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Papeleras: un insólito conflicto entre hermanos

Por Julio María Sanguinetti

Si hay ciudadanos de dos países que, observados por cualquiera que hable castellano, resultan difíciles de distinguir, son un argentino y un uruguayo. Hijos de un mismo proceso histórico, hace 200 años en este 2006, Montevideo y Buenos Aires resistieron hermanadas una fabulosa invasión inglesa cuando todos éramos españoles y ni unos ni otros se imaginaban que algún día serían capital de dos repúblicas independientes.
Fuera de los habitantes de algunas provincias del norte argentino, que poseen un acento distinto, los rioplatenses propiamente dicho hablan idéntico, se visten con la misma sobriedad, comen la misma combinación de churrasco criollo y pasta italiana y conviven en un intercambio que incluye las elegantes playas uruguayas, invadidas en verano por los del otro lado, y los uruguayos viajando el año entero a la rumbosa Buenos Aires, estrella rutilante del sur americano.
Sus diferencias arrancan de que Buenos Aires es enorme, fascinante y dominante, como toda metrópoli, mientras que Montevideo es amable y tranquila, conforme a su mediano porte y su apertura al mar. De esa diferencia emergió un día la independencia uruguaya, basada en el autonomismo nacido en tiempos de la gobernación española por una rivalidad comercial que enfrentaba al mal puerto de Buenos Aires, sostenido por un comercio muy rico, con el mejor puerto montevideano, cabeza de una comarca más pequeña.
Naturalmente, así como las sociedades se identificaron por sus mismos hábitos, la política las puso enfrente más de una vez a lo largo de la historia. Pero la última ocasión en que la relación se crispó fue hace más de 60 años, cuando en 1944 dieron un golpe de Estado los militares nacionalistas argentinos encabezados por el General Farell, de claras simpatías franquistas y nazistas, y Uruguay no los reconoció por su naturaleza antidemocrática.
Los asuntos parecieron mejorar cuando el general Perón llegó al poder, pero las actividades de los exiliados argentinos, que en Montevideo hacían prédica política en radios y diarios contra el régimen de su país, volvieron a distanciarlos. Hasta tal punto que, entre 1952 y 1955, los países quedaron incomunicados pues la Argentina exigía visa a quienes viajaban a Uruguay y la visa requería un «certificado de buena conducta» que no se entregaba nunca.
Por si esto fuera poco, al viejo buque que todas las noches del año hacía la carrera entre las capitales se le había impuesto una tarifa impagable. La caída de Perón en aquel 1955 abrió un tiempo de normalidad y cuando él retornó, en 1973, tan buena fue la relación que pudo aprobarse un tratado regulador de la soberanía sobre el Río de la Plata que parecía ya imposible de alcanzar luego de un siglo de tratativas.
De modo que, pese a estos altibajos de la historia, no distintos de los que han sacudido a todos los vecinos del mundo, Uruguay y la Argentina han vivido entremezclados, con su pasión por el fútbol, el tango y los cientos de artistas, deportistas y escritores uruguayos que encontraron -y encuentran- en Buenos Aires, el gran escenario para triunfar.
Hoy, están sumergidos en un inimaginable conflicto diplomático hasta el grado de que están cortados los puentes binacionales que los unen, sobre el río Uruguay, por la acción de piqueteros ambientalistas opuestos a la instalación de dos plantas de celulosa.
La historia comenzó en 2002, cuando Uruguay autorizó a construir una planta de celulosa de la empresa española ENCE, sobre el río epónimo. La Argentina protestó, Uruguay explicó y todo se resolvió en 2003 con un acuerdo ministerial que permitió un monitoreo argentino del proyecto, la construcción y el posterior funcionamiento de esa planta, a la que se añadió luego otra, de la empresa finlandesa Botnia.
Las cosas transcurrieron con normalidad por dos años, hasta que el gobernador Busti, en medio de una campaña electoral para su reelección, se sumó a un grupo ambientalista de Gualeguaychú que protestaba de modo radical contra la industria de la celulosa.
A partir de allí nada resultó manejable. El movimiento se insufló, piquetes cortaron el puente de mayor circulación, frente a Fray Bentos, luego se cortó otro puente más alejado y la disputa adquirió un nivel político cuando el gobierno argentino se negó a desalojar a los piqueteros que cortaron esas vías internacionales y el propio presidente Kirchner recibió a los protestantes, no aceptó un diálogo en el Mercosur y resolvió llevar el asunto a la Corte de La Haya.
Por su parte, el presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, cuenta con el apoyo de toda la oposición, unánimemente adherida a una política forestal que venía de los gobiernos colorados anteriores, bajo cuya administración se desarrolló la plantación y explotación industrial de la madera.
La Argentina tiene derecho a reclamar garantías. Uruguay tiene derecho a que se construyan plantas industriales, si ellas responden a los patrones internacionales. Y así es, especialmente cuando se piensa que Botnia es una empresa finlandesa con cinco plantas en su país, el número uno del mundo en cuidado ambiental. Mientras que en la Argentina, donde hay 10 plantas, varias de ellas en Entre Ríos, la mayoría dista de acercarse a esos niveles.

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Como es evidente, se vive una crisis profunda en un Mercosur que ya venía con problemas y ahora se halla en coma, cuando uno de sus socios bloquea el tráfico comercial hacia el otro y el sistema regional no logra articular procedimiento alguno. El propio Brasil, líder natural de la región, vive su carnaval distraídamente mientras el Sur de su comarca se va incendiando.
Agotada la diplomacia, la gente mira ahora a los presidentes, a quienes se pensaba muy afines dado el apoyo electoral brindado por el argentino al uruguayo. Y allí se encuentra con un Kirchner agresivo y peleador, que se siente cómodo en esa actitud con la que, por ahora, no le ha ido mal, y un Vázquez de moderada expresión, pero recién estrenándose en lides que no le son habituales ni a él ni a su partido, recién llegado al poder luego de décadas de frontal oposición.
Uruguay no negociará bajo la presión del ilícito cierre de fronteras. Kirchner, mirando su política interna, no dejará mal parado al discutido Busti, otrora fervoroso menemista y ahora kirchnerista recién converso.
Ese conflicto político rebasa el de fondo, en el que cualquier organismo técnico internacional podría decir en diez minutos que la tecnología proyectada es la que se usa hoy universalmente. Pero el más poderoso se siente fuerte y el más débil no entrega su razón ni su dignidad.

Julio María Sanguinetti

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 5 de marzo de 2006.

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