Esta mañana se ofició la tradicional ceremonia del Tedeum (acción de gracias a Dios) en la Catedral San Rafael, presidida por el párroco Alejandro Mugna y concelebrada por Walter Perelló (párroco San Pedro-Santa Josefa Rosello) y Ariel Botto (párroco de San Antonio).
Estuvieron presentes el intendente de la ciudad Leonardo Viotti, el presidente del Concejo Municipal Lisandro Mársico, el diputado nacional Roberto Mirabella, el senador provincial por el departamento Castellanos Alcides Calvo, el diputado provincial Juan Argañaraz, el jefe del Escuadrón Vial Rafaela de Gendarmería Nacional Dante Romero, el jefe de la Policía Federal Carlos Mallea, funcionarios locales y provinciales, representantes de instituciones, entre otros.
A continuación, se comparte la homilía pronunciada por Mugna, titulada “Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó”:
Al inicio de la pandemia, en un panorama complejo y desconcertante para toda la humanidad, mediante una imagen que recorrió el mundo, el papa Francisco nos llevó a todos a la Plaza de San Pedro, desierta y mojada por la lluvia, para contemplar el crucifijo de San Marcelo, para centrar la mirada en Jesús que subiéndose a la vulnerable barca de la humanidad nos decía: “…tranquilícense; soy yo no teman…” (Cfr. Mt 14, 27).
El evangelio que acabamos de escuchar nos permite entrar en la escena de la tempestad calmada. Se trata de la fuerte tormenta en la que Jesús se vuelve una “presencia que calma”, no sólo el corazón humano, sino que armoniza los acontecimientos de manera que el destino deseado se alcanza, se “llega a la orilla”, y es posible volver a pisar suelo firme. Los apóstoles están asombrados y conmovidos, en otra ocasión la gente decía: “¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?” (cfr. Mt 8,23-27).
En un día como hoy la palabra de Dios se manifiesta con fuerza y encuentra eco en nuestro pueblo, porque la conciencia religiosa está en las bases más profundas de su identidad; como ocurre con las raíces no se ven totalmente, y pueden perderse de vista, pero claramente no podemos prescindir de ellas porque son portadoras de vida, de una vida que se comparte y crece.
El papa Francisco, en su viaje apostólico a los Emiratos Árabes, en el encuentro con lideres religiosos, decía: “La fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe sostener y amar. Por la fe en Dios (…) el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y todo el universo y ayudando a todas las personas, especialmente las más necesitadas y pobres”.
Hoy por medio del himno “Tedeum”, que entonaremos a continuación, daremos gracias a Dios por nuestra patria, por su historia que entre luces y sombras nos ha construido como país; al mismo tiempo queremos presentarle el “hoy” de nuestra nación con su realidad tal como es, con sus desafíos y preocupaciones; y desde la oración confiada abrirnos hacia el futuro con una esperanza renovada: porque no estamos solos…
No estamos solos porque Dios habita en el corazón de una multitud de creyentes de distintas confesiones religiosas, y por medio de ellos nos vuelve a decir “no teman”.
No estamos solos porque Dios obra misteriosamente en los corazones de muchas personas de buena voluntad, que, sin experimentar el llamado a la fe, son capaces de comprometer su existencia en la búsqueda del bien común del país y de la humanidad.
No estamos solos porque nos tenemos unos a otros, debemos buscarnos y encontrarnos, dialogar y trabajar juntos, soñar una patria grande y de puertas abiertas, soñar una sociedad rejuvenecida por los vínculos verdaderos, y un deseo profundo de incluir a todos en un proyecto de dignidad. Trabajando juntos seremos capaces de “dar esperanza a un mundo cansado” (Francisco a los jóvenes en Macedonia del Norte, 2019).
En este sentido, el papa Francisco en la encíclica social Fratelli Tutti nos dice: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos con un deseo mundial de hermandad (…) Nadie puede pelear la vida aisladamente. (…) Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!”
Sigue diciendo el Papa:
“Solos, se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (FT 8).
Este desafío cargado de esperanza implica que miremos con realismo nuestro tiempo, como lo señalaban los obispos argentinos al concluir la asamblea plenaria en abril pasado:
“Desde hace décadas vivimos tiempos difíciles en nuestra querida Argentina. Hay muchas situaciones que atentan contra la dignidad infinita de la persona humana (…) Son tiempos complejos, por momentos contradictorios, en los que conviven una esperanza y paciencia honda de nuestro pueblo, que habla de su grandeza de corazón, con una incertidumbre y una creciente vulnerabilidad de las personas”.
Desde esta realidad que nos preocupa y nos compromete, queremos hoy volver la mirada a nuestra Madre, ella como nadie conoce a sus hijos que peregrinan en Argentina, y pedirle que interceda por nosotros:
Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Nuestra Señora de Luján, patrona de nuestra Patria; hoy alzamos nuestros ojos y nuestros brazos hacia ti… Madre de la esperanza, de los pobres y de los peregrinos, escúchanos… Hoy te pedimos por Argentina, por nuestro pueblo. Ilumina nuestra patria con el sol de justicia, con la luz de una mañana nueva, que es la luz de Jesús. Enciende el fuego nuevo del amor entre hermanos… Amén