Por Ricardo Miguel Fessia.- Comenzamos un año agitado. Si bien estamos bastante acostumbrados al jaleo y casi nada nos sorprende, no era habitual que desde el 1 de enero se lancen anuncios oficiales de mucha potencia; para el caso es el mismo Presidente que informa el juicio político a la Corte.
De esta forma se pasaba a la vanguardia en la imaginería del Gobierno, relegando la herramienta que tantos buenos resultados les había aportado: la construcción de una gran argucia.
Desde los primeros días de la gestión, hace de ello más de tres años, se fueron presentado poca o ninguna solución pero abundantes representaciones imaginarias de situaciones no reales. En términos coloquiales, enredos o falsedades prohijadas en oscuras mentes que, sabedoras de embustes previos, completaban el círculo en la construcción de una realidad absolutamente ajena a la que realmente sentimos o vivimos el resto de las personas.
Se ha optado por la falacia como arma para enfrentar a la realidad y los resultados en los primeros tiempos fueron generosos ya que hasta pudieron construir cierto dominio que les permitía una confianza de sectores amplios siempre necesitados de una esperanza. En los primeros meses la imagen positiva del Presidente llegaba a los 80 puntos, vaya si era buena.
Esto demuestra que una parte importante de la sociedad les gusta mirarse en esos espejos que deforman la realidad y nos vemos apuestos y esbeltos. Para el caso, ese espejo era el construido a partir de esas bases; mitad falsas y mitad una mentira. El cristal está exornado con los barnices melifluos de la fulla.
Pero no todo es así. Un grupo, entre los que hay habitantes de los despachos oficiales o que goza de alguna sinecura, saben perfectamente de la falacia pero se suman al entusiasmo de las masas para guarecer sus apetencias, sea de bienes materiales como de poder.
Los que, a voz en cuello, delatan esas situaciones tienen dispar recepción. Por un lado, un sector está absolutamente embelesado con el informe irreal que se trabajó desde la parte del peronismo en el Gobierno, en general identificado como el kirchnerismo, que desde varios años está absolutamente aislado de la realidad argentina y no puede, no quiere o no sabe observar la realidad. Con alguna moderación el presidente Kirchner en su mandato, pero luego y en forma desenfrenada la presidente Cristina Fernández nos arrastró en medio de un veranito por el precio de los commodities, a un país que no existe. Muchos, tantos que podríamos hasta decir todos, vivimos en la confusión al punto de sorprendernos por el alto costo de los servicios, o del combustible o de la energía eléctrica, en los países centrales, en tanto pagábamos bicocas.
Todos y todas recordamos la voz pedante de un súper ministro decir que la inseguridad era “una sensación” o hasta al mismo presidente que la inflación está “en la cabeza de la gente”.
También entendemos a los que con resignada voz se exculpan sosteniendo que de otra forma esto sería insoportable.
En la construcción de esa realidad solo para pocos, le llegó el turno a la Justicia, entendida como el sistema de impartir justicia. Se tomó la muletilla del “lawfare” que se repite espasmódicamente cada vez que se da trámite a una denuncia por casos escandalosos de corrupción de funcionarios cuyos albores reconocen nombres como el de Jaime, tal vez la nave insignia de la flota de la deshonestidad y el cohecho. Como en las solicitadas, vale eso de “siguen las firmas”.
En esa realidad, todo vale y es lo mismo “rey de bastos, caradura o polizón”. Para afirmar la idea por sobre la realidad, basta solo una parte de cinismo con un poco de descaro que se mezcla por partes iguales con una impostada indignación y un toque de motivación al resentimiento para encrespar aún más los ánimos.
Con datos objetivos de casi la mitad del país en la pobreza y uno de cada diez en la indigencia, es poco el acicate que se necesita para exaltar los ánimos. En adelante todo vale. Con esta plataforma, se pueden lanzar con bastante éxito los relatos que se multiplican por millones y toman distintas formas.
En un clima de marchas y concentraciones, un tribunal, luego de mil recursos y otras tantas excepciones, habilitó el juicio de una causa en donde hay una serie de funcionarios involucrados entre los que se destaca la actual vicepresidente Cristina Fernández. Entendemos que hay tiempos y pasos que se deben respetar, pero para el caso se extendieron sobremanera en un celo exacerbado en aceptar impugnaciones reales o imaginarias. Lo efectivo es que se habilitó el debate, eso es, el juicio de verdad. Todo lo previo es preparativos; en el debate se ven las caras y se muestran los elementos que oportunamente se aportaron para la acusación o para la defensa. Luego de intensas jordanas se concluyó en una sentencia condenatoria para los imputados.
En adelante se profundiza sobre la idea bisoña del “law fare” que cada vez recoge menos adeptos ante la contundencia demoledora de las pruebas. Entre otras perlas se pudo demostrar el crecimiento desmedido de Daniel Muñoz, secretario de los Kirchner entre 2003 y 2009, en cuyo patrimonio se encontraron 110 inmuebles en la Argentina que se compone de dos estancias en Santa Cruz, complejos de cabañas en Villa La Angostura, El Calafate y San Martín de los Andes, 16 inmuebles Miami y dos departamentos en el Plaza Hotel de Nueva York valuados en 14 millones de dólares.
La cantidad de causas iniciadas conforman un acervo que informa en detalle la metodología de extracción urdida para sustraer y lavar dinero de los argentinos con la complicidad de empresarios y sindicalistas, en grado parejo de corrupción, de modo directo o a través de distintos testaferros.
Como ese relato se va horadando, redoblan la apuesta y ahora la consigna es ir por todo: llego el juicio a la Corte. Directamente y ante el fracaso de la presión con la herramienta del discurso, hay que disparar a la cabeza. El máximo tribunal es responsable del “mal desempeño” (artículo 53 de la CN) y por lo tanto hay que ir por ellos.
Sería un error o una liviandad por lo menos creer que todo esto es por generación espontánea. Varios sectores de la política entienden al Estado como una cantera inagotable de recursos a los cuales se puede echar mano tanto para el crecimiento patrimonial individual y familiar, como para alimentar la vieja maquinaria de la compra de votos, sea entregando dinero, alimentos, vestimenta, o creando cargos artificialmente que no reportan utilidad alguna más allá de la percepción del emolumento por parte del ocasional beneficiado.
Ello incrementa el déficit fiscal que es causa del ahogo financiero. Por generaciones se fue conformando un Estado insostenible, incrementado en forma irresponsable para sostener privilegios de grupos que por ciclos temporarios agitan las disputas. Por ahí deberíamos poner la mirada al momento de preguntarnos por la inflación, la carencia de moneda, la pobreza lacerante e incluso, la deuda que en sus dos vertientes -pesos o dólares- no para de crecer. Solo por apuntar, a mano alzada, los problemas internos; cuando se trata de establecer vínculos con las dificultades que tiene el Gobierno para alcanzar acuerdos a nivel internacional, las objeciones son más complejas. En particular con el FMI.
Esos problemas que ahora nos aquejan, tienen una misma matriz: la vocación sostenida por residir en la zona de la falacia. Acosado desde distintos frentes, en un estado de inmovilidad por sus contradicciones internas y por natural inoperancia, el Gobierno no encuentra otra respuesta más que la construcción de relato que ni los propios creen pero que sentados en las primeras filas menean sus cabezas en signo de aprobación. En tanto el país sigue desbarrancándose.
La superación del atranco en el que nos vemos sumido la podemos buscar en el momento en que un sector importante de la sociedad no caiga presa del relato dulzón.
Los referentes de la oposición, si buscan conservar el capital logrado en las elecciones de medio término, deben enviar un mensaje claro, esta es la oportunidad. Con posiciones ambiguas, amistades que generan dudas o acuerdos hechos de apuro solo deparan la pérdida de confianza de los electores que, al no verse representado en su deseo de dejar atrás la vieja política de una buena vez, podría recalar en propuestas antipolíticas. Otra opción, sería la de marchar hacia otro engaño, una nueva realidad de cuento.
El autor es rafaelino, radicado en la ciudad de Santa Fe. Abogado, profesor titular ordinario en la UNL, funcionario judicial, ensayista.