Por Luis Fernández.- Cada fin de año se hace presente la Navidad que, para los cristianos, es la “cercanía de Dios hecho niño”, que llega para compartir nuestra vida, para animarnos una vez más y llenarnos de vida nueva, que abre los corazones a ser siempre mujeres y hombres de esperanza y paz.
En estos tiempos difíciles de la historia que vivimos, la humanidad se halla tentada y angustiada, y en la realidad se expresa con “escepticismo e indiferencia”, cuando no también con “violencia y falta de fe” frente a lo trascendente, haciendo todo relativo y privilegiando lo subjetivo, arreglándose cada uno en la vida como puede. El individualismo encierra y aísla a las personas, a las familias, a las sociedades y a los pueblos.
Navidad es la realidad de un signo: el Niño Jesús que trae la vida nueva de un Dios que consuela, alegra y da la confianza que el Pueblo ha perdido.
El que nos brinda esta vida plena no tiene la autoridad de un maestro, de un empresario, de un político, de un comerciante, o de un deportista; tampoco es un anciano, o un joven, es el mismo Dios que existe desde toda la eternidad, que no tiene principio ni tiene fin, que vive y ama siempre, que viene a poner su cuerpo a la vida y nos la entrega, llenándonos de consuelo, serenidad, justicia y verdad, que no prevalecen en el mundo actual.
Que en esta fiesta de Navidad el Niño de Belén, “amor de Dios”, nos encuentre con el «corazón abierto» dispuestos a llenar de Dios el alma y así, juntos como hermanos, hacer una humanidad más cordial, creyente, fraterna, y que podamos todos vivir en paz.
¡Feliz Navidad!
El autor es el obispo de la diócesis de Rafaela.