Por Lidia Dellacasa de Bosco.- El nuevo poemario de Liana Friedrich invita a emprender un viaje cuya trayectoria está sugerida por un título de sentido inquietante. Quienes se dispongan a penetrar en esas “moradas” deben estar preparados para sumergirse en una dimensión simbólica, donde reina desde el comienzo la ausencia de voces y un devenir que conducirá al hombre a la redención del pecado capital.
Catorce poemas componen cada una de las tres partes de este libro en el cual los números y las citas bíblicas, así como los epígrafes tomados de la “Divina Comedia” sumergen al lector en la atmósfera espiritual que impregna el devenir propuesto por la autora: la liberación del caos original y el ascenso de purificación en busca de la plenitud del ser en comunión con el Creador.
Así, el viaje se inicia en el silencio tenebroso de un Infierno oscuro. Es la metáfora del submundo en el que el hombre está inmerso, dominado por el pecado, las intenciones aviesas, la corrupción demoníaca, las múltiples y arteras formas del engaño y la traición. En esta “morada” los indicios no dejan dudas acerca de la condición humana sumergida en una selva oscura, en el dolor de una soledad amarga y un desamparo cruel que privan al hombre del amor, la belleza, la paz, la libertad y la vida espiritual. El vocabulario y las imágenes elegidas por la autora conforman una semántica de la “recta vía perdida” y el sufrimiento eterno en esa “morada” donde las ausencias se expresan a través de la reiteración del término sin: primavera sin jazmines, jazmines sin perfume…En un planeta moribundo que se debate en el sinsentido de la vida porque ha exiliado a Dios, el hombre, traspasado por un dolor que no cesa, busca desolado otras moradas que signifiquen el regreso a la vida verdadera.
En este punto del caminar errante, una serie de “Tankas agónicos”, como los titula Liana, dan cuenta del desengaño y la caída en las profundidades de un silencio que es signo de muerte y dolor sin límites.
La necesidad de una expiación que implica cargar la Cruz del Nazareno en la búsqueda de purificación hacia el Paraíso, obligan a penetrar en el Purgatorio, tránsito indispensable para alcanzar el Cielo. Allí es posible implorar al Altísimo en busca de piedad y liberación de los pecados. Con notable fuerza poética, una serie de interrogantes ponen al descubierto las dicotomías de un “mundo bipolar” que había olvidado al Supremo Hacedor.
Ese caminar hacia el Dios vivo hace posible la liberación, por Gracia Divina, de los pecados que aquejan al hombre. La mirada se eleva hacia la morada definitiva: el Cielo. La palabra poética se torna entonces luminosa al describir ese viaje de retorno a la fe en el Redentor. Las Trovas por la Paz enriquecen la visión del Paraíso reconquistado, de la “recta vía” que el hombre creía perdida para siempre.
La autora asume la tarea de abordar literariamente la deriva azarosa del hombre, desde las tinieblas del caos infernal hacia la Luz que lo devuelve a la plenitud y la armonía espiritual. He aquí la virtud de la palabra poética, la cuidada selección de versos y cadencias, la perfecta estructura en consonancia con aquello que se dice.
Todo el libro, de elevada construcción estética, descubre ante el lector un itinerario que induce a la reflexión profunda acerca del sentido de la vida, del grito lacerante del silencio en el que se hunden las almas prisioneras del pecado, hasta la recuperación del canto jubiloso en comunión con Verbo Divino encarnado en el Espíritu Santo.
Agradezco haber gozado la lectura de este poemario que alcanza tan alto grado de perfección poética.
La autora es profesora y escritora.