La pueblada de Las Heras se cobró ayer su víctima política más importante. No fue la única causa, pero terminó siendo el detonante de la renuncia de Sergio Acevedo. Kirchner nunca le perdonó, rumiando en la más recóndita de sus intimidades, que desde Santa Cruz hubieran surgido la primera pueblada importante de su mandato y el primer muerto de su gestión. Santa Cruz es su casa, su ámbito y un destino personal.
El Presidente se cuidó siempre de manifestarse crítico de Acevedo, aun en sus conversaciones más reservadas. Pero un torrente de versiones indicaba que su hermana, la actual senadora Alicia Kirchner, y el ministro de Planificación, Julio De Vido, dos santacruceños de estirpe pura, eran francamente hostiles al gobernador. ¿Tienen margen la senadora y el ministro como para hacer y deshacer en la patria presidencial? Desde luego que no. Contaban, por lo menos, con la indiferencia de Kirchner frente a la suerte del gobernador.
La crítica más generalizada a Acevedo, en los rincones confiables del kirchnerismo, fue que había mostrado una notable impericia para manejar cosas fácilmente manejables. En el caso específico de Las Heras se lo culpaba de haber dispuesto la detención del dirigente petrolero Navarro con la sutileza de un carnicero.
El episodio fue así: un juez ordenó la detención del sindicalista, el ministro de Gobierno acató en el acto la decisión y mandó a la policía a cumplirla, pero ésta lo detuvo justo cuando Navarro estaba haciendo declaraciones a una radio de Las Heras. Navarro aprovechó el momento para convocar a la rebelión social, que finalmente sucedió.
«Un ministro de Gobierno tiene márgenes como para elegir el momento y el lugar de la detención; sólo necesita contar con cierta cintura política», han dicho varios kirchneristas. En verdad, esta apreciación fue compartida por otros dirigentes peronistas, incluidos no kirchneristas que estaban al tanto de los detalles del suceso.
De todos modos, la crisis de Las Heras no fue el único argumento de impugnación a Acevedo. Un sector de la policía se le acuarteló el año pasado en reclamo de mejoras salariales y, en los últimos meses, andaba a los barquinazos con conflicto entre los estatales. La espuma de la crítica kirchnerista bañaba ya las alfombras del Presidente.
¿Por qué? Santa Cruz tiene 190 mil habitantes y cuenta con un presupuesto de 2000 millones de pesos. Tiene otros 2000 millones de pesos en obras públicas. El turismo se disparó, sobre todo en El Calafate, por donde el año último pasaron unos diez mil turistas. «El único problema serio que tuvo Acevedo fue que el Perito Moreno se quebró en medio de la noche», ironizó un kirchnerista conspicuo.
En síntesis, la censura del kirchnerismo a Acevedo se funda en que fue un hábil legislador nacional, pero un inhábil jefe de una administración provincial que tenía más soluciones que problemas.
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Sin embargo, hay otro Acevedo. El ahora ex gobernador surgió en la política santacruceña como un adversario de Kirchner. Pero el Presidente mostraba ya como gobernador una notable habilidad para convertir en incondicionales a sus opositores: Acevedo terminó siendo su vicegobernador.
La confianza que le tuvo llegó a niveles tan grandes que luego lo ayudó a llegar al Congreso Nacional como diputado por Santa Cruz y, ya como presidente, Kirchner le dio la conducción de un lugar al que sólo acceden los hombres de una lealtad ciega, fuera de toda duda: la jefatura de la SIDE, la central del espionaje argentino que controla, también, importantes recursos en fondos reservados.
Como diputado, Acevedo contribuyó a llevar adelante el primer intento de juicio político a la Corte Suprema de Justicia, en tiempos de Duhalde aún, que resultó un fracaso de cabo a rabo. Pero esa intentona le valió la amistad, que todavía perdura, con la dirigente opositora Elisa Carrió.
Ese es un sesgo de Acevedo extraño en un kirchnerista: cuenta con el respeto o con la amistad de muchos dirigentes opositores, entre los que figuran también varios radicales. Lo acompaña, además, una fama de hombre honesto. Por ejemplo, Carrió lo defendió en la crisis política que siguió a la pueblada de Las Heras y denunció que la sublevación había sido una operación de una vertiente del kirchnerismo para tumbar al gobernador.
Otro matiz diferente de Acevedo es que siempre cultivó una buena relación con funcionarios del gobierno de Bush y con la embajada norteamericana en Buenos Aires. Es cierto que lo hizo durante su paso por la SIDE, donde implantó una política (seguramente indicada por Kirchner) de colaboración con las agencias de inteligencia norteamericanas. Esa política no ha sido cambiada nunca.
En una oportunidad, incluso, cuando Acevedo ya era gobernador, Kirchner lo mandó a llamar desde Río Gallegos porque necesitaba un interlocutor confiable con diplomáticos norteamericanos. Acevedo viajó a Buenos Aires y se reunió con ellos.
De nada le valieron los elogios de Carrió (más bien pudo suceder lo contrario) y menos le sirvieron sus aceitados contactos con los norteamericanos, luego de que fuera De Vido, precisamente, el que promovió la reunión de Kirchner con el subsecretario de Estado de Asuntos latinoamericanos, Tom Shannon.
Durante los últimos meses, maltrataron a Acevedo las malas noticias que llegaban desde Santa Cruz y que, implacablemente, aterrizaban en el despacho de los presidentes. Las Heras es una herida aún abierta en la vanidad presidencial. Kirchner puede perder a un amigo, pero jamás aceptará la responsabilidad de una derrota.
Joaquín Morales Solá
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 16 de marzo de 2006.