El politicólogo Guillermo O’Donnell, uno de los intelectuales argentinos más respetados en el exterior, dice sentirse “agudamente preocupado” por la ausencia de un modelo sustentable, con equidad social, en la Argentina, por la falta de voluntad política para construir “un Estado inteligente” y por la tarea de “erosión institucional” emprendida por el actual gobierno, que, según advierte, “podría dejarnos sin red” cuando se avecinen tiempos de vacas flacas.
“A mí me pasa lo que, creo, les ha sucedido a otros intelectuales. Después de haber apoyado con entusiasmo las decisiones de la primera etapa del gobierno de Néstor Kirchner, me preocupa no ver que esos logros tengan un propósito, una capacidad o un programa para hacerlos sustentables. Y, como no lo veo, diría que si hace dos años estaba preocupado, hoy estoy agudamente preocupado”, señala O’Donnell en su entrevista con LA NACION.
También cuestiona el actual sistema impositivo (“increíblemente injusto y regresivo”) y a los líderes políticos, porque, opina, “tienen miedo de fijar posiciones sobre los grandes temas nacionales». Estos, sentencia, son silenciados tanto por la oposición como por el oficialismo. En este sentido, dice que, en la era de la globalización, es el debate sobre la energía.
O Donnell regresó a la Argentina, en principio, para presentar su último libro, Disonancias , de Editorial Prometeo, una compilación de textos en los que formula «una crítica democrática a la democracia», según cuenta. «Pero no vuelvo definitivamente por la sencilla razón de que nada es definitivo para mí», dice. Y como prueba de su vida en tránsito entre Buenos Aires y la Universidad de Notre Dame, en Indiana, señala su biblioteca porteña casi desierta. La mayoría de sus libros están en Estados Unidos, donde vive y enseña junto con su esposa, la también politicóloga Gabriela Ippolito-O Donnell.
Doctor en Ciencia Política, en 2006 logró el premio mayor de la Asociación Internacional de Ciencia Política, que premia a los académicos sobresalientes en esta disciplina. Sus trabajos sobre el Estado burocrático autoritario se convirtieron, desde principios de los años 80, en un clásico.
-Se habla de una redefinición de lo que tradicionalmente conocimos como izquierda y derecha. En las recientes elecciones porteñas, vimos a dirigentes que podrían considerarse de centroizquierda junto a Macri, ligado tradicionalmente a la centroderecha. ¿Nos ayuda con esta confusión?
-Yo creo que esta confusión hiere a la democracia porque, en rigor, sigue habiendo diferencias importantes, que separan campos, entre posiciones más o menos conservadoras y posiciones más o menos progresistas. En mi opinión, postular el fin de las ideologías es muy conservador, y no lo comparto. El problema es que la crisis de 2001 hizo que se conformaran «espacios», que es un excelente eufemismo para evitar decir «partidos». En la práctica, esto implica una mélange de varios sectores que convergen, básicamente, en torno de candidatos, y no de ideologías o plataformas. En este contexto de confusión, en el que mucha gente que piensa parecido está en «espacios» distintos, es imposible saber qué y para qué estamos votando. Hace confusa la representación y, como se trata de un alineamiento producido por una transacción entre aliados tácticos, lleva al quietismo. ¿Por qué? Porque impide debatir los grandes temas nacionales y fijar una posición.
-¿Qué debería plantearse como debate prioritario?
– Por ejemplo, la cuestión de la energía, que en el mundo global se discute pensando en términos de veinte o treinta años. Se abren debates públicos en los medios y en los congresos. Hay numerosas comisiones, organizaciones y, en definitiva, un reconocimiento de la importancia vital que tiene para todos una política energética de largo plazo. Es un tema que aquí estuvo, increíblemente, omitido. Hay un acuerdo, tácito o no, de no abrir esas cuestiones de largo plazo, porque se les tiene miedo. El problema es que esos miedos resultan caros en el largo plazo.
-Antes decía que las fuerzas políticas deben ser portadoras de valores que dividan campos. ¿Cuáles serían hoy los valores conservadores y los progresistas?
-La distinción existe en torno de una cuestión: existe gente que no tiene un piso mínimo para funcionar adecuadamente como seres humanos cuya dignidad debe ser reconocida. ¿Ese va a ser un problema de alta prioridad o algo que se resolverá en el futuro, con el crecimiento del país? Ese es un eje. Otro ejemplo de cómo el campo socioeconómico divide posiciones es el esquema impositivo.
-¿Cómo estamos en la Argentina?
-Con un sistema increíblemente injusto y regresivo, que recauda de una manera inequitativa y que, además, gasta muy mal. En la Argentina, claramente, el sistema impositivo que tenemos genera un Estado flaco, anémico, que no produce equidad social. También me parece prioritario abrir un debate sobre los derechos reproductivos en general, no sólo sobre el aborto, aunque la posición sobre el aborto divide en el mundo la centroizquierda y la centroderecha.
-¿Cambió su percepción sobre el gobierno de Kirchner con respecto a la que tenía hace dos años, o me parece?
-A mí me pasa lo que les pasa, creo, a otros intelectuales: apoyé con entusiasmo las decisiones de la primera etapa del gobierno de Kirchner, que me parecieron muy buenas en muchas áreas. Sin embargo, hoy me pregunto si estos logros en economía y en temas de sensibilidad social tienen realmente un propósito, una capacidad o un programa para hacerlos sustentables. En este momento, yo no veo que sea así y, como no lo veo, si hace dos años estaba preocupado, hoy estoy agudamente preocupado.
-¿Por qué?
-Porque este tipo de gobiernos delegativos y decisionistas tienen una característica muy peligrosa: cuando vienen épocas de vacas flacas, que inevitablemente vienen, no tienen soporte institucional. Es decir: no hay un conjunto de instituciones con poder, recursos y prestigio, para que el país ande bien y con capacidad de contención. La tarea de erosión institucional emprendida provoca que no haya red. Esta carencia tiende a provocar desplomes drásticos. Y mi preocupación aguda sucede porque esos desplomes, como el que tuvimos con Menem o en 2001, son pagados no sólo por los gobiernos, sino por los países, y, lo que es peor, por los más pobres.
-Antes hablábamos de divisiones de aguas. En un país como el nuestro, en el que la corrupción está arraigada, ¿podría haber algo así como una transversalidad de los honestos?
-La honestidad, en el sentido de transparencia, es importantísima, porque partir de ella puede surgir algo que nos hace mucha falta en la Argentina: buenos ejemplos.
-¿Qué efecto político tiene la creencia de que ser honesto es ser tonto?
-¡Peor que tonto: perdedor! Si uno se ajusta a las reglas, va a perder; en cambio, el transgresor es el vivo y el que finalmente gana, aunque sólo sea en el corto plazo. El efecto político de esta creencia social es enorme, porque genera lo opuesto de lo que hablábamos antes: malos ejemplos. Habría que medir la política como buen ejemplo, pero no sólo por la honestidad, sino por la capacidad de no tener miedo a plantear cuestiones problemáticas. Faltan líderes que tengan el coraje de exponer un proyecto de país.
-¿Es partidario de que la oposición se una para octubre?
-En principio, no. Me resulta difícil ver coincidencias en cinco o seis programas positivos a las oposiciones que tenemos. Hoy hay más bien una oposición puramente negativa ante el Presidente, y eso no augura estabilidad de políticas ni buenos gobiernos. Lo que está abierto es la posibilidad de que aparezca un tipo de liderazgo que, por su cuenta, se convierta en un foco de atracción de otras oposiciones. Claro: la aparición de ese líder aglutinante hoy me parece de baja probabilidad, aunque, si ocurriera, no estaría nada mal.
Por Laura Di Marco
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 30 de junio de 2007.