Por Adán Costa.- Si acomodamos la dioptría de la lente, en el brebaje de la popular «caña con ruda» probablemente podamos visualizar una parte de la historia milenaria, sufriente y amorosa, de nuestras tierras. Estas tierras que algunos llegaron a asignarles el poético nombre de «raza cósmica». Beber caña con ruda en los agostos debería permitirnos poder vernos un poco mejor entre nosotros. Nos hace evidente un origen sincrético y nos proyecta un destino de comunidad.
La ruda, o como la ciencia de occidente la conoce como «ruta graveolens» es una planta cuyo origen se encuentra en las costas del Mar Mediterráneo, ese que los antiguos romanos llamaron el «Mare Nostrum». Existen referencias bíblicas en “Números” o en el “Deuteronomio” que la ponen en la superficie del conocimiento. Para Job, la ruda era el alimento de los pobres y los marginados, como también aparece bien marcado el carácter simbólico de purificación y de limpieza en tanto rito. En antiguos tribunales, utilizaban ruda e incienso después de interpretar la ley.
Lucas, ya desde la tradición cristiana, menciona a la ruda, esa que abundaba en las sinagogas, pero que era una de las plantas que los judíos fariseos se olvidaban de limpiar, aludiendo críticamente a la hipocresía en la cual caían con frecuencia. Seguir un culto, escuchar una palabra, cuidar el dogmatismo no es suficiente si se practica lo contrario. Es toda una marca de Occidente que pueda existir una práctica que se desentienda de su teoría.
Sin embargo, para el cristianismo, desde entonces, se la ha asociado con la humildad de espíritu. Los primeros españoles que llegaron a lo que para ellos era el nuevo mundo, estaban muy preocupados porque sus organismos no se adecuaban al clima tropical del Caribe al que habían arribado y perecían como moscas. También ellos transmitieron enfermedades desconocidas en América, como la viruela. Allí decidieron introducir la ruda, como un elemento de protección contra insectos y contra todo lo que no conocían, pero que rápidamente le asignaban el nombre de maleficio.
Lo cierto es que la ruda comenzó a cultivarse y prodigarse rápidamente en las tierras que le asignaron arbitrariamente el nombre del marino Américo Vespucci. Precedida de esa poderosa carga ritual se mezcló con las sabidurías indígenas que rápidamente advirtieron las propiedades medicinales de la planta y la incorporándola a su herbolario, a esa, su medicina homeopática ancestral. La que tiene la cualidad de preservar a las personas en el estado de salud, antes que remediar una patología.
Nació una yuxtaposición cultural muy interesante por la que algunos antropólogos la enseñan calificándola como matriz hispano-indígena. No es la única. La caña de azúcar se cultivó por primera vez hace al menos diez mil años, en el sureste asiático, especialmente en las Filipinas y Nueva Guinea, China e India, donde se hallaban encontraban condiciones climáticas para su crecimiento. Luego los árabes la llevaron al Medio Oriente y de allí al Mediterráneo.
Pero no fue hasta el siglo XVI cuando los españoles y portugueses encontraron en las Antillas y las islas del Caribe condiciones para que la caña de azúcar sea cultivada, dando lugar a la producción a gran escala del azúcar y de sus destilados, el ron, la grapa y la caña, en sus diferentes gradientes del alcohol.
En el sur de América, el triángulo que conforma Tucumán, Salta y Jujuy desarrolló desde mediados del siglo XVII una próspera actividad de los ingenios azucareros. La celebración en el primer día del mes de agosto como el “Día de la Pachamama” es una definición relativamente reciente, pero que se apoya en costumbres muy longevas de las comunidades andinas de agradecer a la tierra por los alimentos.
No es una celebración homogénea para todos los pueblos originarios, porque, por caso, para los mapuches o quienes se inspiran en el Tihuantinsuyu inca, las celebraciones importantes del nuevo ciclo de vida son en el mes de junio. Lo que si es bien interesante es poder conocer que en mezcla de la ruda como planta-rito con el destilado de la caña de azúcar, que muchos atribuyen a los guaraníes, hace a una singularidad cósmica de la Latinoamérica.
No es de otro lugar más que del nuestro. Lo pachamámico es un símbolo de sincretismo cultural. En dónde hay sincretismo siempre habrá comunidad. Poder mirarnos a los ojos, aún en nuestras diferencias, y ver en común.
El autor es abogado y docente universitario de la ciudad de Santa Fe.