Romanelli: «La gente en Gaza está llevando una vida miserable»

El párroco de la Sagrada Familia en la Franja de Gaza recuerda el apocalipsis que ha borrado vidas y ha cambiado los corazones: "La mayoría de las casas fueron destruidas en los primeros meses de la represalia israelí; en este año la comunidad cristiana ha contado la muerte de decenas de personas".

Por Federico Piana.- Aquel horrible 7 de octubre, el terror y la angustia descendieron como furia sobre Gaza y sobre la parroquia de la Sagrada Familia. Nadie hubiera esperado jamás tal apocalipsis, nadie podría haber imaginado que a partir de ese día nada volvería a ser igual que antes. «Tan pronto como comenzaron a circular las primeras noticias de muerte y devastación, familias enteras vinieron a nuestra iglesia en busca de refugio. Aunque no sabían exactamente lo que estaba pasando, querían salvar sus propias vidas y las de sus seres queridos». Es esta la narración del padre Gabriel Romanelli a los medios vaticanos, una historia dramática y lúcida al mismo tiempo. Es el párroco de lo que ahora se ha convertido en el único lugar donde se reúnen la mayoría de los cristianos de la Franja que no han muerto ni han logrado escapar: antes del día de la masacre en total eran poco más de mil, luego disminuyó menos de setecientos. Un lugar al que llega prácticamente todos los días la llamada del Papa que quiere conocer la situación.

Los recuerdos del sacerdote están agudizados por el miedo y la preocupación por lo que pueda suceder: «La mayoría de las casas fueron destruidas en los primeros meses de la represalia israelí y en este año la comunidad cristiana ha contado la muerte de decenas de personas. Es un drama a una escala nunca antes vista, a pesar de que estamos acostumbrados a las guerras y a los cadáveres».

Vidas destruidas

Cuando se refiere a la ciudad de Gaza devastada por los bombardeos, el padre Romanelli la define como «una ciudad destrozada», término que da una buena idea de cómo la aglomeración urbana, en apenas doce meses, quedó completamente borrada, pulverizada: «Las alcantarillas ya no funcionan, la electricidad ha desaparecido desde el comienzo de la guerra, el agua potable es casi imposible de encontrar, las carreteras ya no son accesibles. Y los bombardeos continúan». Desde aquel 7 de octubre, incluso un ruido ha entrado violentamente en las entrañas de la comunidad cristiana atrincherada en la parroquia de la Sagrada Familia, un sonido que todos han aprendido a temer: «El de los drones israelíes que acompañan nuestro miedo desde el principio. No se puede describir un ruido tan molesto que permanece encima de tu cabeza día y noche. Quien no lo haya experimentado no lo entenderá».

Una familia palestina con lo poco que le quedó después de los bombardeos

Una familia palestina con lo poco que le quedó después de los bombardeos.

La esperanza resiste

Es en este punto cuando el párroco añade una pieza más a su relato comparando la vida de la población de la Franja antes y después del apocalipsis: «Hace un año, la gente intentaba vivir con dignidad, ahora vive una vida miserable entre casas y escuelas arrasadas, puestos de trabajo perdidos y vida social eliminada». Sin embargo, los cristianos de la parroquia de Gaza no han perdido completamente la esperanza: «La esperanza en Dios es ciertamente sólida, la esperanza en los hombres vacila muy a menudo», admite con amargura el párroco de Gaza.

Belén, ciudad angustiada

Quien, el 7 de octubre de hace un año, vio derrumbarse el mundo a su alrededor es Rony Tabash, un cristiano árabe que regenta una histórica tienda de objetos religiosos en Belén, junto a la Basílica de la Natividad. Entre iconos sagrados y belenes de olivo que vende en Piazza della Mangiatoia (plaza del pesebre), nos habla con voz ahogada, con un nudo en la garganta que casi le hace llorar: «El 7 de octubre prácticamente congeló mi vida y la de mi familia. Nuestra tienda está vacía. Todo se detuvo. La falta de peregrinos nos está dejando en la ruina y corre el riesgo de matar de hambre a toda nuestra comunidad. Para comprender la gravedad de la situación basta reflexionar sobre el hecho de que el 85% de la población aquí gana dinero gracias a los peregrinos. Y la ciudad ahora está completamente desierta».

La ciudad de Belén está desierta, sin peregrinos

La ciudad de Belén está desierta, sin peregrinos.

Cristianos en fuga

El problema de la falta de trabajo no es insignificante. Es como si un misil hubiera impactado de lleno en Belén. «Mi tienda – dice Rony – emplea a 25 familias que colaboran con nosotros. Ahora estamos todos arruinados». Por esta razón, muchos cristianos intentan escapar con el deseo de reunirse con familiares que han hecho fortuna a lo largo del tiempo, especialmente en Estados Unidos o América Latina. Pero, asegura Rony, «hay muchos más que, como yo, queremos quedarnos para dar testimonio de la fe cristiana en la tierra donde nació Jesús. Pero ¿hasta cuándo podremos resistir todavía?».

Fuente: https://www.vaticannews.va/es

Archivos
Páginas
Scroll al inicio