Por siempre joven

Nacido hace casi setenta años, ha pasado buena parte de su vida entre las carreras de autos y el ciclismo, actividad que practica diariamente. En julio recorrió casi 1.200 kilómetros en bicicleta para unir Rafaela con las Cataratas del Iguazú. Y ya planea nuevos desafíos con su inquebrantable espíritu competitivo. Por Oscar A. Martínez

El hombre menudo acaricia el asiento de la bicicleta de calle de la que se acaba de bajar y la acomoda con infinito cuidado. Sólo cuando entiende que nada amenaza su seguridad la deja, se da vuelta, y saluda con una sonrisa. No hay en él marcas que lo destaquen como un deportista, sólo ese gesto de amor para con el elemento que le permite desplegar su pasión por la competencia. Y que lo mantiene activo cuando ha entrado en la recta que lo llevará a cumplir los setenta años de vida. Entonces Luis Angel Keller empezará a rodar su historia en sentido inverso, hasta llegar al 1 de septiembre de 1936, cuando Reinaldo y Leonor escucharon su primer llanto: «Frente mismo a la vieja Usina, donde tenía el almacén el padre de Hermes Binner, allí nací», dirá entornando los ojos. Y revisará sus días de infancia en la escuela Moreno de calle Belgrano y los interminables partidos de fútbol en los campitos, que por entonces abundaban. «Pero a mí lo que me gustaba era la bicicleta. En la familia de mi madre, los Curto, la mayoría practicaba ciclismo y yo me contagié de esa pasión. Comencé de a poco y llegué a correr representando a Casa Rigoni. Había muchas competencias en los pueblos o en las pistas de Deboto y en el mismo 9 de Julio, donde gané cinco carreras en tercera. Hasta que me tocó el servicio militar y tuve que dejar».
– ¿Sólo por ese tiempo?
– Cuando volví, corrí los campeonatos provinciales en el Parque Balneario Municipal, donde pude conocer a Clodomiro Cortoni, y poco después dejé porque entré a trabajar de Grossi y ya no tenía tiempo para entrenar.
Le falta agregar que su ingreso a la concesionaria Fiat le despertaría una nueva pasión: el amor por la velocidad, por las carreras de autos. Un romance que comenzó con el 600 de Grossi. Entonces, su talento lo pondrían frente a un par de oportunidades que finalmente no se concretaron y sobre las cuales no le gusta demasiado hablar. Pero la historia dirá que pudo ser el primer piloto del monoposto de la Peña Rueda y que, luego de una larga discusión familiar, don Américo Grossi decidió entregarle el manejo del auto de la firma a Carlos Reutemann por sobre Keller, en lo que marcó el comienzo de la carrera del ex piloto de Fórmula 1. «Fueron cosas dolorosas en su momento, pero que acepto porque yo nunca me fui a ofrecer para manejar un auto, no podría buscar apoyos publicitarios y esas cosas. Yo soy así».
– Sin embargo usted puede contar que corrió una 500 Millas. Imagino que es un gran orgullo…
– Sí. Debuté junto con Manavella, que se mató en esa misma carrera. Pero más allá del recuerdo tristón, participar de esa carrera, con todo lo que ello significa, me llena de orgullo.
Pero lo que la gente del automovilismo recuerda con más fuerza es todo lo hecho por Luis Keller en Midged, una categoría que lo tuvo siempre como uno de sus principales animadores. Y que le dio el mayor susto de su vida. «Tengo una buena amistad con Oreste Berta, de quien me hice amigo cuando corríamos juntos en bicicleta. La tarde del accidente estrenábamos un motor de él, un Jeep que tenía una potencia descomunal, con el cual reemplazamos al Fiat. Pero en el apuro no me di cuenta que, por el tipo de encajes del nuevo motor, cambiaba mi posición de manejo y entonces hice sacar un cinturón de seguridad. Yo largaba la final sobre la cuerda, al lado de Garbagnoli y Gauchat, que me ganó la salida. Cuando llegamos a la segunda curva me tiré por afuera justo cuando él hace un medio trompo y desprende una goma que marcaba el interior de la pista. Era una cubierta de camión que golpeó mi auto, me hizo chocar a Gauchat y comencé a dar tumbos. Fueron cinco en total. Recuerda Leonello Belleze que con uno más caía sobre el palco. Pudo ser una tragedia, incluso una rueda del midget de Gauchat golpeó de lleno a un espectador que se salvó de milagro, al igual que yo porque, atado sólo en la cintura, volaba fuera del auto en cada vuelta. Me costó mucho recuperarme y ya no corrí, salvo algunas carreras aisladas».
– Durante todos esos años, ¿nunca más se subió a una bicicleta?
– Desde que dejé de competir, a los 21 años, hasta los cincuenta, sólo la usaba para ir a trabajar o para sacarme el gusto. Nosotros tenemos una casita en Arroyo Leyes, La Vuelta del Pirata, entonces me iba en bicicleta hasta allá. Solo o con algunos amigos. Y también a la Maratón del río Coronda. Pero después fui volviendo de a poco, hasta que cuando me jubilé me dediqué mucho más.
– ¿Todos los días sale a pedalear?
– Sí. A la mañana camino unas cuarenta cuadras y después del mediodía salgo con la bicicleta. Voy hasta Nuevo Torino, Pilar, durante una hora y media o dos, depende de la temperatura. Y si no se puede, entonces pedaleo sobre un rolo que tengo armado en mi casa, pero nunca me quedo sin moverme. Esa es la clave, porque el día siguiente a no hacer nada es el más difícil.
– ¿Lo hace por salud o porque ama la competencia?
– Por las dos cosas. Cuando vuelvo de pedalear y me baño me siento bárbaro. Pero la sensación de la competencia es inigualable. Por eso mi pasión por las carreras de autos o de bicicletas. Ahora mismo estoy participando de un certamen zonal de rural bike que espero ganar.
– Entre el 12 y el 19 de julio pasado unió en bicicleta Rafaela con las Cataratas del Iguazú. En total recorrió 1.200 kilómetros a los 69 años, un hecho que sorprendió a muchos. ¿Cómo decidió hacerlo?
– Ya antes había unido Rafaela con San Nicolás y también con el santuario de la Virgen de Itatí. Esta vez me propuse llegar hasta Misiones y lo pude hacer. Me acompañaron en una Traffic mi hermana Martha junto a mi sobrino Jorge, su esposa Graciela y su hija María José. Una experiencia que será inolvidable, fue como ir a una excursión y hacer deporte a la vez. Un desafío que me demostró muchas cosas que guardo en mi interior.
– ¿Qué pensaba su médico antes del viaje?
– El doctor Costamagna, quien me atiende desde hace mucho tiempo por mi hipertensión, es uno de los que me impulsa a seguir. En ese caso me hizo los controles habituales y nada más.
– Durante cada etapa de su viaje o cuando sale a entrenar, ¿en qué piensa mientras pedalea?
– En el viaje disfrutaba del paisaje, a mí me encanta sentir el aire en la cara, respirar profundo. Y en las tardes aquí también me divierto, con los pájaros, con la gente que me saluda…
– ¿Cuántas veces tuvo miedo de tener un accidente en la ruta?
– Miedo no, pero yo tomo todas las precauciones. Andar en bicicleta tiene sus secretos, tanto cuando se sale a la ruta como cuando se gira en pista. Para rendir más y también para no sufrir accidentes. Sólo una vez viví un caso difícil, porque me pasó cerca una moto y quien venía sentado atrás me pegó una trompada en la espalda. Me costó un buen rato recuperarme. Pero nada más.
– ¿Le gustaría poder volver atrás y convertirse en un ciclista profesional?
– Sí, pero en aquel tiempo era imposible. Y quizás hoy también lo sería, porque cuesta mucho dinero intentarlo y porque no aceptaría tomar algunas cosas que se usan en el profesionalismo. Jamás he consumido otra cosa que vitaminas. No fumo, no tomo alcohol y hago vida sana. Eso, además de la bicicleta, me ayudan a sentirme joven, con ganas de vivir. Este es mi mejor triunfo.

Fuente: diario Castellanos, Rafaela, 17 de octubre de 2005.

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