Por Paul Krugman.- Cuidado, Vladimir Putin: se acerca la primavera. Y cuando llegue, perderás gran parte de la ventaja que te quedaba.
Antes de que Putin invadiera Ucrania, habría descrito a la Federación Rusa como una potencia de tamaño mediano que golpea por encima de su peso y que, en parte, se aprovecha de las divisiones y la corrupción de Occidente y mantiene un poderoso ejército. Sin embargo, desde entonces han quedado claras dos cosas. En primer lugar, Putin tiene delirios de grandeza. En segundo lugar, Rusia es aún más débil de lo que la mayoría de la gente, incluido quien escribe, parece haber advertido.
Hace tiempo que es obvio que Putin está desesperado por restaurar el estatus de Rusia como Gran Potencia. Su ya infame discurso de “Ucrania no existe”, en el que condenó a Lenin (!) por dar a su vecino lo que Putin considera un falso sentido de identidad nacional, dejó claro que sus objetivos van más allá de recrear la Unión Soviética: al parecer quiere recrear al Imperio zarista. Y al parecer pensó que podría dar un gran paso hacia ese objetivo con una guerra corta y victoriosa.
Hasta ahora, nada ha salido conforme al plan. La resistencia ucraniana ha sido feroz; el ejército ruso ha sido menos eficaz de lo anunciado. Me han llamado especialmente la atención los informes de que los primeros días de la invasión se vieron obstaculizados por problemas logísticos serios; es decir, que los invasores tuvieron dificultades para suministrar a sus fuerzas lo esencial de la guerra moderna, sobre todo combustible. Es cierto que los problemas de suministro son comunes en la guerra; aun así, la logística es una cosa en la que se supone que las naciones avanzadas son realmente buenas.
Pero Rusia se parece cada vez menos a una nación avanzada.
La verdad es que estaba siendo generoso al describir a Rusia incluso como una potencia de tamaño mediano. El Reino Unido y Francia son potencias medianas; el producto interno bruto de Rusia es apenas de poco más de la mitad del de ambas. Parecía sorprendente que un Estado con tan poco peso económico pudiera sostener un ejército de categoría mundial y altamente sofisticado, y tal vez no podía.
Esto no significa negar que la fuerza que está asolando Ucrania tiene una inmensa capacidad de fuego y que bien puede tomar Kiev. Pero no me sorprendería que las autopsias de la guerra en Ucrania acabaran mostrando que había mucha más podredumbre en el corazón del ejército de Putin de lo que se pensaba.
Y Rusia está empezando a parecer incluso más débil económicamente de lo que era antes de ir a la guerra.
Putin no es el primer dictador brutal que se convierte en un paria internacional. Sin embargo, hasta donde sé, es el primero que lo hace mientras preside una economía que depende bastante del comercio internacional y con una élite política acostumbrada, más o menos literalmente, a tratar a las democracias occidentales como su patio de recreo.
La Rusia de Putin no es una tiranía hermética como la de Corea del Norte o la antigua Unión Soviética. Su nivel de vida se sustenta en las grandes importaciones de productos manufacturados, pagados en su mayor parte a través de las exportaciones de petróleo y gas natural.
Esto hace que la economía rusa sea muy vulnerable a las sanciones que puedan interrumpir este comercio, una realidad que se refleja en la fuerte caída del valor del rublo el lunes, a pesar de un enorme aumento de las tasas de interés nacionales y de los intentos draconianos de limitar la fuga de capitales.
Antes de la invasión, era habitual hablar de cómo Putin había creado “fortaleza Rusia”, una economía inmune a las sanciones económicas, mediante la acumulación de un enorme cofre de guerra de reservas de divisas. Sin embargo, ahora esa afirmación parece ingenua. ¿Qué son, después de todo, las reservas de divisas? No son bolsas de dinero en efectivo. En su mayor parte, consisten en depósitos en bancos extranjeros y compra de deuda de otros gobiernos; es decir, activos que pueden congelarse si la mayor parte del mundo se une en el rechazo contra la agresión militar desvergonzada de un gobierno.
Es cierto que Rusia también tiene una cantidad importante de oro físico en su territorio. Pero, ¿hasta qué punto este oro le sirve para pagar las cosas que necesita el régimen de Putin? ¿De verdad se pueden hacer negocios a gran escala con lingotes?
Por último, como señalé la semana pasada, los oligarcas rusos han escondido la mayor parte de sus activos en el extranjero, lo que los hace susceptibles de ser congelados o confiscados si los gobiernos democráticos tienen la voluntad de hacerlo. Se podría decir que Rusia no necesita esos activos, lo cual es cierto. Pero todo lo que ha hecho Putin en el cargo sugiere que considera necesario comprar el apoyo de los oligarcas, por lo que la vulnerabilidad de estos es su vulnerabilidad.
A propósito, una de las preguntas sin respuesta sobre la imagen de fortaleza de Rusia antes de Ucrania era cómo un régimen cleptocrático se las ingeniaba para tener un ejército eficiente y eficaz. ¿Quizás no lo tenía?
Aun así, Putin tiene un as bajo la manga: las políticas irresponsables han hecho a Europa muy dependiente del gas natural ruso, lo que podría inhibir la respuesta de Occidente a su agresión.
Europa usa el gas sobre todo para calentarse; el consumo de gas es 2,5 veces mayor en invierno que en verano. Pues bien, el invierno terminará pronto y la Unión Europea tiene tiempo de prepararse para otro invierno sin gas ruso si está dispuesta a tomar algunas decisiones difíciles.
Como he dicho, puede que Putin tome Kiev. Pero aun si lo logra, se habrá hecho más débil, no más fuerte. Rusia se revela ahora como una superpotencia Potemkin, con mucha menos fuerza real de la que se ve a simple vista.
El autor ha sido columnista de Opinión desde 2000 y también es profesor distinguido en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ganó el Premio Nobel de Ciencias Económicas en 2008 por su trabajo sobre comercio internacional y geografía económica. @PaulKrugman
Fuente: https://www.nytimes.com/es