Por Emilio Grande (h.).- Parece ayer… pero cuesta creer que ya pasó una veintena de años de la partida de este mundo (28 de diciembre, día de los santos inocentes). Se trata de Amílcar Antonio Torre, quien dejó una huella indeleble en esta vida, a pesar de su sencillez, su hombría de bien, su bonhomía, como así también fue prudente, generoso, disponible, en diversos ámbitos sociales en que se desempeñó en nuestra ciudad.
A decir verdad, todavía resuenan sus enseñanzas en los corazones de quienes lo conocimos. No se cansaba de hacer el bien y testimoniar su vivencia de fe cristiana y practicar la amistad.
Con motivo del Día del Amigo del 2002, este cronista lo entrevistó, expresando que «son pocos y verdaderos» y pidió expresamente no ser fotografiado, un ejemplo de su bajo perfil… a contramano de los tiempos que corren de la cultura de la imagen y las redes sociales como Facebook, Instagram, X, entre otras. De todas maneras, en esta oportunidad se consiguió una fotografía cedida gentilmente por su amigo Miguel Williner.
«Para la mí la amistad es pedagoga, enseña sobre la vida. Se debe aceptar al otro como es y así se va conociendo poco a poco el corazón del amigo: lo que siente y sufre, sus misterios. La amistad se cultiva con sinceridad, confianza y discreción», expresó el 20 de julio de ese año, durante la entrevista publicada en diario La Opinión.
Y aclaró: «no se tienen muchos amigos, son pocos y verdaderos, sumados a otros que son buenas amistades. Lo dice la Biblia, el amigo es como un tesoro, que no ocurre todos los días».
A lo largo de sus 56 años de vida trabajó en el Poder Judicial -el último tramo en la Cámara de Apelaciones-; estudió el Profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto del Profesorado, habiendo realizado una investigación titulada «Ser y decir de Lermo Rafael Balbi» en 1992 (tiene 422 páginas); brindó cursos de Biblia en la UMTE; participó en grupos eclesiales de la diócesis de Rafaela; entre otros.
El 12 de diciembre de 2003 -16 días antes de su muerte- fue ordenado diácono permanente por el entonces obispo Carlos Franzini en la Catedral San Rafael. A su velatorio asistieron cientos de personas de todas las edades y niveles sociales, creyentes y no creyentes. En un principio, estuvo en el local de un servicio privado y en su transcurso se trasladó al templo mayor de la Diócesis debido a la gran afluencia de gente.
«A mí los amigos me ayudan a vivir sino sería más difícil la vida y constituyen un sostén afectivo en mi caso que soy soltero, no tengo hermanos y la amistad adquiere un valor relevante; lo descubrí después de la muerte de mis padres», precisó en la citada entrevista.
En lo personal tuve una experiencia muy fuerte con él, ya que compartíamos el grupo de la Pastoral de las Comunicaciones, que Amílcar dirigía con reuniones mensuales en alguno de los salones de la parroquia San Rafael, con sus aportes sobre Biblia y del magisterio de la Iglesia, sumado al intercambio de experiencias comunicacionales de los participantes.