En un año difícil como el que vamos terminando, queremos ayudar a fortalecer la esperanza. Dios ilumina el corazón humano con una luz siempre nueva que ayuda a encontrar el sentido de la vida. Del pesebre de Belén emerge con fuerza la imagen de una familia que acoge el don de Dios y lo entrega al mundo con generosidad.
Cuando se acerca la Navidad, ¿quién no experimenta un deseo de paz, de sosiego, de encuentro fraterno? En la pequeñez de ese Jesús del pesebre descubrimos el gran amor de nuestro Padre del cielo que nunca nos suelta de la mano, y en su humilde pobreza encontramos un mensaje de solidaridad, esperanza y fraternidad. La Navidad nos coloca frente a un Dios que ama al ser humano, más allá de todo, un Dios que elige la cercanía, la unión, el encuentro con cada uno.
Por eso esta fiesta también nos hace pensar en la dignidad de cada vida, nos recuerda cuánto vale un ser humano. El Papa Francisco quiso insistirnos en este punto en su última encíclica, de modo que la pandemia no nos deje iguales sino que nos vuelva más apasionados para defender toda vida: la vida de un anciano, de un discapacitado, de un enfermo, de un niño por nacer.
Así, este tiempo se convierte en un fuerte llamado a la solidaridad, al cuidado mutuo, a ser capaces de ponernos al hombro las penas de los demás. La solidaridad, enseña Francisco, “es pensar y actuar en términos de comunidad… También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales… Entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia” (FT 116).
Que la pandemia no nos impida imaginar y soñar un país más humano y fraterno. Francisco nos recuerda que una sociedad de hermanos acompaña a todos “para que puedan dar lo mejor de sí, aunque su rendimiento no sea el mejor, aunque vayan lento, aunque su eficiencia sea poco destacada» (FT 110). Cuando se convierte en solidaridad, la fraternidad es más que una idea romántica, y Jesús vino a recordarnos: “Todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8).
Esta Navidad nos encuentra en un momento histórico donde necesitamos una ardua reconstrucción: de las fuentes de trabajo, de la educación, de las instituciones, de los lazos fraternos. Muchas cosas se han roto y necesitan ser sanadas. Es momento de agradecer al pueblo argentino su paciencia, su cooperación, su resistencia. Sin embargo, en estas últimas semanas el panorama se ha ennegrecido: la opción política pasó a ser una incomprensible urgencia, una febril obsesión por instaurar el aborto en Argentina, como si tuviera algo que ver con los padecimientos, los temores y las preocupaciones de la mayor parte de los argentinos. Otra cosa sería defender los derechos humanos de los débiles de tal manera que no se los neguemos aunque no hayan nacido.
Para quienes esperan empezar un año mejor, esta agenda legislativa no les trae esperanzas. Hay miles de cuestiones sanitarias y sociales a resolver, que requieren toda nuestra atención: desde los problemas de la vacunación hasta la cantidad de personas muy enfermas que este año no han recibido adecuada atención médica, pasando por las mujeres que sufren violencia o no tienen un trabajo digno. Pero lo que se les ofrece en este momento duro e incierto es el aborto, y eso es un golpe a la esperanza.
No obstante, confiamos en el bien que habita en el pueblo, en esa tierra fértil que son los corazones de los argentinos, capaces de elegir la vida y la fraternidad más allá de todo. Y los creyentes confiamos en Dios, fuente infinita de esperanza, porque él nos dice: “Me invocará, y yo le responderé. Con él estaré en la angustia y lo libraré” (Sal 91:15). Confiando en ese amor seguimos caminando, porque, como nos dice Francisco, “la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza” (FT 55).
Abrazamos con todo cariño a cada argentina y a cada argentino. Pedimos que Jesús, María y José se hagan presentes en los hogares, para que podamos empezar un año mejor.
¿Por qué no renovar la esperanza?
Se trata del mensaje de Navidad de la 186ª Reunión de la Comisión Permanente Conferencia Episcopal Argentina.