Subir un cerro montañoso parecería sencillo a primera vista, pero a decir verdad requiere preparación, paciencia, estado físico y también se necesita de la ayuda de las condiciones climáticas. Hace unos días el joven Mauro Salari (25 años) oriundo de la vecina localidad de Saguier alcanzó ese objetivo, teniendo a su cargo un grupo de soldados.
Para ejercer su actual actividad profesional estudió en el Colegio Militar de la Nación en Palomar (provincia de Buenos Aires), donde funciona la escuela de oficiales del Ejército. «De chico me gustó esta profesión», confesó. Fueron cuatro años de cursado, recibiéndose como Subteniente de Infantería, también estudió Licenciatura en Administración y, además, realizó un curso de instructor de andinismo.
En diciembre de 2004 tuvo su primer destino en el Regimiento de Infantería de Montaña N° 11 «General Las Heras» en la ciudad de Tupungato, ubicado a 70 km de la ciudad de Mendoza. Actualmente es oficial, su actividad principal es estar preparado en caso de algún conflicto internacional.
La patrulla partió rumbo al Aconcagua el 5 de febrero último, desde Tupungato hacia Puente del Inca (2.700 m), siguió durante varios días pasando por los puestos de Laguna Horcones, Ibáñez, Plaza de Mulas (4.300 m de altura), Nido de Cóndores (5.400 m con plena nieve), Semáforos, Piedras Conwoys, Plaza Canal, Berlín (5.930 m), Independencia (6.400 m), Portezuelo del Viento, La Canaleta (6.700 m), entre otros. El camino está marcado por un sendero por donde pasa mucha gente.
«Es la primera vez que subo al Aconcagua, se formó una patrulla de 9 hombres del Regimiento de la que yo era el jefe. Salimos para Puente del Inca que está a unos 150 km de Tupungato y armamos las cargas que fueron en mulas», contó Mauro a este cronista.
En el camino se encontraron con muchos extranjeros, alemanes, polacos, rusos, españoles, quienes paraban en el trayecto con sus respectivas carpas (ellos llevaron cuatro). A medida que fueron ascendiendo al Aconcagua -tiene una altura de 6.959 metros- empezó a aparecer la nieve permanente y el frío fue pasando la raya de los grados bajo cero.
«A mayor altura el oxígeno empieza a faltar y el organismo reacciona de distintas maneras, el mal agudo de montaña, que se denomina MAM, produce cefaleas, vómitos, hasta llegar en algunos casos a edema pulmonar o cerebral», confesó.
En un momento de la caminata tuvieron que socorrer a otros militares, que venían bajando luego de haber llegado hasta la cima, y uno de ellos tuvo síntomas de cansancio con problemas respiratorios.
Vientos fuertes
En el tramo final de la escalada esperaron porque había fuertes vientos, a tal punto que las carpas se movían y a la noche la temperatura llegó a más de 20 grados bajo cero.
Para contrarrestar el frío «teníamos un equipo especial: en mi caso una remera y pantalón «primera piel» de polipropileno que permite sacar el sudor hacia afuera y mantener el cuerpo seco, una remera de algodón «segunda piel» para sacar el calor, dos buzos polares y otro equipo de campera y pantalón resistente al viento que es impermeable. Se marcha con 37 grados en el cuerpo, transpirando con el sol que pega en la nieve; hay que usar protector solar y manteca de cacao para los labios y antiparras si hay mucho viento».
Y continuó narrando «hay que tomar mucho líquido, pero como no teníamos agua derretíamos constantemente nieve, a la noche tomábamos sopa (llevábamos un calentador chiquito) e ingeríamos alimentos livianos, yo trataba de cuidarme y bajé tres kilos».
Tuvieron alguna complicación cuando dos hombres de la patrulla se sintieron mal, uno con principio de edema pulmonar y el otro con vómitos, ambos fueron acompañados de regreso por un soldado, quedando seis de los nueve que partieron.
El martes 13 de febrero se despertaron a las 2 de la madrugada para iniciar la última parte del trayecto. «Todos pensaban que ese día podía ser fatídico, pero gracias a Dios amaneció lindo. A las 3:20 salimos desde Nido de Cóndores, llegamos al puesto Berlín cuando el termómetro marcaba 30 grados bajo cero. Seguimos avanzando hasta el refugio Independencia, luego a Portezuelo del Viento, como su nombre lo indica con mucho viento, había que taparse muy bien la cabeza porque se te congelaban las orejas y los pómulos», contó Salari.
Cuando arribaron al refugio denominado «La Canaleta» a 6.700 m de altura, al entrevistado y a otro integrante de su patrulla les atacó el citado MAN. «Por momentos perdí el conocimiento, no me acuerdo dónde iba ni qué decía, iba caminando por inercia en una zona que es muy empinada».
Ante esta situación, el guía de la expedición -un baqueano del lugar- le dijo que si se sentía mal que bajara. «Ya se veía la cumbre, saqué el orgullo de mi interior y pensé: «acá no me puedo bajar»; entonces seguimos marchando un poco más lento y nos alentábamos unos a otros, llegando a la cumbre norte (está también la sur, a la que se llega por otro camino más complicado) casi a las 14 horas del martes con un día de sol. Fue un gran emoción, nos abrazamos, algunos lloraban y dimos gracias a Dios por lo que habíamos logrado. La temperatura era de 10 grados bajo cero», recordó.
«Yo estaba como atontado, con dolor de cabeza. Estuvimos unos 20 minutos y aprovechamos para sacarnos unas fotos cerca de la cruz de hierro como las que hay en otros cerros; hay «testimonios cumbre» que deja la gente de distintos lugares del mundo, como banderines y fotos, pero no teníamos comunicación con la radio», destacó.
Después emprendieron el regreso, la descompensación les provocaba diferentes estados emocionales, tenían menos presión y había que bajar en forma lenta, «yo me sentía mareado, como borracho».
Recién a las 17:00 «me pude comunicar con la patrulla de rescate y descansamos en Nido de Cóndores. Al día siguiente continuamos el regreso con mucho viento. Lo que uno demora en la montaña unas 6 horas para subir, en dos horas se baja porque es mucho más rápido. Llegamos a Puente del Inca el día 14, nos higienizamos y afeitamos después de varios días. Festejamos comiendo un asado», concluyó.
Del tambo al almacén
Además de Mauro, la familia Salari se completa con sus padres María Rosa Rossi y Alberto, y su hermana Mariana. Tienen un campo de 80 hectáreas y hasta el 2001 se dedicaron al tambo, pero debido a la crisis de ese año tuvieron que dejar la actividad y el inmueble fue alquilado.
Después pusieron un almacén en el pueblo Saguier (tiene unos 450 habitantes incluida la colonia) compitiendo con otros dos comercios de ese ramo. Esta localidad es muy conocida por el santuario de la Virgen del Milagro hacia el cual caminan, desde distintos lugares, en el mes de octubre, y en setiembre se hace la peregrinación gaucha. También hay 3 bares a los que concurren los «parroquianos» del lugar.
«Vuelvo cuando me dan licencia: en verano, julio y para Semana Santa.Uno se va acostumbrando, pero se extraña», dijo.
Emilio Grande (h.)
Fuente: diario La Opinión, Rafaela, 26 de febrero de 2007.