¿Puede el liberalismo abrazar a la Doctrina Social de la Iglesia?

El liberalismo económico, al menos en su versión más ética, comparte algunos puntos con la DSI. ¿Por qué un Presidente que se define como católico cuestiona tan abiertamente la justicia social?

Por Guillermo Briggiler.- El Presidente argentino volvió a sacudir el avispero con una de sus frases más provocadoras: «la justicia social es un pecado capital». Si bien está acostumbrado a utilizar afirmaciones impactantes, en este caso, el equívoco es más profundo porque contradice una de las enseñanzas fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI).

Desde el Papa León XIII hasta el Papa Francisco, la Iglesia Católica ha sostenido que la justicia social no es una opción ideológica, sino un mandato moral. Implica asegurar que los más vulnerables puedan vivir con dignidad, que los recursos estén al servicio de todos y que la equidad no sea una utopía sino una meta.

Ahora bien, ¿por qué un Presidente que se define como católico cuestionaría de esa forma un principio tan esencial del pensamiento cristiano? En parte, porque confunde justicia social con redistribución forzada de riqueza, sin comprender que, para la Iglesia, la justicia social no es quitarle a uno para darle a otro, sino establecer condiciones estructurales que aseguren el bienestar general.

Lo curioso es que el liberalismo económico, al menos en su versión más ética, comparte algunos puntos con la Doctrina Social de la Iglesia. Ambos defienden la libertad individual, la responsabilidad personal y rechazan el estatismo excesivo. La Iglesia, por ejemplo, promueve el principio de subsidiariedad según el cual el Estado debe intervenir solo cuando sea estrictamente necesario. Allí hay una coincidencia: menos centralismo, más protagonismo de las comunidades locales y de la sociedad civil.

Sin embargo, los caminos se separan cuando se habla de la función social de la propiedad privada. El liberalismo extremo la entiende como un derecho absoluto; la Doctrina Social de la Iglesia, como un derecho condicionado al bien común. Para la Iglesia, los bienes no son ídolos ni fines en sí mismos. Su uso debe estar al servicio de las personas, especialmente de quienes más necesitan.

Más aún: el destino universal de los bienes, otro pilar de la DSI, se basa en la idea de que todo lo que existe fue creado por Dios para beneficio de toda la humanidad, no solo de unos pocos. Así, la caridad, la solidaridad y el compartir no son actos de debilidad, sino virtudes que humanizan la economía. De todas maneras, ese compartir de los bienes, tiene que ser voluntario para que sea una virtud de quien lo entrega, en un camino de santidad.

Por eso, si bien puede haber puentes entre el liberalismo y la DSI, la justicia social no puede ser descartada como una herejía económica. Al contrario, es parte central del mensaje cristiano.

Tal vez el presidente debería mirar hacia la historia de su propia escuela de pensamiento: la Escuela Austriaca, que él defiende, reivindica y promueve, tiene sus raíces en la Escuela de Salamanca, cuyos pensadores fueron teólogos católicos influidos principalmente por Santo Tomás de Aquino. Lejos de ver la economía como un ámbito de lucha, la concebían como un espacio para ejercer justicia, virtud y responsabilidad.

En definitiva, no se trata de corregir a un presidente, sino de recordar que hay 2000 años de sabiduría cristiana que invitan a un enfoque más humano, más justo y más evangélico de la vida económica.

#BuenaSaludFinanciera @ElcontadorB @GuilleBriggiler

Fuente: https://diariolaopinion.com.ar/

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