Por María Inés Adorni.- La alegría verdadera viene de Dios y esa es la alegría que alienta y contagia.
Una sonrisa abre puertas e invita al diálogo. Mirar las cosas de la vida con optimismo, recordando que luces y sombras componen nuestras vidas.
El apóstol Pablo nos repite en sus cartas: “sean alegres” porque Dios ama al que da con alegría. La persona tiene que esforzarse en mantenerse, siempre, a cualquier precio, en estado espiritual.
“Dame Señor tu alegría”. Nuestro consuelo es hablar con Él, con un corazón abierto, sin ataduras, libres.
Ser humildes, auténticamente humildes, con el silencio en el corazón. La mejor prueba de la presencia de Dios con nosotros es la alegría. Buscamos la alegría verdadera en Cristo, practicando la oración desde el corazón.
Dios no quiere que en nuestro corazón haya pasiones terrenales, sino que quiere estar solo El. Y si logramos hacerlo realidad, fácilmente podremos practicar la oración del corazón.
La paz interior se encuentra en practicar la oración hablando con Dios todos los días, mirando con los ojos del alma nuestro alrededor.
También agradecer y sonriendo más. Aprender a mirar que estamos vivos y admirar la belleza que Dios nos ofrece cada día.
Pasar más tiempo al aire libre y en la naturaleza. Y lo más importante ayudar a otros, haz cosas buenas y te sentirás mejor.
Sembrando semillas de fe…