El pueblo no quiere que le desmiembren su historia y alza su voz manifestada democráticamente. Las víctimas de la barbarie tampoco quieren diálogos con asesinos y alzan su voz manifestada democráticamente. La sociedad, a través de diversas instancias, ha manifestado igualmente su rechazo a legislaciones injustas, contrarias a la ley natural y al sentido común, y alza su voz manifestada democráticamente. Miles de personas participan en marchas solidarias contra el hambre, para recordar que todavía hay personas que se mueren de hambre, y alzan su voz manifestada democráticamente. Bajo este alzamiento de voces democráticas, los gobiernos (democráticos) debieran tener también otros modos (más humanitarios en talante) y otras modas políticas que fructifiquen en el respeto más absoluto a los valores humanos (mayor entrega en los talentos de la consecución del bien común), en el uso justo y honesto del dinero público, en el rechazo más enérgico de medios equívocos o ilícitos para conquistar, mantener o aumentar a cualquier precio el poder. Ante el diluvio de parásitos de salón, yo también quiero alzar mi voz democráticamente, hasta quedarme seco de sílabas, en nombre de aquellos que no tienen voz; porque hasta su voz, se la han robado para hacer negocio con ella.
Hemos perdido tantos sentimientos en el camino que se acrecientan los moribundos de pena, los que se mueren de miedo entre las sábanas de la soledad, ante la legión de parásitos abusadores que nos ahogan y acosan. Eso de que a uno le zarandeen como un figurín, me enciende la chispa del verso y a punta de poema rajo corazones que no sienten, ni padecen. Esta atmósfera de contradicciones, que actualmente soportamos, oscurece nuestras vidas y ensancha violencias. La intranquilidad que vivimos es manifiesta. Todo está como muy en tensión o muy tensado por explotadores, sin generosidad alguna. Por si fuera poco, sino quieres una taza, toma dos. Un estudio realizado por la Universidad de Birmingham encontró que tanto la “visión pasiva” de la televisión y las películas, como la “visión interactiva” de los videojuegos, tienen efectos sustanciales a corto plazo en las emociones de los niños. Somos verdaderos sembradores de absurdos. Ahí está, la inercia de esparcir imágenes cuyo comportamiento conlleva asesinatos, homicidios, guerras, violaciones, esclavitud, tortura, exterminio de humanos inservibles y tantas otras bestialidades. Estampas que dejan, tras de sí, un sustrato de vacío y ansiedad, de falta de sensibilidad, y un aumento de pulgas agresivas que nos aplastan los sentimientos más humanos.
Considero que, la defensa de la diversidad cultural, puede ser una buena manera de unirnos más en autenticidad, mediante los lazos inmensos del sentimiento. Para ello, es necesario hacer un cambio de mentalidad, una revisión del entendimiento humano, que también pasa por un cambio en el laberinto de los fríos sistemas educativos. Si queremos que el respeto a los derechos humanos salga del papel a los hechos, deberíamos empezar por no truncar los pétalos de los afectos. En el corazón de nuestra forma de ser, en el alma de las almas, habita una riada de poéticas emociones en la que no cabe la insensibilidad. Todo nos importa y nos reporta una sensación. Por eso, es tan vital la nitidez en la transmisión de los mensajes. Al final, la acogida o el rechazo, surgen de manera espontánea. Sin sentimientos; la insensatez toma cuerpo, y los disparates, incoherencias. Precisamente, unas declaraciones recientes de Ignacio Calderón (director de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción), que considera que la sociedad ha pasado de enfrentarse toda unida y con todas sus fuerzas al fenómeno de la drogadicción, en décadas pasadas, a una situación en la que no es capaz de adoptar una posición clara, nos reafirma la pasividad del sentimiento y la hipocresía de una sociedad que vive más en el resentimiento que en el sentimiento comprensivo.
Si el lenguaje del corazón suscita sentimientos discordantes, la ciencia produce dudas y lo trascendente ha dejado de tener valor alguno, el clima no puede ser más propicio para los parásitos de salón. La raza de vividores y oportunistas es todo un peligro. El ser humano, por tanto, vive cada vez más en la desconfianza. Habría que recuperar las dimensiones de auténtica sabiduría y de verdad que conviven con el tiempo y dejarse interpelar por la vida vivida. A la gente le gusta sentir, sea lo que sea, pero solamente bajo un horizonte de autenticidad se puede percibir el estremecimiento de algo pleno, como es la libertad y el amor. El que dos de cada cien españoles pertenezcan a alguna de las más de trescientas sectas que operan en nuestro país, es un evidente modelo de un sentimiento fingido, de una falta de vibración interior. El galopante afán productivo de la vida actual, la ausencia de afectos, la incomprensión y el desarraigo, el naufragio de las personas donde nadie conoce a nadie, origina el deseo de buscar alguien que le acepte por sí mismo. Es cuando las sectas, que suelen estar en el momento oportuno y en el sitio adecuado, captan a la presa. Necesitamos sentirnos queridos y acogidos. Es ley de vida. Ellos lo saben bien. Y lo explotan mejor. Algunas son más inocuas, pero otras someten al adepto a verdaderos “lavados de cerebro” de los que es difícil salir.
Eugenio d’Ors definía al ser humano como “animal hablador”. No le faltaba razón, puesto que en esa comunicación parlante, las ideas van unidas a los temples. Separar los sentimientos confusos de los comprensiblemente claros, exige dar en la diana del significante con el significado. Pongamos un ejemplo, para discernir. Una de las voces que más sentimientos engloban es la palabra “amor”. Un uso fraudulento de ella, genera todo lo contrario a su razón de vida: pesadumbres, congojas, amarguras, sinsabores… Cuando los criterios de verdad son pura mentira, las sectas se convierten en verdaderas religiones. De igual modo, el amor cultivado en la superficialidad, deja de ser lo que es, y se torna posesivo, poseedor hasta el extremo de llegar a la violencia; una posesión más como si fuera puro fetichismo. Los sentimientos sin humanidad, apuñalan a traición. Nada les importa. Lo saben los parásitos de salón, que continúan en sus trece de embrollarlo todo, por si acaso nos pueden colar el engaño de libertades y un bienestar falso preso de hipotecas. Son tan arrogantes, que pretenden con la ignorancia de la verdad, hacernos más felices.
Víctor Corcoba Herrero
Corcoba@telefonica.net
El autor vive en la ciudad de Granada (España) y envió este artículo especialmente a la página www.sabado100.com.ar.