Por Alessandro De Carolis.- Su historia es conocida por muchos. Muy joven, un talento de la primera época de Internet junto con un gran corazón hacia cualquier persona, ya desde niño y especialmente hacia sus coetáneos, a los que ayuda todo lo que puede. Un adolescente precoz de inteligencia y alma, como corresponde a alguien que nació original pero no morirá siendo una fotocopia. En 2006, con 15 años, Carlos Acutis ya había abierto el camino de lo que significa tener fe, amar a la Iglesia y a los pobres, y traficar su creatividad en la red para dejar un mensaje -con su exposición sobre los milagros eucarísticos- que no se consume perdiéndose como tantos algoritmos. En octubre una leucemia fulminante se lo lleva, pero no lo que construyó. El Papa Francisco lo beatifica en 2020 en Asís, donde ahora descansa en el Santuario de la Expoliación, meta de interminables peregrinaciones.
Una carta para una vida
Y es aquí donde comienza la extraordinaria historia del milagro que conducirá a la canonización de Carlos. Entre los numerosos peregrinos que acuden a la tumba, el 8 de julio de 2022, un viernes, hay también una mujer, Liliana, de Costa Rica. Se arrodilla, reza y deja una carta, palabras de esperanza que envuelven la peor angustia de una madre. Seis días antes, el 2 de julio, su hija se cayó de la bicicleta por la noche cuando volvía a casa, en el centro de Florencia, donde la niña estudia desde 2018. Las noticias que llegan del hospital Careggi son de las que quiebran. Traumatismo craneoencefálico muy grave, operación de craneotomía, extirpación del hueso occipital derecho para aliviar la presión, esperanza de supervivencia casi nula.
Ese 2 de julio, la secretaria de Liliana comienza a rezar al Beato Carlos Acutis y el día 8 la propia Liliana se dirige a Asís. Ese mismo día, el hospital informa: Valeria ha reanudado espontáneamente la respiración, al día siguiente empieza a moverse de nuevo y habla parcialmente. A partir de entonces es uno de esos casos en los que los protocolos médicos pasan a un segundo plano. El 18 de julio, la tomografía computarizada muestra que la hemorragia ha desaparecido y el 11 de agosto la niña es trasladada a terapia de rehabilitación, pero después de sólo una semana está claro que la recuperación completa está a un paso. Y el 2 de septiembre, madre e hija vuelven a Asís, a la tumba de Carlos, para dar las gracias infinitas.
Drama en la selva
Hay una historia en cierto modo no muy distinta que conducirá a la canonización del beato piamontés José Allamano, que vivió entre 1851 y 1926. De joven, José creció entre los salesianos, a los 22 años era sacerdote con el sueño de ir a una misión, pero su salud no era de hierro y tuvo que ocuparse de otras cosas. A los 29 le enviaron a dirigir el mayor santuario mariano de Turín, dedicado a Nuestra Señora Consolata. Lo devolvió a su antiguo esplendor y el sueño de las misiones se transformó en una gran obra, el Istituto Missioni Consolata, que fundó en 1901 y, a petición de Pío X, estableció también una rama femenina con las Hermanas Misioneras de la Consolata. Juan Pablo II lo beatificó en 1990.
El 7 de febrero de 1996, un jaguar hembra se abalanzó sobre Sorino Yanomami, un indio de la selva amazónica. El golpe le arrancó parte del cráneo y durante ocho horas el hombre quedó sin atención médica adecuada, hasta que un avión lo trasladó al hospital de Boa Vista. La escena para los médicos es terrible, el indígena es operado y luego ingresado en cuidados intensivos. Junto a él, además de su mujer, están seis monjas de la Consolata, un sacerdote y un hermano misionero, también de la Consolata. Todos ellos invocan al beato Allamano y colocan una de sus reliquias junto a la cama de Sorino. Ese día comenzó la novena del beato y los religiosos la recitaron para pedir a su fundador la curación del hombre. Sorino se despertó diez días después de la operación sin problemas neurológicos. El 4 de marzo fue trasladado a una residencia y el 8 de mayo regresó a su pueblo completamente curado, reanudando su vida como habitante del bosque.
La oración que cura
En los Decretos firmados por el Papa, hay otra historia de curación milagrosa que conducirá a la beatificación del Venerable Juan Merlini, sacerdote umbro originario de Espoleto, donde nació en 1795, falleciendo en Roma en 1873. En 1820 ingresó en la Congregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre, a la que serviría hasta su muerte con toda energía, llegando a ser su Moderador General en 1847. Fue muy estimado por Pío IX, que lo quiso como consejero espiritual.
La historia del milagro se refiere al Sr. C. Cefalo, de Benevento de 1946, hospitalizado entre septiembre y octubre de 2013 por angiodisplasia, una malformación vascular del intestino. El cuadro clínico empeora, las hospitalizaciones y las transfusiones de sangre no surten efecto. El 10 de enero de 2015, estaba de nuevo hospitalizado en estado crítico en estado semiinconsciente. Una sobrina que frecuentaba la parroquia de Santa Ana de Benevento, dirigida por los Misioneros de la Preciosísima Sangre, comienza a pedir a su familia la intercesión del Venerable Juan Merlini. Colocaron una pequeña imagen suya con una reliquia en la cama del enfermo, y a partir del 16 de enero se produjo un repentino e inexplicable cambio a mejor en su evolución clínica, que condujo a una recuperación rápida, completa y duradera que no podía explicarse científicamente.
Sin miedo
Entre los beatos de los decretos de hoy no faltan historias de martirio. La primera se refiere a un sacerdote polaco, Estanislao Kostka Streich, nacido en 1902, que tras su ordenación ejerció como párroco y se distinguió por la dedicación con la que se entregó creando grupos de catequesis y oración para niños, jóvenes y adultos, ayudando a trabajadores, desempleados y familias con dificultades. Su acción pastoral molestó a la franja comunista que se había instalado en Luboń y que consideraba que la cercanía del padre Estanislao a los obreros era una forma de que la Iglesia esclavizara a las clases pobres. El sacerdote recibió cartas anónimas llenas de insultos y con amenazas de muerte, desconocidos profanaron el sagrario y tiraron los ornamentos litúrgicos, pero el padre Estanislao aguantó valientemente, hasta que el 27 de febrero de 1938, durante la misa, cuando se acercaba al ambón para la homilía, Wawrzyniec Nowak, comunista declarado, lo mató disparándole cuatro tiros. Lo más probable es que el sacerdote se percatara de la presencia de Nowak y adivinara sus intenciones, ya que hizo que los niños se alejaran del púlpito. Capturado por la multitud, el asesino es posteriormente juzgado y condenado a muerte.
Como María Goretti
La otra historia de martirio se refiere a una laica húngara, María Magdalena Bódi. Nacida en 1921 en Szgliget, era hija de trabajadores agrícolas, pero considerada ilegítima porque su padre era indocumentado. Además, es un hombre rudo, alcohólico y ateo. Sin embargo, bajo la influencia de su madre, María Magdalena crece en la fe, recibe los sacramentos y se pone al servicio de los niños, los pobres, los ancianos desatendidos o abandonados. Quiso consagrarse, pero ningún instituto religioso podía aceptarla a causa de la situación irregular de sus padres. Se consagra entonces a Cristo Rey, haciendo voto privado de castidad perpetua. En 1939 comienza a trabajar en la fábrica y presta apoyo moral y espiritual a la Asociación de Muchachas Trabajadoras. La solidaridad se multiplica al estallar la Segunda Guerra Mundial, María Magdalena ayuda a los ancianos y a las madres con niños pequeños y asiste a los heridos en el hospital cercano. Cuando las tropas soviéticas llegan a su pueblo el 23 de marzo de 1945, un soldado ruso se fija en ella con otras mujeres fuera de un refugio y les ordena que la sigan hasta una parte escondida. La joven sabe lo que le va a pasar, lo sigue y al principio consigue herirlo de un disparo de pistola. Se libera y sale del refugio para decir a las demás mujeres que huyan, pero el soldado sube al tejado y le dispara por la espalda, matándola.
Fuente: https://www.vaticannews.va/es