Hace casi veinte años, el prestigioso periodista norteamericano Charles Lewis decidió tomar la vida en sus manos. Harto de las presiones que recibía a diario de sus jefes en el noticiero que entonces producía, el exitoso y famosísimo 60 minutes , de la cadena CBS, pegó el portazo un día y simplemente se fue. No tenía empleo nuevo, ni tampoco ahorros para sobrevivir al naufragio. En verdad, lo único que tenía en aquellos intensos días de construcción personal era una familia a la que mantener.
Por eso, cuando Lewis decidió trasladar sus «oficinas» al garaje de su propia casa, sus amigos comenzaron a llamar desesperadamente a su esposa, para tratar de informarse acerca de su estado mental. La mayoría pensaba que Lewis había enloquecido de repente. Pero nada de eso le sucedía al productor estrella autodespedido, sino más bien todo lo contrario: se estaba reinventando a sí mismo como un referente mundial -lo que hoy es- de una forma nueva de pensar y hacer periodismo de alto nivel: la investigación periodística sin fines de lucro, por fuera de los medios para los medios.
También estaba procesando, en su corazón y en su cerebro, lo que luego sería la organización de periodismo de investigación más grande del mundo, el Centro para la Integridad Pública (CPI), su amada criatura, de la que fue director ejecutivo hasta diciembre de 2004. CPI es actualmente una organización independiente que investiga influencias políticas, corrupción y otros temas relacionados con la ética pública en distintos países del mundo.
Con un staff de 40 personas y una red de 92 de los mejores periodistas de investigación en 48 países, el CPI publicó más de 250 investigaciones, incluyendo 14 libros, y fue premiado por la Organización de Periodistas y Editores de Investigación (IRE) y la Sociedad de Periodistas Profesionales (SPJ).
Por animarse a poner en práctica su «locura» creativa, Lewis recibió en 1998 la beca MacArthur, llamada de «los genios». En estos años fecundos, no sólo recibió reconocimientos y premios sino que logró conmover con sus trabajos: Lewis es el periodista que investigó y denunció que el presidente Bill Clinton alquilaba la Casa Blanca para financiar su campaña política, y que la ex compañía del vicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney, Halliburton, se había llevado los contratos más jugosos para la reconstrucción de Irak.
Otro momento emocionante, según relató a LA NACION, fue cuando obtuvo y publicó online el texto secreto, de 120 páginas, del proyecto «Patriot Act II», que buscó limitar seriamente las libertades civiles dos semanas antes de la invasión a Irak, en 2003.
«El departamento de Justicia, bajo el presidente Bush, nos pidió que no lo publicáramos -recuerda Lewis-, pero, lejos de eso, pusimos el texto entero en la red, donde tuvimos 15 millones de visitas y más de 100 artículos noticiosos».
Una aventura personal
Sentado al final del auditorio de la Universidad de Palermo, con su inseparable laptop , Lewis siguió el desarrollo del segundo congreso del Foro de Periodismo Argentino (Fopea), que se realizó a fines de noviembre, y en el que fue el primero en exponer. Cuando terminó, un estudiante se le acercó a preguntarle:
-¿Usted es el de El Informante ?
-No; ese es mi buen amigo Lowell Bergman-, le contestó Lewis, dándole una palmadita en el hombro.
* * *
Muchas cosas le ocurrieron desde aquel portazo intempestivo, durante un día de furia en 60 minutos , el mismo programa de televisión que inmortalizó Al Pacino en la película El Informante . La ficción contaba el dilema ético que enfrentaba el productor del noticiero, Lowell Bergman, en su investigación contra la industria del tabaco. Lo curioso es que la historia, llevada a la pantalla grande, no sólo fue real sino que el ejemplo de Bergman inspiró de algún modo a Lewis en el audaz camino que decidió tomar.
«Sólo tenía una noción vaga de cómo se podía hacer periodismo desde una ONG. Conocía la pequeña organización de cinco personas, el Center for Investigative Reporting , que había sido fundada por mi amigo Lowell Bergman en California a finales de los años setenta», recordó.
Quizá algo de aquel combustible lo impulsó a fundar tres ONGS, ancladas en Washington, e inspiradas, todas, en la lógica de un periodismo no comercial, el único que según él está en condiciones de decir «toda la verdad» acerca del poder y que puede producir transformaciones en los grandes medios y, a la vez, profundizar la democracia.
Lo explica con palabras propias: «Son nuevos modelos que no dependen de ratings o suscripciones, lo cual permite que se haga el periodismo de servicio público o responsable. Se pueden cubrir temas que son más importantes para la sociedad, en un formato multimedia. A nosotros no nos interesa que alguien llore frente a la cámara».
Es que los ciudadanos informados en Estados Unidos son los que escuchan la Radio Pública Nacional, cuya audiencia se duplicó en los últimos 10 años. «Dicho sea de paso, la NPR no tiene fines de lucro y fue creada hace 37 años», señala Lewis.
Lo cierto es que el modelo CPI se multiplicó en distintos lugares del mundo. Chile, sin ir más lejos, tiene un centro de este estilo, el Centro de Investigación e Información Periodística (CIPER), dirigido por la chilena Mónica González, asociada con el norteamericano John Dinges, autor de Operación Cóndor y Asesinato en Washington , entre otros libros.
Quienes participan en esta corriente, que transita por fuera de los medios tradicionales aunque asociada a ellos, piensan que, al transformarse el periodismo comercial y entrar en crisis el esquema de negocios que rigió el mercado de los medios durante el siglo XXI, algo tiene que ceder. Lewis acerca un dato duro: en los últimos siete años, los diarios norteamericanos han entrado en una reducción permanente de costos, que implicó el despido de 6000 periodistas y editores. Este panorama anticipa un horizonte complicado: «En Estados Unidos se usa el eufemismo de transformación histórica de los medios, que en la práctica significa que, si antes un periodista cubría un tema, ahora debe cubrir cinco». Traducción: no hay plata ni tiempo para el periodismo de investigación, mientras que el siglo XXI está yendo lentamente hacia un nuevo mercado de medios. Se trata de barajar y dar de nuevo.
El periodismo sin fines de lucro puede convertirse en un engranaje de «tercerización» para organizaciones noticiosas que tienen escaso nivel profesional o demasiado miedo y presiones como para investigar temas importantes, polémicos o controvertidos. «Estos shows, estas publicaciones, necesitan contenido y es más barato pagar por él que pagar a gente que desarrolle el trabajo con gran esfuerzo a lo largo de semanas, meses o incluso años, en el marco de una reducción permanente del staff en las redacciones», explica este profesor en la American University, de 54 años y a cargo, actualmente, del Fondo para la Independencia en el Periodismo, cuando dejó hace tres años el CPI, aquella criatura que había concebido en su garage.
Es que este periodista inquieto, que vive, investiga y enseña en Washington, va por su tercera reinvención. «Creo que, en algún punto, el fundador tiene que dejar el edificio de cualquier corporación. Y esto era lo que sentía después de 15 años en el CPI, con semanas de 80 ó 100 horas de trabajo y consiguiendo 30 millones de dólares para financiarnos».
Claro que, si la investigación sin fines de lucro apunta a decir «la verdad sobre el poder», como describe Lewis: ¿a qué poder le interesaría financiar una investigación semejante? O, dicho de otro modo: ¿quiénes son los que ponen plata para que funcione un periodismo como servicio público?
Acostumbrado a conseguir financiación para estos emprendimientos, Lewis parece tenerla clara. En Estados Unidos y en muchos países -dice- hay gente rica y fundaciones filantrópicas dedicadas a cuestiones sociales. Por otra parte, el CPI divulga todos sus donantes, docenas de grandes fundaciones, como MacArthur, Knight, Ford, Open Society Institute, así como aportes individuales.
¿Y no influyen los sponsors en las investigaciones?
«En absoluto. El donante jamás tiene que ver con el trabajo. Los donantes quieren ver un impacto público ¿La organización hizo lo que dijo, fue importante para el mundo, es de alta calidad, hace quedar bien al donante?», esas parecen ser las preguntas que se hacen los financistas de este mercado nuevo. A los donantes hay que sumarle, como fuente de financiación, el dinero de contratos de consultoría con distintos medios e incluso con editores de libros.
A los 54 años, Lewis tiene un frase favorita, la de Indiana Jones, en En busca del arca perdida : «No son los años sino el millaje». Y con los años y el millaje puedo tener más de 100, bromea. Y en esa mixtura de años y millaje, ¿le aconsejaría a un periodista que se tire a la pileta, como lo hizo usted? Lewis no lo duda: «Si un periodista está harto con los temas que cubre, debe renunciar ahora. Buscar buenos editores, buenos patrones y buenas circunstancias. Es que, ¿sabés?… La vida es demasiado corta. Claro que también puede ser que el mejor jefe sea uno mismo. El primer paso en un divorcio es la separación. El segundo es decidir dónde aterrizar. Eso fue lo que hice y, con buenas ideas y la gracia de Dios, funcionó»
¿Y nunca deja de funcionar? «Sï, claro que por momentos deja de funcionar, pero intentar y fracasar es mejor que no intentar». En una palabra: Lewis aconseja apuntar siempre hacia la luna porque, en caso de fallar, siempre es posible aterrizar en las estrellas.
Por Laura Di Marco
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, suplemento Enfoques, 9 de diciembre de 2007.