Por Joaquín Morales Solá.- El remisero Oscar Centeno aceptó que escribió los cuadernos . Un empresario, Juan Carlos de Goycoechea, confirmó el procedimiento que contó Centeno, aunque no la cantidad de dinero. El círculo se cierra sobre Cristina Kirchner . El resto de los empresarios callan. El silencio es también una forma de asentir. Sus abogados les dicen que se trata solo de una serie de fotocopias sin valor probatorio. Es un mal consejo y un grave error: hay en esa causa un monumental trabajo del periodismo y de la Justicia para cotejar los datos que Centeno escribió en los cuadernos.
Tanto La Nación como el juez Claudio Bonadio y el fiscal Carlos Stornelli temieron ser desmentidos por el remisero. ¿Y si hubiera dicho que él no había escrito nada? La Justicia solo actuó cuando ya había confirmado gran parte del relato de Centeno.
El escritor es un suboficial mayor del Ejército. Está acostumbrado a escribir todos los días un informe de novedades, que es la rutina de los militares. Sus cuadernos están escritos con buena ortografía y sin errores de puntuación. Salvo en dos o tres frases durante diez años, no hay opiniones (solo en una entrada habla de que le da «asco» lo que ve); es, sobre todo, la descripción de una trama corrupta por parte de un cronista meticuloso y excepcional. ¿Por qué los escribió? ¿Por qué hizo esos relatos cuidadosos y exactos de entregas y recibos de coimas? La opinión predominante entre funcionarios judiciales es que preparaba una extorsión. Algo hubo ya: su casa, sus autos y el departamento de su expareja fueron pagados por Baratta . Centeno entregó en custodia esos cuadernos a un amigo, suboficial de la Policía Federal, que es quien los leyó y los sacó a la luz pública. Centeno temió, hace algún tiempo, que su casa fuera allanada. En declaraciones a Bonadio, ese policía federal amigo de Centeno, Jorge Bacigalupo, dejó entrever que era profundamente antikirchnerista, con especial antipatía hacia la exministra de Seguridad Nilda Garré.
Bonadio y Stornelli se juramentaron el secreto, en primer lugar. Solo seis personas en total estuvieron al tanto de las investigaciones. Tres funcionarios del juez y uno del fiscal, además de ellos dos. Se convirtieron en una especie de logia cuyos integrantes se entendían por señas. Empezaron por chequear los datos más intrascendentes de los cuadernos. Centeno escribió que había llevado a Baratta al sanatorio Mater Dei, a la hora precisa de un día determinado, a hacerse una infiltración. Fueron a la clínica a preguntar si ese dato era cierto. Era cierto. El remisero dejó constancia de que había llevado a la madre de Baratta, también en un día preciso, a la Fundación Fleni. La Justicia preguntó si era verdad. Era verdad. Centeno contó varias veces que lo mandaron a comprar helados a una heladería de San Martín, muy conocida en la zona por la calidad de sus productos; debía llevarlos luego a casas que están a varios kilómetros de ahí. Bonadio nació en San Martín y hasta trabajó en esa heladería en un par de veranos de su juventud. Conoce el prestigio de la heladería. No le pareció raro que el chofer hiciera trayectos largos con esos helados. El juez le pidió también a la División Drogas Peligrosas de la Policía Federal, en la que confía, que le confirmara que son reales los edificios y las direcciones consignadas por Centeno en sus cuadernos. Todos coinciden. La descripción de los edificios que hizo la Policía Federal es muy parecida a la de los cuadernos. Desde ya, también se cotejaron las obras públicas que estaban a cargo de cada empresario con las fechas de la entrega de los sobornos.
Todos (o muchos) empresarios deberían hablar para empezar a escribir otra historia en este país. Al ser Centeno chofer de Baratta (encargado de la energía en tiempos de Julio De Vido ), la investigación se ciñe a las obras públicas referidas exclusivamente a la energía. Queda todavía el resto de la obra pública (que estaba a cargo de José López, preso por revolear bolsos con dólares); el transporte, responsabilidad de Ricardo Jaime, también preso, y la importación de combustible. Todo estaba bajo la jurisdicción de Julio De Vido. La corrupción era un sistema, no un método. En algunas conversaciones telefónicas grabadas por la Justicia, De Vido se queja de que tanto López como Jaime tenían relación directa con Néstor Kirchner , que no dependían políticamente de él. Se queja porque él está pagando con la cárcel por cosas que, según dice, ordenaron los Kirchner.
Cristina Kirchner debería estar presa si están presos tantos funcionarios y empresarios por una causa que describe, como ninguna otra, los procedimientos de la corrupción. Si los otros están presos por integrar una asociación ilícita, ¿por qué no está quien es considerada por la Justicia la jefa de esa asociación? Según esos cuadernos, ella cobró sobornos hasta un mes antes de irse del Gobierno, cuando ya Mauricio Macri era presidente electo. Fue una sorpresa hasta para importantes dirigentes de la oposición al kirchnerismo. La mayoría de ellos creían que Cristina se había dedicado a cuidar la recaudación de su esposo después de la muerte de este, pero que no había seguido con las coimas. Los cuadernos de Centeno indican que, ya viuda, recibía bolsos con dólares en su domicilio particular de Recoleta, donde vive ahora, y en la quinta presidencial de Olivos. La protegen los fueros de senadora, pero el peronismo, que tiene la llave para desaforarla, debería reflexionar si le conviene seguir blindándola. La mayoría del peronismo (gobernadores, senadores y diputados actuales) no participó de la juerga corrupta de aquellos tiempos. Necesita regenerarse y para eso debe alejarse de la corrupción de entonces. Protegerla sería volver a hacer del peronismo un mismo bloque contagiado por el robo al Estado, por el triste resultado de un país pobre con políticos ricos.
No existe la «doctrina Menem «, porque sencillamente ninguna instancia de la Justicia le pidió nunca al Senado el desafuero de Menem. La situación del expresidente está pendiente de una resolución de la Cámara de Casación. El precedente de Menem más cercano a Cristina es que aquel fue preso por un juez federal, Jorge Urso, poco después de dejar el poder. No era senador y no tenía fueros. También a Cristina le pidió la prisión preventiva un juez federal, Bonadio, no una vez, sino dos. La institución senatorial no puede convertirse, además, en un simple aguantadero de prófugos de la Justicia.
El caso está en manos de dos magistrados especiales. Bonadio no tenía relación con Cristina y no la tiene con Macri. De hecho, acaba de meter preso al principal ejecutivo de una empresa que era de un primo del Presidente. Caerá el primo, si es que tiene que caer. El juez allanó los hoteles de Cristina en El Calafate cuando ella era presidenta y fue el primero en llamarla a declaración indagatoria, en procesarla y en dictarle prisión. Stornelli metió preso a Menem y a De Vido; llevó la investigación del primer caso de corrupción de la era kirchnerista (el caso Skanska por sobreprecios en la construcción del Gasoducto del Norte) cuando Néstor Kirchner era presidente, y fue el primer fiscal que requirió la comparecencia de Cristina Kirchner en los tribunales. A Cristina, a sus funcionarios y a los empresarios los aguarda un camino arduo y largo en la Justicia.
Este es un caso novedoso por varias razones. La más importante es que un periodista riguroso, Diego Cabot, prefirió guardarse la primicia hasta que la Justicia hiciera su trabajo. Cuando se publicó la información, el juez y el fiscal ya habían avanzado muchísimo en la investigación. En los casos anteriores de denuncias periodísticas de corrupción, los jueces debieron correr detrás de la noticia. Aunque por una denuncia de Cabot, esta vez el juez y el fiscal están delante de la información. Eso es lo que no saben los que callan. Los que admiten con su silencio que Centeno contó realmente cómo fue todo aquello.
Fuente: diario La Nación, 5 de agosto de 2018.