Por Eduardo Reina.- «En el peronismo siempre se garchó», afirmó la diputada nacional y ex ministra de Seguridad Social, Victoria Tolosa Paz. Esta declaración no es solo una frase desafortunada que se ha colado en la historia de la política argentina, sino un espejo que refleja la cruda realidad de un movimiento político en el que el machismo y el abuso de poder han sido normalizados durante décadas. Lejos de ser una simple expresión desenfadada, sus palabras exponen las profundas contradicciones y desafíos que enfrenta el peronismo en la actualidad.
Con más de setenta años de influencia en la vida política argentina, el peronismo ha dejado un legado que mezcla logros con episodios oscuros. Entre estos, el abuso de poder y la violencia de género han sido constantes, pese a los esfuerzos por promover una narrativa de lucha por la igualdad y la inclusión. Las palabras de Tolosa Paz sirven como recordatorio de las deudas pendientes del movimiento con las mujeres, que durante años han sido víctimas de un sistema patriarcal profundamente arraigado.
La historia del peronismo está plagada de ejemplos que evidencian esta problemática. En la década de 1950, Nelly Rivas, una adolescente de 14 años, se vio atrapada en el círculo íntimo del entonces presidente Juan Domingo Perón, un hombre de 58 años en aquel momento. Este hecho, oculto bajo la sombra del carisma y la popularidad del líder, es solo uno de los muchos casos que ilustran cómo el abuso de poder ha sido una constante en la historia del peronismo.
Otro ejemplo paradigmático es el de Carlos Menem, uno de los líderes más controvertidos de Argentina, cuya vida privada estuvo marcada por incidentes que reflejan el trato hacia las mujeres en su entorno. En 1990, Menem ordenó la expulsión de su esposa, Zulema Yoma, de la residencia presidencial de Olivos en un acto que se convirtió en un escándalo nacional. Este episodio no solo sacudió a la opinión pública, sino que también reveló aspectos oscuros de la vida personal del presidente, relacionados con el maltrato y el abuso de poder.
La violencia de género dentro del peronismo no es un fenómeno exclusivo del pasado. En su libro «El origen,» publicado en 2018, Mariana Zuvic ofrece un testimonio revelador sobre la violencia doméstica que presenció en la vida privada de Néstor y Cristina Kirchner, dos de las figuras más influyentes del peronismo contemporáneo. Zuvic describe escenas de extrema violencia, en las que los Kirchner se insultaban y lanzaban objetos, sin percatarse de la presencia de una testigo en la habitación contigua. Este relato es un ejemplo más de cómo el abuso de poder no solo se manifiesta en el ámbito público, sino que también invade los espacios más íntimos y personales.
El caso de Alberto Fernández, quien intentó proyectar una imagen de familia unida y compromiso con las causas sociales, se convirtió en un escándalo aún mayor cuando se revelaron presuntos abusos y maltratos hacia su esposa, Fabiola Yañez. Agresiones verbales y físicas mancharon aún más su ya deteriorada imagen. Lo que comenzó con el «Olivosgate» degeneró en una espiral de violencia y abuso, traicionando no solo la confianza de los argentinos a nivel público, sino también los principios básicos de respeto y dignidad dentro de su propia familia.
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Estos episodios no son casos aislados y no deben ser ignorados ni olvidados. Otros ejemplos de abuso y silencio cómplice en el peronismo incluyen figuras como José Alperovich y Fernando Espinoza, el intendente de La Matanza, acusado de «tocamientos impúdicos» mientras el movimiento político guarda silencio. Incluso dentro de La Cámpora, organización juvenil del peronismo, se creó un protocolo por la cantidad de casos de violencia de género que surgieron dentro de la agrupación, lo que resultó en la expulsión de 30 militantes.
A lo largo de la historia, el peronismo ha visto a varias mujeres ocupar posiciones de poder, pero no sin enfrentarse a una cultura machista que perpetúa la violencia de género. El empoderamiento femenino dentro de un partido político no es solo una cuestión de equidad de género, sino un imperativo para construir una sociedad más justa, inclusiva y representativa. Cuando las mujeres ocupan espacios de poder, traen consigo una diversidad de perspectivas y experiencias que enriquecen el debate político y aseguran que las políticas públicas reflejen mejor las necesidades y derechos de toda la población.
El peronismo tiene una deuda con la dignidad y es hora de que comience a saldarla.
«Cualquier persona o institución que trate a una mujer o un niño de manera inhumana, le roba a la sociedad su dignidad» (Nelson Mandela).
Fuente: https://www.perfil.com/ El autor es analista politico, consultor especializado en Comunicación Institucional y Política, doctorando en Comunicación (Universidad Catolica Argentina), magister en Comunicación y Marketing Político en la Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management por la Universidad de California Ext. Berkeley, EE.UU. profesor Protitular en UCA. @ossoreina