Pa´ la Dorita

Por Alcides Castagno.- Remo Pignoni había resuelto que el mejor estado civil era el de soltero, más aún cuando se trataba de un músico, con una vida poco metódica y con ingresos escasos, ya que Remo, con su única hermana Coca, provenía de una familia humilde. Con esa convicción cumplió sus estudios y comenzó a ejercer como profesor de música en la Escuela Normal. Sin embargo, andando los pasillos, empezó a distinguir a una alumna, entre tantas, que le hacía volver la cabeza. Ella venía de un campo de Lehmann, como sus tres hermanas, cuyo padre murió muy joven y eso produjo que tengan que venirse a Rafaela. El amor cambió los planes de soltería de Remo por el de casamiento con Dora María, quince años menor que él, pero tan enamorada como él. Pronto nació Atilio José y a los 14 meses nacieron los gemelos Remo Eduardo y José María. En el momento del nacimiento suponían que era uno solo, hasta que el Dr. Américo Marchetti anunció el segundo, José María, que nació con una deficiencia de oxígeno que le ocasionó una lesión cerebral. Este hecho marcó para siempre la vida de Dorita, que se hizo cargo de un deber desconocido y transformó un hecho negativo en un sistema de vida. Hoy, José María se desempeña por sí mismo y no necesita compañía más que el recuerdo de las enseñanzas de una madre que –nos cuenta Atilio- siempre se agarraba la cabeza cuando veía a una mujer con varios hijos pensando en cómo haría para arreglárselas.

Dorita

La conocida frase «Detrás de un gran hombre hay una gran mujer» se cumplió literalmente con Remo y Dorita, aunque diríamos que «junto a un gran hombre hay una gran mujer». Remo, en una entrevista afirmaba: «La vida es tan dura que enfrentarla solo no es posible y hacerlo en pareja o en familia reparte la carga».
Lo que Remo logró es consecuencia del apoyo de Dorita –afirma Atilio- a pesar de la diferencia generacional y el origen campesino de ella y las costumbres urbanas de él. Un gesto refleja su amor incondicional: cuando Remo llegaba tarde de trabajar en la noche de invierno –era muy friolento- ella lo esperaba acostada en un lado de la cama que calentaba con su cuerpo y se corría a la llegada de su marido para que ocupe su lugar y no sufra el frío.
Aunque no lo traslucía en la conversación, Dorita era una mujer de carácter; entre sus amistades y en el interior de la familia mantenía una actitud crítica y poco tolerante con lo que veía mal. A pesar de alguna diferencia circunstancial con Remo, el apoyo en el frente interno del hogar nunca decayó. Por ejemplo, cuando Remo hacía los arreglos de algún tema con letra, le pedía a Dorita que lo cante; ella, por propia confesión, no tenía suficiente oído musical pero se las arreglaba para dar una mano, que no era muy feliz pero sí suficiente porque llevaba la fuerza del cariño.
No hubo acto con referencia a Remo que no la contara entre el público, casi entre sombras, con el sello distintivo de su melena blanca y bien compuesta, con su brazo derecho afirmado con José María, hasta que dejamos de encontrarla en las butacas o a lo largo de calle Moreno; es que Dorita se estaba apagando, lentamente, en silencio, como esperando los acordes del piano. Allí, sentada en su sillón, sintiéndose cansada, escaló ese inevitable pentagrama lleno de silencios y calderones; así, en un día de agosto poco antes de los 89, se marchó sin hacer ruido.

Su Remo

En una oportunidad, años atrás, visitamos a Dorita en su casa de Moreno y Lamadrid. ¿Alguno de sus hijos heredó el carácter de Remo?, pregunté –No, tal vez con el tiempo pero por el momento no, ni siquiera en el oído musical -dice sonriendo- igual que la madre. Enseguida desemboca en su tema predilecto: Remo. «Él tenía grandes expectativas cuando empezó a componer, pero esas expectativas no se cumplieron; eso hizo que tuviera un dejo de amargura. Cuando empezó a componer era la época más brillante del folklore, pero no tuvo difusión ni la trascendencia que merecía. Lo único que a él lo gratificaba era la compañía de grandes letristas».
Inevitablemente la conversación desembocó en Cosquín, a lo que Dorita se refirió como un lugar de mala suerte para Remo. En una oportunidad fue convocado para ser jurado de composiciones folklóricas; viajó, pero el certamen se suspendió. Otra vez fue invitado a tocar con la sinfónica de Córdoba, también en Cosquín, pero una huelga sorpresiva hizo que el concierto se frustrara. La tercera vez, la más reciente, en que se le habría de hacer un homenaje y debió volverse por un problema de salud.
El rostro de Dorita se ilumina y los ojos se humedecen cuando debe contestar sobre su vida con Remo. «Buena… muy buena. Siempre digo: no me puedo quejar, me he casado con el hombre que amaba, así que eso es un triunfo. A veces me encuentro con gente que ni siquiera lo ha conocido, sin embargo se emocionan al hablar de él».
Atilio, Remo Eduardo y José son los hijos que dio el hogar de Remo y Dorita; les resulta difícil contener la emoción ante la siembra de amor, tolerancia y carácter que vivieron en su casa. Allí, el menor de ellos, como «habitante del silencio» recorre la casa paterna en donde pareciera sonar un teclado con aquella dedicatoria que permanece Pa´ la Dorita.

Fuente: https://diariocastellanos.com.ar

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