alberto Fernández en materia económica fueron muchos. Desde las designaciones de Martín Guzmán y de Silvina Batakis hasta el propio encumbramiento de Massa, un abogado tardío que depende de los conocimientos de un equipo de economistas mediocre. Estos quieren hacer magia sin conejos y sin galeras. Es cierto que también debió enfrentar una pandemia mal administrada y la peor sequía que se recuerde en los últimos 110 años. Este último fenómeno meteorológico le sacó al país ingresos por 20.000 millones de dólares. A un país que ya no tenía ingresos de dólares como consecuencia de la desconfianza generalizada en un Gobierno donde nadie sabe quién gobierna. ¿Es Cristina Kirchner? ¿Es Alberto Fernández? ¿O es, al fin y al cabo, Massa y su arte de mostrar lo que no existe?
La última treta del ministro de Economía fue meter mano en el llamado Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses, un trabalenguas que creó el kirchnerismo cuando manoteó los fondos comunes de pensión, las AFJP. Unos 30.000 millones de dólares fueron a parar entonces, en noviembre de 2008, a manos de la Anses y de ese Fondo de Garantía de Sustentabilidad. La reciente decisión de Massa mostró que ese Fondo no tiene dólares, sino bonos de distintos colores, que serán cambiados por otros bonos. Lo hizo con el solo propósito de bajar un poco el precio de dólar contado con liquidación, que es el que marca el ritmo del dólar paralelo. Tanto para tan poco. En rigor, el futuro de los jubilados se dañó definitivamente cuando los Kirchner se quedaron con los recursos de las AFJP, que cometían algunos excesos, pero que podrían haber sido resueltos sin necesidad de estatizarlos. Con las AFJP, los aportantes al sistema jubilatorio podían averiguar cada tres meses cuál era el saldo de sus depósitos, cómo se habían invertido y qué resultados habían dado. Carlos Melconian acaba de decir que la reciente decisión de Massa “mostró que no hay fondo ni garantía ni sustentabilidad”. Otro economista, Enrique Szewach, agregó que ese Fondo “es una caja de papeles con distinta denominación. No es garantía de nada”. Los dólares verdaderos se usaron para financiar al Estado kirchnerista y hasta parte de ellos se los llevó Julio De Vido para hacer supuestas obras públicas. Nadie sabe qué obras públicas, ni si estas se hicieron, ni si devengaron alguna ganancia.
Melconian agrega que el gobierno de Alberto Fernández le está haciendo un favor a la próxima administración porque desnuda, voluntaria o involuntariamente, las mentiras del kirchnerismo. Victoria Tolosa Paz denunció hace poco que gran parte de los planes sociales Potenciar Trabajo son subsidios a personas que no merecen ninguna asistencia del Estado. El propio Massa reconoció que las tarifas para el transporte de la electricidad están increíblemente atrasadas, y es cierto: solo aumentaron un 31% las tarifas de la luz en los últimos tres años cuando la inflación acumulada por el gobierno de Alberto Fernández, hasta diciembre del año pasado, fue del 123%. A esas revelaciones, Melconian les suma la reciente aceptación de que en la Anses no hay fondo ni garantía ni sustentabilidad para tranquilizar a los actuales y futuros jubilados.
Llama la atención cómo los actuales y futuros jubilados son absolutamente indiferentes a lo que sucede con las jubilaciones. Ningún argentino, salvo los que tienen regímenes especiales, confía que podrá vivir algún día de una jubilación. Tienen razón: ¿para qué preocuparse si cobra lo mismo un jubilado que aportó toda su vida que el que no aportó nunca? En Francia y en Uruguay se debaten en estos días algunas modificaciones al sistema de jubilaciones. Por lo general, en ambos casos suben la edad para los que se jubilan. Los trabajadores franceses y uruguayos están martirizando a los presidentes Emmanuel Macron y Luis Lacalle Pou. Ambos mandatarios argumentan que están cuidando la sustentabilidad del sistema para los jubilados del futuro porque los actuales están bien. Trabajadores y jubilados argentinos están mal y ya no los saca a la calle una ingrata novedad más sobre jubilaciones actuales y futuras. La jubilación en la Argentina es una ilusión que destruyó el kirchnerismo, salvo para la jefa de esa facción política. Cristina Kirchner se da el lujo de cobrar dos jubilaciones de privilegio, la de ella y la de su marido como expresidentes. Un total de más de siete millones de pesos mensuales. Es un doble privilegio, la jubilación en sí misma y cobrar dos; esta excepción última se la autorizó Alberto Fernández. Hasta el acceso del kirchnerismo al poder en 2019, Cristina Kirchner cobraba solo una jubilación, no dos. La desesperación tiene más razones que las políticas cuando todo presagia la finitud.
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