Tal vez, preguntarse hoy sobre la dimensión del valor del hombre pueda sonar revolucionariamente romántico, como cuando teníamos 20 años y creíamos y luchábamos por las metas del milenio que aún los países desarrollados no habían escrito. Preguntar hoy sobre el hombre y sus derechos a una vida digna, en medio de la convulsión financiera internacional, decididamente puede ser molesto.
En el 2000, los países ricos llegaron a la conclusión de que con el 0,44 por ciento de aporte del PBI (135 mil millones de dólares anuales y progresivos hasta llegar a 195 mil millones de dólares en el 2015) lograrían eliminar el 50 por ciento de la pobreza en el mundo. Es decir, que de 1.000 millones de personas carentes de todo, el mundo rescataría para la producción y la dignidad de la vida a 500 millones. Otros 500 millones de personas, que no cotizan, seguirían condenados a la mayor de las torturas: ¡ver y no poder tener comida, abrigo, techo, remedio, caricias! Bien digo seguirían, porque lo real es que seguirán sin ser tenidas en cuenta.
Las metas del milenio no interesan. Recuerdo rápidamente que, además de sacar de la peor de las condiciones a medio millón de personas, incluía que el 66 por ciento de los chicos menores de dos años que hoy mueren continúen viviendo. Salvar de una muerte segura al 75 por ciento de las mamás que dan a luz, etcétera, etcétera. No se avanzó prácticamente nada.
El poder real del mundo juega una vez más a la ruleta rusa financiera, y todo tiembla, todo se conmueve, todo se conduele… y lo que es peor, en un solo día el Banco Europeo (representa sólo a 15 naciones) ¡inyectó 100.000 millones de euros! El Congreso de los EEUU aprueba casi 900 mil millones de dólares. Sólo Gran Bretaña aportará 50 mil millones de libras esterlinas (87 mil millones de dólares).
¿Las metas de quién estamos cumpliendo?
No sé las metas de quién están salvando los países desarrollados; pero los nuestros, bajaron de agenda a la pobreza. Con nuestra gente atacada por endemias que debieron ser erradicadas; por violencias producto de la droga y la ignorancia que debieron ser eliminadas (una de las metas del milenio se comprometía a que todos los chicos del mundo terminen al menos un ciclo educativo).
Nuestros países saben que nuestros pobres sólo abandonarán su pobreza (que debiera ser la nuestra) si aparece el capital productivo. El capital especulativo nunca estuvo a disposición de los pobres, tampoco de proyectos claros, explicables, perdurables…
Una última reflexión para los dirigentes políticos: si la política no reacciona a tiempo, sus gobiernos corren el riesgo de no tener capitales lícitos a los que seducir para que inviertan, produzcan y generen bienestar a sus pueblos.
Jorge Giorgetti
Fuente: diario La Capital, Rafaela, 27 de octubre de 2008.