Por Eduardo Reina.– Renunciar es uno de los gestos de construcción social primitivos pues para poder ser auténticamente generoso y compartir debemos renunciar a nuestra parte.
El renunciamiento es, por tanto, la condición sine qua non de la vida moral, como lo es de toda búsqueda de la perfección y supone una libertad, es decir, una distancia, un desapego, y la posibilidad de elegir. Ya en los filósofos políticos del contractualismo aparece la idea de renunciar como piedra fundacional de la vida civil. Hobbes por ejemplo dirá que es necesario que renunciemos a nuestro poder de matar para que, abandonando el estado de naturaleza y entrando al civil obtengamos el derecho a la vida.
El “renunciamiento” de Alberto Fernandez es más una aceptación de la realidad y un renunciamiento a una fantasía que un paso al costado que permita algo al país o a su alianza partidaria. Renunciar a nuestras fantasías infantiles para aceptar la realidad es un paso fundamental en la maduración de una persona. Por eso, cuando un adulto decide ignorar por completo su realidad más evidente, asistimos a un espectáculo penoso de inmadurez, que en general puede no afectarnos, pero cuando este adulto es el presidente y las fantasías ponen en juego las posibilidades de futuro del país, esto resulta alarmante.
No hay nada de entrega sincera en Alberto, sino un “al fin tener que darse cuenta”. Éste es el gran problema político de nuestro tiempo en el que los políticos disfrazan de gesto magnánimo para con la historia lo que en realidad es un último intento de salvarse de la debacle. Estas sobreactuaciones son las que alimentan la desconfianza de los ciudadanos en sus dirigentes y en las instituciones políticas por la que tanto se rasgan las vestiduras los políticos.
Las democracias convierten en estos gestos de individualismo disfrazado de generosidad en signos indicativos de una “crisis”, de un “mal”, etc. que se ven como otra clase de renunciamiento. El renunciamiento de los gobernantes a ocupar su rol de manera acabada con sus luces y sus sombras lo que hace que los dirigentes se conviertan día a día como elites cada vez más alejadas del pueblo. Esto provoca el desaliento de los gobernados que se relejan ante el abandono que siente por parte de sus dirigentes.
La democracia empieza entonces a verse como una promesa con ideales muy nobles, pero cada día más impracticables y alejados de la realidad. Ante cada fracaso no aceptado de los gobernantes la democracia se resiente y queda cada día más deslegitimada.
Alberto pensaba que iba a poder manejar a los argentinos como manejó desde las sombras el lobby empresarial y político antes de saltar a la primera plana con el anuncio de Cristina. De a poco se fue dando cuenta de que no era tan sencillo dejar a todos conformes y empezó a fingir que solucionaba los problemas de todos para poder al menos usufructuar el cargo para fines personales.
Al principio gozó de la luna de miel del gobierno motorizada por el triunfo de las elecciones y luego por la publicidad que le dieron las cadenas del comienzo del aislamiento, pero poco a poco, sus decisiones de continuar con el encierro contra viento y marea fueron minando su imagen. A esto se sumaron unos cuantos errores como ser el recorte inconsulto de la coparticipación de CABA, luego con el vacunatorio VIP y finalmente con la foto del cumpleaños de Fabiola.
Desde ese momento, y con la consolidación de este fracaso materializado en las elecciones legislativas, tanto Massa como Cristina intentaron usar a Alberto como chivo expiatorio. El video que anuncia hoy la bajada del presidente de la contienda electoral, es la culminación de este intento de hacer que se sacrifique para salvar sus carreras políticas.
En realidad Cristina desde que lo eligió como candidato apostó a usarlo como un comodín para que hiciera los ajustes necesarios para acomodar los descalabros del país y de la economía, y poder soltarle la mano cerca de las elecciones para poder tomar el gobierno con un país más ordenado y sin perder imagen.
Ahora más que nunca los oficialistas pretenden que el gobierno estuvo en manos del frente de Alberto que no era el de todos y por eso festejan. Se alivian porque entienden que pueden sacarse las responsabilidades de haber formado parte de un gobierno desastroso echando todas las culpas en Alberto. Pero lo cierto es que resulta muy poco creíble que Massa y Cristina no formen parte del gobierno.
Queda unos pocos cercanos a Alberto que presentan la decisión del presidente como un acto de grandeza que sirve para dar un aire al frente de gobierno y al país. Agradecen con ampulosidad los servicios dados por Alberto a la patria. Pero lo cierto es que un gesto de grandeza habría sido hacerse cargo de los errores en el mismo video en que anunció su decisión de dar un paso al costado y además en los hechos concretos. En los hechos hacerse cargo sería tomar las decisiones necesarias para encausar la economía y no esperar que quien venga a sucederlo en el gobierno deba gastar su imagen al comienzo de su gobierno con medidas necesaria e inevitables, pero sumamente antipáticas. En lugar de eso decide conservar un poco de imagen con la esperanza de poder, unos meses después de terminado su mandato, criticar vehementemente desde el llano y pasearse por todos los sets de televisión ofreciendo soluciones mágicas alternativas que ahora no puede implementar porque no son reales.
Fuente: https://www.perfil.com/ El autor es consultor especializado en Comunicación Institucional y Política, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político. Universidad del Salvador, USAL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Actual presidente Tres Cuartos Comunicación y es docente universitario. Anteriormente fue vicepresidente de Estudio de Comunicación, multinacional española que figura entre las 10 empresas del ranking de Merger Market de empresas Europeas. www.eduardoreina.com Twitter: @ossoreina