De un tiempo a esta parte, las orquestadas campañas de sensibilización social se han puesto de moda. A servidor le parecen más oportunistas que reales, una manera de quedar bien y de lavarse las manos. Suelen ser fanáticamente doctrinarias, fruto de creerse que uno es el poder mismo. Consecuencia de ello, es que casi siempre surge el cisma antes que el consenso y la inquietud de no fiarse de nadie, en vez de generar quietud y confianza. La cometida de reformas y contrarreformas lanzadas a los cuatro vientos, cuando se hacen sin consenso alguno, corren el peligro de crear más inseguridad que otra cosa. Aquí, en nuestra piel de toro, nos esperan unas cuantas movidas. Algunas de suma importancia, por lo que de futuro encarnan. Actualmente, casi todas las comunidades autónomas trabajan en la reforma de sus estatutos. Confiamos en que el marco irrenunciable de la unidad de los pueblos de España no salga dañado. Veremos si se tienen en cuenta todas las sensibilidades ciudadanas, en base a principios básicos, para que surja la aceptación de la amplia mayoría necesaria para impedir divisiones que jamás favorecen la convivencia.
A juzgar por los aires que se perciben, con el anuncio de algunas manifestaciones próximas en contra de leyes insensibles al derecho natural, los ánimos están más bien subidos de tono. Tanta incertidumbre nos agita hacia la locura más salvaje. Debió pensarlo así, la titular del ramo sanitario, dispuesta a poner el parche antes de que salga el grano. Nos quiere poner en guardia y sensibilizar sobre las enfermedades mentales, poniéndonos como garantía, o fe de vida, condiciones de igual accesibilidad para todos, mecanismos de prevención eficaz, diagnóstico temprano y asistencia integral y de calidad cuando la enfermedad ya se ha hecho presente. Esto no se lo cree nadie que haya tenido que acudir, en los últimos años, a un centro sanitario público en cualquier pueblo de España.
Cada día son más los españoles, –sólo hay que ver las estadísticas-, que optan por hacerse una póliza con alguna compañía privada para asegurarse una atención médica esencial. Ya no les cuento, sí uno precisa de una medicina especializada, donde el que tiene dinero hace sus chequeos en un país extranjero. Una vez allí, lejos de nuestras fronteras, seguro que se encuentra con más de un español deseoso de venir a la madre patria a ejercer la medicina y que, no puede hacerlo, porque en su propio país, en el que se ha formado, carece de medios y de estabilidad para realizar su trabajo dignamente, sin sobresaltos políticos. Esto pasa por el afán de politizar lo que jamás ha de politizarse, la profesionalidad de los profesionales instruidos para ello.
En realidad, una campaña de sensibilización social ofrecida por personas que no son creíbles, poca firmeza adquiere, más bien ninguna. Tal es el caso general del político de turno español que ha hecho de la política su medio de vida, rotando por diversos cargos creados a propósito; lejos de ser un servidor a la ciudadanía, es un profesional asalariado que vive de la política, sirviéndose de ella para engordar su cuenta de ahorro. A este bicho, de la familia de los zánganos, suele importarle más bien poco que cada día las desigualdades se acrecienten. Ya lo dice el pueblo: ándeme yo caliente, ríase la gente. Por desdicha, en la política española, hay muy pocos valores seguros. Bajo estos parámetros de vacilación, la multiculturalidad nos llama a entrar nuevamente en nosotros mismos, antes que en campañas inútiles fomentadas, en demasiadas ocasiones, por un vocero sin credibilidad; y, lo que es peor, sin cátedra alguna, ni principios de ejemplaridad al uso.
Ciertamente, podemos y debemos aprender de lo que es sustantivo para los demás, por ellos y por nosotros, porque es deber nuestro acrecentar la consideración hacia el otro. La pregunta que se plantea, pues, sería: ¿es justa una campaña de sensibilización social que parte de planteamientos falsos? En todo caso, más que este tipo de cruzadas ceremoniosas, se impone la tarea de preguntarnos qué es lo que puede garantizar el futuro y mantener viva la identidad interior de una España más unida en conciencia social en cuanto obras realizadas, que las palabras se las lleva el viento, respetuosa con su historia y alentadora de esperanza.
A mi juicio, las campañas de sensibilización social para que sean efectivas han de tener promotores éticos y transparentes compromisos, todo lo contrario a esas políticas que alimentan modelos de vida superficiales y comportamientos inmorales que lo único que favorecen es la difusión de la pelea continua, del mal, en definitiva; obviando toda referencia a los verdaderos valores humanos y espirituales capaces de fundar una educación y una prevención pertinentes en favor de una vida más justa y de un amor más responsable. Está bien eso de predicar, pero también hay que ocuparse, comprometerse y bajar al fango a convivir con aquellos que no tienen un pan que llevarse a la boca. A propósito, por aquello de la noticia inmediata, el que escritores y artistas se unan en la Feria del Libro de la capital del Reino contra la pobreza, servirá la lucha, en la medida en que sea un signo de verdad en medio de una España ensortijada por una creciente mancha de barrios marginales a los que se presta muy poca ayuda. Para sentir la necesidad de compartir hay que conocer el dolor, vivirlo de primera mano.
Por desgracia, nos estamos acostumbrando a estadísticas que hablan de miserias, permitiendo todo tipo de economía sumergida de una esclavitud tremenda y que determinados colectivos sigan atrapados en el círculo vicioso de la exclusión social. La indigencia produce desdicha y reproduce desgracia. Tras una situación de carencias concretas, en una familia o en un grupo social, el ambiente social se desarraiga en forma de agresividad y cada cual busca su salida en las drogas o en el alcohol. Y los hijos, crecidos bajo este clima, hacen lo mismo que sus progenitores. Es la rueda que se repite, la auténtica corona de espinas que han de soportar niños por el hecho de haber nacido en un barrio marginal.
Hablando claro, hemos de convenir que todos los que no estamos en el mundo de la marginalidad, les explotamos. El malestar de éstos, puede que sea el precio colectivo de nuestro bienestar. Por puro interés de mercado, se reducen las prestaciones sociales. En consecuencia, todos somos responsables. Los que nos movemos por estos mundos subterráneos de prisiones y adicciones, sabemos muy bien de la complejidad de esta tarea, que va más allá de una mera campaña de Pilatos sensibleros, si no existe un deseo de estar con el que sufre, con el que no tiene voz, salvo en periodo electoral que suele ser engañado por el abrazo del político de turno, con el excluido al que los ricos no quieren incluirlo socialmente por interés egoísta. Esta es la única campaña que puede ser eficaz, la de convivir y vivir compartiendo. La estrechez repartida es el mejor partido a la sensibilización social. Lo demás, es puro cuento.
corcoba@telefonica.net
El autor vive en la ciudad de Granada (España) y envió este artículo especialmente a la página web www.sabado100.com.ar.