Mientras por día mueren en accidentes de tránsito 22 personas (poco menos de una por hora) según la estadística de 2007, en los ramales ferroviarios urbanos los pasajeros viajan más incómodos que las vacas y novillos en los camiones-jaula y un tren que corre entre Buenos Aires y Mar del Plata queda varado durante 5 horas y otro tarda 47 horas con 700 pasajeros a bordo para arribar a Retiro desde Posadas.
Ante tan patético escenario usted coincidirá en cuestionar a los insensibles gobernantes y preguntar qué es prioritario, entre construir el faraónico tren bala o restaurar siquiera en parte la red ferroviaria y tomar la decisión oficial de construir la red nacional de autopistas.
En el Senado de la Nación hace unos meses tuvo entrada un proyecto de autopistas, pero los legisladores que en esa cámara precisamente representan a las provincias y saben de las cotidianas tragedias de tránsito en rutas y calles no se deciden a tratar tal proyecto de posible financiamiento sin necesidad de recurrir a las reservas del Estado.
En esa Cámara Alta como en la Baja pierden el tiempo en cambio en proyectos de mucha menor trascendencia de interés público, por ejemplo cambiar el apellido del padre por la iniciativa de colocar al de los dos progenitores…
Inexplicablemente, ante la ineficacia del Congreso, más que los legisladores que inmerecidamente gozan de tantos privilegios y finalmente de la jubilación extraordinaria, la responsabilidad máxima le cabe al Gobierno, ayer en manos de Néstor y hoy de Cristina, que ésta como antes aquél pone énfasis en llevar adelante la obra del tren bala que beneficiará a un puñado de pasajeros en comparación con los millones que cada día son mortificados con el servicio interurbano y de larga distancia.
En enero pasado los muertos en accidentes de tránsito automotor duplicaron los 70 del primer mes de 2007, infortunado crecimiento que no debe extrañar, porque cada vez es mayor el parque automotor y más veloz, desplazándose en casi la misma red vial construida hace más de medio siglo.
Quienes opinan sobre el tema insisten en que deberían intensificarse los controles y la educación vial.
Todo verso, como seguramente ocurrirá con el pomposo Plan Nacional de Seguridad Vial que acaba de anunciar la Presidenta, concebido –dijo- “después de abordar el problema con conocimiento científico”, pero con el que no alcanzó, por lo visto, para concluir que la solución definitiva sería la red de autopistas, en lugar de parches como el de lanzar recién en junio 280 motos “de alta tecnología” para patrullar las rutas en todo el país y ascender a 600 a fin de año y a 1.280 en los meses siguientes. Todo verso, porque asemeja a las 25 millones de lamparitas para atacar la crisis energética.
Lo que debió surgir de ese “estudio científico” es que la Argentina debería imitar a los países del primer mundo y no tanto, como el vecino Brasil, que con poblaciones y parques automotores muy superiores a los nuestros, muestran una tasa de accidentes muy inferior porque desde hace décadas cubrieron sus territorios con redes de autopistas, obra ésta que en su anuncio Cristina ni mencionó, y porque también aquellos Estados son mucho más rigurosos en los controles y penas a los infractores.
El autor fue director del diario La Opinión de Rafaela de 1980 a 1999 y ahora se encuentra jubilado.