Por María Inés Adorni.- El sentido del olfato es el sentido con mayor carga emocional porque nos conecta con el cerebro.
Este es sin dudas un sentido muy poderoso, cuando sentimos ese aroma a comida, no solo lo recordamos, sino decimos ¡qué rico! Es como la comida de mamá. O si tomamos una ropa, como la bufanda de la abuela, cuando la olemos inmediatamente nos transportamos a ella.
Cada persona en este mundo tiene un olor característico, por eso recordamos aquellas personas que amamos.
Les cuento una experiencia con mi hijo el más chico.
Un atardecer me senté en el sillón y mi hijo Agustín de tres años se acercó y comenzó a oler mis brazos y el cabello, con una carita de mucha paz, y lo miré y le dije: ¿Qué estás haciendo?
Él tiernamente me dijo: “¡Qué rico olor que tienes mamá! Me gusta tu perfume” y le respondí: “¿olor a qué tengo?” Mmm, me respondió poniendo carita de delicia, “tienes olor a mamá y me abrazó”.
Yo era su olor favorito en el mundo.
A veces estamos muy concentrados en las cosas materiales de esta vida, nuestras responsabilidades, el trabajo, la economía, siempre priorizando otras cosas y otras personas, que corremos el riesgo que nuestro olor a mamá se empiece a confundir con otros olores.
En fin, quizás estamos tanto tiempo separados de nuestros seres queridos que ya no recuerdan nuestro aroma.
Por eso en este tiempo de Adviento recordemos esos olores de nuestros familiares olvidados.
Y también ese hermoso olor a rosas de nuestra mamá del cielo, nuestra madre María.
Ese olor puede convertirse en un aroma de vida para vida.
Difundamos ese aroma a rosas por el mundo.
Llevemos a nuestra madre María el aroma de nuestro amor.
Sembrando semillas de fe…
