Es poco común encontrar trabajando en una misma actividad a tres generaciones. Se trata de la peluquería de los Zenklusen, en la que trabajan Ovidio (desde 1952), sus hijos José Luis (1986) y Javier (1996) y su nieto Claudio (mayo de 2007).
«Tengo antecedentes de mi papá Antonio en el campo cuando vivía en Villa San José y de mi hermano en Pilar, lugar donde yo empecé a los 16 años y estuve dos años», recuerda con nostalgia Ovidio, quien nació hace 74 años en Bella Italia, en una entrevista con este cronista.
A partir del 28 de octubre de 1952 se independizó y se instaló con su propia peluquería en calle Belgrano 90 frente a la plaza 25 de Mayo de Rafaela, para continuar luego en otros locales de bulevar Roca 241, Moreno 414 y desde 1983 en la esquina de Aristóbulo del Valle y San Lorenzo. Está casado con Adelina Buffa y tiene otros dos hijos: Sergio y César.
«Voy a seguir hasta que Dios me dé salud, el trabajo me mantiene vivo y es parte de mi vida», agrega, tras admitir que pasaron muchas «cabezas» por sus manos desde conocidos hasta gente común de Rafaela y de la zona: Villa San José, Angélica, San Martín de las Escobas, Bella Italia, Nuevo Torino, Lehmann, Egusquiza, Roca, Vila, Clucellas, Pilar.
«Venían a la ciudad a realizar trámites y aprovechaban a cortarse el pelo cuando la peluquería estaba frente a la plaza», añora.
En 1954 realizó el servicio militar en Santa Tomé y fue ayudante de peluquero y en 1969 atendió a los hermanos maristas y a su pupilado los días lunes. «Soy un agradecido de mis clientes. Desde que me inicié todavía quedan algunos como Héctor Mastrandrea de 91 años y José Ercole de 55», recuerda. Contó la anécdota de Antonio Grande (abuelo de quien escribe esta crónica): «Primero venía al negocio y después yo iba a su casa de calla Bolívar al 100 (murió a los 90 años), con la particularidad que fumaba sin sacarse el cigarrillo de la boca y no se le caía la ceniza», rememora.
En tantos años ya atiende a clientes de la tercera y cuarta generación, pero aclara que concurren jóvenes porque trabajan sus hijos (pasaron de ser empleados a trabajar en la peluquería) y su nieto. «Al principio los fui formando sobre cómo usar las herramientas de trabajo (el movimiento de las tijeras y del peine) y en los secretos de la profesión, pero luego complementaron concurriendo a cursos de capacitación en Santa Fe, cuyos profesores se dieron cuenta del buen manejo de las mismas», afirma, poniendo como ejemplo que practicaban en una cabeza de botella de vidrio y de tergopol.
Más allá de que es una peluquería tradicional de la ciudad y que solamente atienden a los varones, sus hijos tratan de estar con las nuevas tendencias de la moda con cortes americanos, rapados, desmechados, desplegados, entre otros.
La jornada laboral arranca temprano, a las 7:30, se corta al mediodía y continúa por la tarde a partir de las 16 hasta las 21, pero aclaran que no dan turno y atienden por orden de llegada, ya que tienen cuatro sillones para agilizar la atención de los clientes (ahora están enfrentados, antes estaban en fila cuando eran tres). «Pero los sábados el trabajo se extiende más allá de los horarios previstos», confirman sus hijos.
Como en toda peluquería los temas de conversación son muy variados, desde aspectos de la política hasta el deporte, pasando por cuestiones de hechos delictivos como robos o en su momento la caída de las torres gemelas (en 2001). «Se conversan los temas del día y de la semana», sostiene Ovidio. Desde siempre no faltaron las revistas de El Gráfico y ejemplares del diario La Opinión para entretener mientras esperan o son atendidos.
Recuerdo especial
En una de las paredes del local hay un reloj antiguo a cuerda que funciona con el movimiento de un péndulo (toca campanadas cada media hora). «Me lo regaló el hermano marista español Fausto López con la condición de ubicarlo en la peluquería», se emociona Zenklusen.
Muy cerca está el decálogo de la Unión de Socios Peinadores de la República Argentina con sede en Buenos Aires. El último punto señala que el triángulo de la profesión se basa en tres puntos: el hogar, el negocio y la unión de los peinadores.
Respecto al precio del corte, compara antes de la crisis 2001-2002 y la actualidad. «Cuando el dólar estaba a un peso el corte común era de 8 pesos y ahora está 13, que no tiene relación con el precio del dólar (más de tres pesos) con lo cual estaría a 24 pesos, pero no se puede trasladar al bolsillo del cliente, mientras las herramientas son importadas y por ejemplo una tijera sale 400 pesos y una afeitadora 1.000», reflexiona.
La entrevista ya había terminado y don Ovidio no paraba de hablar, como es su costumbre, en forma verborrágica, pero haciendo hincapié en los valores que les transmitió a sus hijos y ahora sigue con sus 10 nietos.