Rafaela va camino de ser un mito. Y un mito movilizador, lo cual es muy bueno para el resto de los argentinos y aún para muchos de nuestros vecinos. El problema con los mitos movilizadores es que puede olvidarse que sólo son eso y que poco tienen que ver con la realidad de todos los días. Se transforman así en «ideología»: una construcción ideal que opera sobre la realidad enmascarándola y que sus destinatarios viven como real.
Tan fuerte puede ser un mito que aún la dirigencia que lo construye termina confundida, creyendo que el mito es la realidad. Y digo «se construye» porque es evidente que nuestra dirigencia política y empresarial ha insistido en estos años en «posicionar» la ciudad en el escenario nacional y aún internacional. Pero -como bien ha dicho un lector en reciente carta- esta puesta en los medios nacionales de la ciudad puede tener costos que no siempre se miden. Claro que hay beneficios, sin duda, pero los costos también. Y no parece justo que los «beneficios simbólicos» de la marca Rafaela sean para unos pocos y los costos reales sean para el resto. Y eso sin analizar siquiera si realmente es una ciudad «justa en serio», lo que daría para otro enfoque muy pero muy largo.
Lo que vale la pena preguntarnos es quiénes deciden, cómo y sobre todo si tienen el derecho de involucrar a toda una comunidad en un modelo que muy lejos está de ser el deseado por muchos o algunos de nosotros.
El desarrollo de una comunidad «también» se mide por los grados de debate, aún de disidencia que pueda haber. El desarrollo lejos está de un mero crecimiento económico e infraestructural.
¿Dónde y cómo se ha decidido que hay que crecer y crecer sin pausa?
¿Nadie dice algo tan simple como que los países desarrollados son tales, entre otras cosas, porque sus ciudades hoy son habitables porque en algún momento pararon de crecer del modo en que lo estamos haciendo aquí?
El «modelo Rafaela» sin duda se inscribe en un contexto mundial y nacional que tiene un gran error de fondo: creer que el consumo es infinito. Por el contrario, un buen modelo de desarrollo -que siempre comienza en una ciudad y no en un país- expresa algo muy elemental:
cuidar el planteo y cuidar a las personas es también decir «no» a una sociedad de consumo que es nociva y excluyente.
Nuestra ciudad hoy ya padece los propios límites del modelo desarrollado: una política social asistencialista, lejos de un planteo siquiera «promocional». La falta de una política regional, cuando el «mito Rafaela» se asienta bajo el peso de numerosas comunidades pequeñas que la sostienen y de las que nos olvidamos injustamente.
Deberíamos hoy espejarnos también en localidades vecinas y recordar lo que fuimos hasta hace muy poco. Por ejemplo Sunchales por escala debería ser un espejo, pero como parece que nos creemos que estamos para otra cosa ignoramos las señales.
En una ocasión un peregrino quiso conocer la mítica Roma… cuando llegó buscó y buscó y nadie se la pudo mostrar porque sencillamente ya no existía. Si existió lo fue en un momento que nunca se sabrá si fue o no así, pues aquella ciudad originaria es un «relato movilizador».
Ojalá no nos pase nunca esto, pero todos los indicadores apuntan a lo contrario. Y como en una historia que vuelve a repetirse el problema no será de «excesos» sino «de modelo»… pero ya será tarde. Y claro, quien más recursos atesoró podrá irse a vivir a un country y las mayorías -que vivieron la ilusión, la ideología del modelo- verán que sólo se tienen a sí mismas.
Fuente: diario La Opinión, Rafaela, 3 de diciembre de 2007.