Es, sin ninguna duda, uno de los referentes más importantes del teatro en la Argentina. En más de cincuenta años de trayectoria ha recibido infinidad de premios: el María Guerrero, el Florencio Sánchez, el ACE y el Konex de Platino 2001. Agustín Alezzo es un testigo calificado de la cultura de nuestro país.
Durante la entrevista, Alezzo analiza con mirada crítica la relación entre Estado y cultura. Afirma, con mucha contundencia: “Desde que tengo uso de razón, ningún gobierno ha incrementado cosas esenciales, como la educación y la cultura, en las zonas más empobrecidas. A los gobiernos sólo les ha importado mantener el poder, cosa que se logra, sobre todo, cuando la gente es ignorante. Para los gobiernos no es negocio que la gente piense”.
En la última década, Alezzo puso en escena Cartas de amor en papel azul, de Arnold Wesker; Camas separadas, de Marcelo Ramos; Yo amo a Shirley Valentine, de Willy Russell; Delirante Leticia, de Peter Shaffer; El hombre de las valijas, de Eugene Ionesco; Danza de verano, de Brian Friel; Ah, soledad, de Eugene O’Neill; Master Class, de Terence McNally; Recuerdo de dos lunes, de Arthur Miller; Ricardo III, de William Shakespeare; El jardín de los cerezos, de Anton Chejov, y La hora pico , de Marta Degracia. «Yo creo que el teatro cumple una función de sensibilización, ayuda a pensar. Pero creo que no puede reformar nada de por sí», dice.
Alezzo dicta cursos de actuación y dirección desde 1967, en forma ininterrumpida, en su estudio. Fue asesor en el Teatro General San Martín.
«El San Martín, como todos los grandes teatros del mundo, tiene que tener, por un lado, un director artístico y, por el otro, un director administrativo. Para mi gusto, el San Martín tiene una producción muy buena en cuanto a la elección de las obras, pero los espectáculos son un plomo. Nadie va al teatro a aburrirse. Un teatro tiene que estar vivo», opina.
Agustín Alezzo fue rector de la EscueLA NACIONal de Arte Dramático, hasta 1975. Ese mismo instituto lo contó como profesor, de 1987 a 1992.
-En nuestro país, resulta engorroso encontrar una definición de cultura. ¿Qué ronda por su cabeza cuando se habla de cultura?
-Yo creo que la cultura es todo. Evidentemente, la cultura refleja a un país. Creo que ningún gobierno, desde que yo tengo uso de razón, ha incrementado cosas esenciales como la educación y la cultura en las zonas más empobrecidas. Y es así porque les ha importado mantener el poder, cosa que se logra, sobre todo, cuando la gente es ignorante.
-¿Por qué lo dice?
-Porque para los gobiernos no es negocio que la gente piense.
-¿Cuánto tiene que ver con esto el teatro? ¿Puede el teatro ser un camino para que la gente esté más informada, para que sepa un poco más, para que esté más preparada?
-Yo creo que el teatro cumple una función de sensibilización. Ayuda a pensar, pero no creo que pueda reformar nada por sí solo. Con él sucede lo mismo que con el resto de las artes, como la música, como la danza. Son formas de expresión del individuo en su función más pura, pero no cambian a nadie, salvo que las condiciones estén dadas. Y no es el caso de nuestro país…
-Cuando se habla de cultura, muchas veces se está pensando en un círculo que ya es culto. ¿Cómo se lo podría ampliar?
-Para eso tiene que intervenir el Estado. Así sucedió, por ejemplo, en Francia, cuando Jean Vilar creó el Teatro Nacional Popular. Trabajaba en salas para dos mil y hasta tres mil personas. Ese fue un teatro realmente popular, que recorrió toda Francia, con figuras muy conocidas en los elencos, como María Casares, y con un repertorio clásico y moderno extraordinario. Y todo el pueblo de Francia iba a ver las obras.
-Hablemos del San Martín. ¿Se acerca a ese tipo de popularidad de la que usted habla?
-Le voy a ser absolutamente franco. Creo que Kive Staiff es un gran empresario, pero no es un gran director de teatro. El error es haber unido ambas funciones en una sola persona. En todos los teatros del mundo, incluyendo el San Martín antes de Kive Staiff, esas dos funciones están divididas. Tiene que haber, por un lado, un director artístico del teatro y, por otro, un director administrativo. Así era en el Piccolo Teatro, de Milán, en el que estaban Grassi como director administrativo y Strehler como director artístico. Sin Grassi, ese teatro no hubiera sido lo que fue. Por su parte, Stanislavsky tenía a Danchenko en el Teatro de Arte. El director artístico tiene que ser un hombre de teatro. Lo que pasa en el San Martín, para mi gusto, es que la producción es muy buena en cuanto a elección de obras, pero los espectáculos son un plomo.
-Eso ya aleja al gran público…
-Claro. Los títulos son muy buenos, pero están tan mal hechos que la gente se aburre. Si pasa eso, no puede ser un teatro popular. Nadie va a un teatro a aburrirse. Un teatro tiene que estar vivo.
-Para que los teatros oficiales estén vivos, ¿cree que desde la Secretaría de Cultura de la Nación se podría hacer algo? ¿Considera que la Secretaría tiene influencia, por ejemplo, en la actividad teatral?
-¡No, no influye para nada! Tiene en sus manos la situación del Teatro Nacional Cervantes. Este es un ejemplo patético, si no trágico, que demuestra que la Secretaría no influye. Un teatro que se ha dedicado a la comedia nacional, un edificio que constituye una joya arquitectónica y que se está viniendo abajo, desde todo punto de vista: en cuanto a lo edilicio y en cuanto a sus actividades. Este año no han podido hacer temporada. Esto es gravísimo.
-Con las elecciones en la Capital Federal reapareció el debate sobre las diferencias entre la derecha y la izquierda. ¿Usted cree que hay una cultura de derecha y otra de izquierda?
-[Lo piensa con cuidado] Yo no diría eso. Diría que hay una cultura en general. Hayuna derecha y una izquierda, sí, pero no sé hasta qué punto esto pesa en la cultura. Yo, la verdad, no lo siento; es decir, no lo veo transmitido a la vida cultural. Lo que puedo decir es que mis esperanzas nunca están puestas en los políticos.
-¿En quiénes están puestas?
-En la gente que trabaja. Yo empecé a dar clases en 1966, y desde entonces siempre hubo una cantidad enorme de alumnos. El taller sigue manteniendo la misma cantidad de alumnos que tenía entonces. Y, a la vez, siempre hubo, y sigue habiendo en Buenos Aires, una cantidad considerable de excelentes maestros.
-Usted ha sido maestro de muchas generaciones de jóvenes. Cuando alguien empieza a estudiar teatro, ¿qué busca?
-Muchas veces, no lo sabe. Y a veces los que no lo saben son los mejores. Algunos vienen porque buscan popularidad, ubicarse en televisión y, con eso, obtener un nombre, fama… Estos vienen por unas pocas clases, para ver si con lo que aprenden pueden salir a flote. Otros vienen porque se los recomendó el psicoanalista. Otros piensan que, desde la cuna, el teatro era para ellos y que están predestinados a ser actores. Pero son muchos los que no saben por qué se acercan. E insisto: éstos, en muchas ocasiones, son los mejores.
-¿Dónde advierte en la actualidad una búsqueda artística interesante?
-En el nuevo cine que se está creando. Hay realizadores jóvenes que me parecen muy interesantes. No sé si todas las películas son muy buenas, pero buscan caminos nuevos de expresión. El cine argentino hoy es un espacio de renovación en serio. Y eso sí que es interesante.
-¿Y en teatro?
-La hay menos, pero se compensa con la gran cantidad de espectáculos. Y dentro de esa gran diversidad hay algunas cosas como, por ejemplo, lo que hace Ricardo Bartís y lo que hace ahora Julio Chávez, que está dirigiendo y a quien también he dirigido.
Por Any Ventura
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