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Por qué los valores del seleccionado no se trasladan a la política y a la sociedad

El gran desempeño deportivo y colectivo que tuvo el equipo conducido por Lionel Scaloni en Qatar permitió alentar la idea de que sirviera de modelo para la vida pública y cotidiana, algo que, para los especialistas, está lejos de suceder.

Por Inés Beato Vassolo.- Dos meses atrás, Lionel Messi, máxima estrella del fútbol mundial, democratizaba cada victoria obtenida en Qatar junto a la bandera albiceleste, se refería a los triunfos parciales siempre en plural y mantenía una distancia kilométrica de cualquier atisbo de egolatría. Sus compañeros Alejandro “Papu” Gómez y Leandro Paredes volvían al banco con la cabeza en alto, sin reproches de ser apartados de su titularidad. Desde ese lugar, alentaba sonriente el delantero de la Roma Paulo Dybala, a quien el guión le indicó que saldría al escenario cuando hubiera que definir un penal, tal como lo hizo en la final ante Francia.

A los jugadores de la selección argentina y a los integrantes del cuerpo técnico se los descubrió enfocados, responsables, pacientes, humildes, horizontales, agradecidos (y devotos) con sus familias. También, transparentes, confesos de sus miedos y de sus charlas de diván. Emiliano “Dibu” Martínez, consagrado como el mejor arquero del torneo, compartió las inquietudes que llevaba a sus sesiones de terapia y dijo que “todo futbolista necesita de un psicólogo”. Los jugadores abrieron, incluso, las puertas de su habitación, para mostrar a los hinchas, vía streaming, un rato de su intimidad.

Esta imagen casi poética y sobrada de valores ideales -que se consumó al alzar la Copa del Mundo– pudo haber estimulado la ilusión de unos cuantos argentinos que imaginaron un modelo sociopolítico similar al deportivo, idea que resulta difícil (sino imposible) de trasladar a la esfera cotidiana, según coinciden especialistas en antropología, sociología y política consultados.

Los contextos difieren; los valores ya existen, pero no se ponen en práctica, y los actores políticos no muestran coordinación ni mucho menos voluntad de perseguir una misma copa o un mismo Mundial, en opinión de los expertos.

“El Mundial fue un apartado con todas las letras, un evento que reconfiguró la realidad por un momento efímero, pero que se aleja de lo habitual. Los argentinos festejaron exclusivamente el fútbol, un deporte muy importante en la cultura local”, sostiene Nathalie Puex, doctora en antropología social y coordinadora del área de Antropología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

Según Puex, el paquete de valores que resonó en boca de los hinchas entre el 20 de noviembre y el 18 de diciembre pasados no es nuevo ni fue creado por el equipo que lidera Lionel Scaloni. “La noción de familia, de trabajo en equipo y de sacrificio es algo muy presente en la Argentina, por más que se lleve o no a cabo. Basta con escuchar cualquier testimonio de quien lidera una pyme, por ejemplo”, dice Puex, egresada de la Universidad Sorbona Nueva de París.

Y agrega: “Son valores aspiracionales con los que ya muchos ciudadanos se identificaban, pero sí es cierto que el desempeño del equipo nos recordó que, activando esas cualidades, se pueden lograr objetivos. Algo que, de inmediato, arroja una referencia negativa: la sociedad es capaz de lograr lo que los políticos no”.

Envueltos en riñas ideológicas y esfuerzos por acumular poder, acreedores de políticas cortoplacistas para que las urnas se vuelquen a su favor una vez cada dos años, los representantes del Estado “pierden contacto con la realidad”, según la antropóloga.

“La ley de alquileres no se termina de definir, la reforma judicial no le sirve al común de los ciudadanos, el Congreso está prácticamente paralizado y no han hecho nada por bajar la inflación. Hay una sensación de que la vida política está totalmente fuera de la vida social; la contracara es que la selección pudo llegar a un campeonato mundial, ganarlo, y traer una copa deseada desde hace mucho tiempo”, sostiene Puex.

Legado mínimo

En un intento por rescatar enseñanzas del ejemplo que dejó el espectáculo deportivo, el politólogo Martín D’Alessandro –aun admitiendo que “los contextos no son generalizables ya que la política tiene otras complejidades”– identifica tres valores que, asegura, pueden ser “inspiradores” para repensar los planes de un gobierno.

Lionel Scaloni, el estratega racional
Lionel Scaloni, el estratega racional.

En primer lugar, la importancia de que exista una idea clara y una voluntad de convertirla en realidad. “Scaloni tuvo un plan de juego bien diseñado, que supo transmitir a sus jugadores, y, con el cual, mostrando paulatinamente resultados modestos, logró convencer a la dirigencia del fútbol y a la sociedad de que transitaba el camino correcto”, dice a este medio D’Alessandro, vicepresidente de la Asociación Internacional de Ciencia Política (IPSA). “Ese proyecto siempre fue más importante que una satisfacción personal o la chapa propia de cada jugador”, agrega.

El segundo valor que no se encuentra en el arco político es el del liderazgo positivo. “Messi, el mejor jugador del mundo, tiene un liderazgo que no se compone solamente de su talento individual, descomunal, ni de su prestigio personal, sino de su contribución al proyecto colectivo. Sus jugadas de asistencia y su conducción anímica fueron claves para el funcionamiento aceitado del equipo. Confiamos en el líder porque él mismo se mostró siempre convencido y tranquilo con el plan”, continúa el también profesor de ciencia política en la Universidad de Buenos Aires.

Terceros y últimos, la perseverancia y la mesura. Dice el polítólogo: “Scaloni nunca fue un salvador revolucionario; fue siempre un estratega calmo y racional. Hubo alguna señal de descontrol que desconfiguró un poco esa perseverancia, luego del partido contra Países Bajos, por ejemplo [el pelotazo de Paredes al banco naranja, las burlas entre jugadores, el famoso ‘¿Qué mirá bobo? Andá pallá’, del cual Messi reconoció, días atrás, no sentirse orgulloso], pero después del roce pudo recomponerse la estabilidad”.

La distancia del Gobierno que decidió tomar la delegación futbolística al desembarcar en la Argentina y esquivar la foto en el balcón de la Casa Rosada o el saludo de algunos dirigentes nacionales, como el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro –quien se acercó al aeropuerto internacional de Ezeiza y protagonizó un intento fallido de extender su mano al DT y al capitán–, marca, según D’Alessandro, “lo lejos que están un esquema del otro”.

En rigor, menciona algo de lo que mucho se habló y consensuó: “La política siempre busca sacar una ventaja y, en un momento tan antipolítico en el país, los jugadores esquivaron ese contacto”.

“Fue muy interesante el límite que marcaron con la clase política. Tuvieron la inteligencia de entender que la victoria tenía que ser dedicada al pueblo argentino, que viene de una sucesión de muchas angustias y pocas alegrías. Eso también generó una adhesión grande, automáticamente volcada al festejo”, sostiene, en la misma línea que la antropóloga Puex.

Sandra Choroszczucha, politóloga y columnista en medios nacionales e internacionales, también se arriesga a desgranar el legado que dejan los deportistas que llevaron la camiseta nacional y que podría dar señales a la política. “La selección nos enseñó, tanto ahora como cuando se perdía, la importancia del esfuerzo para poder lograr una meta más prometedora, y que, al ser derrotados, hay que enfocarse en mejorar como equipo”, dice.

Además, destaca que, fuera cual fuera el resultado, los jugadores y exjugadores demostraron un acompañamiento incondicional y genuino entre ellos. “Los no convocados y los retirados, como [Sergio] el Kun Agüero, fueron parte cuando se ganó y hubiesen sido parte si se perdía”, agrega.

Una fiesta de otro orden

Esto exhibe, por contraste, un último factor que sacude los pocos cimientos que le quedan a la política: la polarización. “No es responsabilidad de una sola persona si se pierde o si se gana. Cuando algo sale mal en este país, la culpa es de Macri o de Cristina y, cuando algo sale bien, los elogios son para uno o el otro. Olvidamos que nos gobiernan coaliciones políticas y no una sola persona. O al menos eso es lo que se espera que ocurra en las democracias del mundo”, concluye Choroszczucha.

Con una mirada filosa, Pablo Alabarces –doctor en Filosofía y magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural– aniquila por su lado cualquier designio de trazar paralelismos entre el fútbol internacional y la vida ordinaria.

“El Campeonato del Mundo nos dejó extrema felicidad, orgullo y una memoria muy grata, que no es poco, pero este tipo de sucesos no produce ningún cambio social, político o cultural, más allá de la satisfacción pasajera. Cualquier metáfora propuesta sobre la selección es falsa”, dispara Alabarces. Y fundamenta: “De movida, queda invalidada por no ser representativa en términos demográficos, ya que se trata de un grupo de 26 futbolistas y más de diez integrantes de un cuerpo técnico, todos hombres de entre 20 y 45 años, con ingresos económicos y estados atléticos muy superiores a la media”.

El investigador del Conicet y especialista en cultura popular y futbolística insiste en que “es un lugar común, cada vez que un equipo deportivo es más o menos exitoso a nivel internacional, que inmediatamente se hable de que tenemos que copiar sus valores”.

“Lo que pasó a fin de año fue una fiesta narrativa y deportiva. Pero la sociedad solo estaba hablando de fútbol. Jugar bien a la pelota incluye no pelearse, apoyarse dentro y fuera de la cancha, ser generoso y trabajar en equipo”, dice Alabarces, considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte en América Latina.

Tan insólito es querer trasladar lo sucedido a otros campos, según él, que “un prodigio de organización y coherencia como fue la selección argentina está en manos de un prodigio de corrupción y competencia como es la Asociación de Fútbol Argentina (AFA)”.

Aun así, tal como se vio en los festejos del Mundial, hay íconos del fútbol que se esfuerzan a diario por separarse de aquel entramado político y confían en que, efectivamente, desde los escalafones más altos del deporte es posible transmitir enseñanzas hacia abajo. Durante una de las conferencias de prensa que dio en el Campeonato Sudamericano de Fútbol Sub-17 de Perú, en 2019, Pablo Aimar –DT del joven seleccionado celeste y blanco– decía, con la pausa y cercanía que lo caracteriza: “Intentamos mejorar, haciendo o siendo. Si uno es amable, los que los rodean se contagian. No tengo claro si los valores influyen en el rendimiento dentro del campo, pero sí en la vida. Y, al final, ellos son futbolistas dos horas por día; el resto, son personas”.

También dijo, por aquel entonces, que no tenía “la ilusión de dirigir equipos de adultos” porque prefería “ayudar a crecer a los más chicos”. La Argentina salió campeón de ese certamen, y el exfutbolista cordobés finalmente ayudó “a los más grandes” a levantar la Copa del Mundo el último diciembre, como mano derecha de Scaloni.

Extrapolables o no entre el deporte, la sociedad y la política, la experiencia arroja que aquellos valores positivos que no son nuevos en el diccionario de los argentinos –según Puex– se encarnan, por lo general, solo cuando hay victorias. Si están perdidos por ahí, será cuestión de trabajar en retomarlos y hacerlos durar. La antropóloga de Flacso se pregunta lo mismo que se preguntarán muchos: “¿Por qué los políticos no se pueden juntar y, también, buscar ganar algo para todos?”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/

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