Por Héctor M. Guyot.- Todo indica que estamos a punto de asistir a un triunfo colosal de la casta. Auspiciado, para más datos, por el Gobierno que prometió acabar con ella y resultó elegido por eso mismo.
¿Qué es la casta? La casta es poder. Y el poder es impunidad. Le debemos la precisión de este concepto a Alfredo Yabrán, ejemplo trágico del hombre que mueve los hilos desde las sombras. Acabó descerrajándose un tiro de escopeta en la boca en mayo de 1998, cuando todas las puntas de la investigación judicial por el asesinato del fotógrafo de Perfil José Luis Cabezas terminaban en él y el juez ordenó su detención. Yabrán había dejado de ser el poder detrás del poder en la Argentina menemista en el momento en que Cabezas, cumpliendo con su trabajo, profanó su invisibilidad con una simple fotografía.
Hoy el entramado corrupto de un país acostumbrado a casi todo se exhibe en forma más desinhibida. El kirchnerismo no tiene inconveniente en luchar por la impunidad a cielo abierto, como si se tratara de la causa social más justa. Indignación impostada, palabras altisonantes, hipocresías de todo tipo y color: el Congreso da para todo. Se entiende. ¿Cuántos de ellos estarán defendiendo su propio pellejo, además del de su jefa? En cualquier caso, lo que el peronismo hace, después de haber alcanzado todos los récords de corrupción en un país que ha dado atletas de alto rendimiento en el rubro, es una defensa explícita de la impunidad. Vade retro, ficha limpia.
Lo del Gobierno también es explícito. Su defensa de la impunidad dejó de ser implícita hace rato. Ficha limpia es para los hermanos Milei, Santiago Caputo y los generales libertarios solo una prenda de cambio para meter al juez Ariel Lijo en la Corte Suprema, preservando cierta apariencia de institucionalidad. Quizá, menos que eso. Pero el grado de sordera en el que perseveró el Gobierno para seguir adelante con la candidatura de un juez criticado por las voces más autorizadas del mundo jurídico, acusado además de corrupción, ha vuelto explícita su falta de compromiso en la lucha contra la corrupción de la política. El votante de Milei que llegó hasta la urna pensando no solo en el bolsillo tiene derecho a creer que el Presidente se pasó a las filas del equipo rival. Los funcionarios del Gobierno deberían desterrar de su vocabulario la palabra casta. Porque eso es lo que están defendiendo, en oscura connivencia con los representantes más conspicuos de ese poder detrás del poder al que le cuesta cada vez más permanecer oculto.
«¿De qué sirve perseguir con la ley a los corruptos si por el otro lado se trabaja para consagrar su impunidad final? Lijo es el poder de la casta tratando de autopreservarse»
Según se lee en las crónicas, Lijo es el primero en trabajar en favor de su promoción a juez supremo. Como en el caso del Gobierno, el grado de sordera que desarrolló ante el mar de críticas que ha recibido por su desempeño como juez habla de su determinación. Uno supone que un hombre de derecho, ante tanto rechazo, desiste de su ambición y vuelve a boxes. Pues no. En esto, Lijo se ha movido como un político. Pero es más que eso, por el enorme poder de lobby que ha reunido durante sus años de juez federal, con el manejo de tantas causas sensibles. Le sobran amigos poderosos, y no solo de la política, sino también de los distintos ámbitos –el económico, el sindical, el deportivo y hasta el judicial– en los que se mueve la elite que transa en la sombra negocios que no necesariamente benefician al conjunto. Cuenta con la ayuda activa de su mentor, Ricardo Lorenzetti, que quiere recuperar el poder en la Corte y no se queda atrás en esto de las relaciones peligrosas. Lijo es el poder de la casta, tratando de autopreservarse.
El desmantelamiento de organismos inservibles y opacos, el ajuste de las cuentas públicas y el control de la inflación son conquistas muy relevantes. Sobre todo después de que la política corrupta convirtiera el Estado argentino en un botín a esquilmar y en un elefante cuyo peso se descargaba sobre el conjunto de la sociedad argentina. En esto, es verdad, el Gobierno avanza contra los privilegios de la casta. ¿Pero de qué sirve arreglar con una mano los desaguisados que esa casta consumó si con la otra se la está alimentando? ¿De qué sirve separar a los corruptos y perseguirlos con la ley si por el otro lado se trabaja para consagrar su impunidad final?
El kirchnerismo se aprovecha de la obsesión del Gobierno con Lijo. Sus demandas para apoyar en el Senado el pliego del juez van más allá del cajoneo del proyecto de ficha limpia, que ya cuenta con media sanción en Diputados. Los K quieren ampliar la Corte, elegir al jefe de los fiscales y nombrar decenas de jueces propuestos por el peronismo. Entramos en una semana de definiciones. En este póker de intereses, puede pasar cualquier cosa. Los valores, hay que decirlo, han quedado del lado del Pro, la Coalición Cívica y algunos referentes del radicalismo.
En esta batalla clave, el Gobierno se empeñó en disparar para el lado equivocado. Si Milei en verdad quiere hacerle la guerra a la casta, podría estar a punto de autoinfligirse una derrota de la que le será muy difícil reponerse, y lo mismo al país. La cabeza de playa habrá sido tomada por aquellos que, según sus promesas de campaña, vino a desalojar.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/