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«No hay plena democracia sin inclusión e integración»

Homilía Te Deum 25 de mayo de 2016 presidida por el obispo de la diócesis de Rafaela Luis A. Fernández.- Hermanos celebrando el Bicentenario de nuestra Patria, con los ideales hoy, de aquél 25 de mayo de 1810, pedimos la sabiduría de la Verdad y la compasión hacia nuestros hermanas y hermanos más sufrientes de nuestra patria, para que con espíritu de solidaridad, asumamos la responsabilidad que nos toca vivir en la realidad de nuestra historia argentina, buscando urgentemente, con sentido solidario, la unidad y reconciliación de los argentinos, como le acaba de pedir por carta el Papa Francisco al Presidente de la Nación.
Día patrio que nos ayuda a ser más conscientes del origen común, que comenzó como bien dice la invitación municipal: , creación nueva, que sale de la nada, son corazones hermanados, que saben leer la realidad pobre y frágil, con sentido de esperanza. Queriéndose poner la patria al hombro, sin ver todavía nada, cuidar la vida naciente, donde todo recién empezaba. Eran signos concretos de una alborada, donde no faltaron las discusiones y distintas miradas, dolores de parto que engendran confianza, y hasta la misma tierra suda sangre de hermanos, cuando de libertad se trata.
Un ideal común, de una paz social viviendo como hermanos en justicia y libertad, donde todos puedan ser artífices de esa vida nueva, la de la Patria argentina.
La Revolución de Mayo de 1810, creó expectativas en el corazón de aquella primera generación, que intuían y esperaban algo nuevo por nacer, momento originante de una Patria, ideales que anidaban en el corazón de hombres como San Martín, Belgrano y caudillos como Güemes.
La cercanía del Bicentenario, nos traslada a la Provincia de Tucumán donde el 9 de julio de 2016, miraremos una vez más hacia esa < casa prestada> por una familia y que se convirtió en < casa de todos> los argentinos, al firmarse la Constitución de 1816. Seis difíciles años habían transcurridos, de contratiempos, discusiones, idas y venidas, hasta hallar el < lugar del nacimiento> de nuestra , como Nación, donde superando ausencias y temores, enfrentamientos y desacuerdos, se terminó dando a luz el , de una Patria Naciente, superando posturas personalistas y caudillezcas, sean políticas, sociales o religiosas. Como todo comienzo pensamos que el enemigo era solo , cuando realmente, la mayor parte de nuestra historia fue luchar contra nosotros mismos, los males de , .
En esa prestada de Tucumán por una familia, nos supimos poner de acuerdo, en lo político y social, eligiendo una manera de ser Nación, donde todos tuvieran cabida: las gentes del interior y del centro, las mujeres y los hombres, la religión y las culturas originarias. Una nación, donde se forjara con trabajo, estar abierta a todos los pueblos de la tierra.
El ideal, el sentido estaba marcado, el horizonte delineado, ahora se pedía hacerla entre todos la nueva Patria, había que organizar y construir la .
Como lo fue ayer para las generaciones que dieron nacimiento a nuestra Patria, como lo es hoy para nosotros generación del Bicentenario, es una de las herramientas fundamentales para la construcción de la Patria, decimos los obispos en el documento del Bicentenario. Actividad noble que busca ante todo el . Por tal motivo hay que insistir en la valoración de los partidos políticos, como escuelas de civismo y formación de líderes, en la educación esencial del pueblo, que anhela los verdaderos valores de la democracia como , en la recuperación de la <ética social>, y , para que el sistema democrático pueda defenderse de los males que hoy la desprestigian.
Debemos y el ejercicio del poder en para que nuestra democracia, basada siempre en la soberanía popular y en la división de poderes, sea auténtica y representativa de los intereses del pueblo. El poder siempre es servicio, de lo contrario, se corrompe.
Convertirse en pueblo, es compartir valores y proyectos que conforman un ideal de vida y convivencia. Es exponerse, descubrirse, comunicarse y encontrarse. Significa también dejar circular la vida, la simpatía, la ternura y el calor humano. No hay plena democracia sin inclusión e integración. Esta es una responsabilidad de todos, en especial de los dirigentes. El Papa Francisco nos lo recuerda, diciendo: “Quien tiene los medios para vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus privilegios, debe tratar de ayudar a los más pobres para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial humano, cultural, económico y social”.
En esa conversión al Pueblo, cuanto ayudan mujeres y hombres que desde sus trabajos como médicos, enfermeras, docentes y obreros, peones en el campo, abuelas cuidando sus nietos, jóvenes estudiando, son todas vidas que invitan a la esperanza, allí están las comisiones barriales, asociaciones deportivas, culturales, las ONG, las redes comunitarias, movimientos sociales y agrupaciones de trabajadores, muchos informales, excluidos del sistema, pero que contribuyen a construir la amistad social. Construir una vida democrática de inclusión e integración, requiere el compromiso de todos. En el evangelio Jesús decía: “Felices los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos”, somos conscientes, que muchas veces, nuestras propias acciones son causa de injusticia y desigualdad: «Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio». El Estado, no puede desatender su tarea de asistir a los más carenciados, excluidos de hecho y sin oportunidad de integrarse. La integración hace a la persona protagonista desde su propia dignidad e implica el derecho al trabajo, la propiedad de la tierra y un techo habitable. Esto, está lejos de un protagonismo técnico- economicista devastador, que impone sin ninguna ética sus leyes de mercado, sin tener en cuenta la persona humana que está frente a la realidad.
Construir en lo social esa patria nueva, significa también, necesidad de cercanía y cuidado a las familias heridas por divisiones, desintegración, consecuencias de adicciones en alguno de sus miembros, el alcohol, la droga, el juego, etc., allí están tantas madres coraje, solas, que sostienen el hogar, abuelas que crían y educan a sus nietos, niños «huérfanos» con padres vivos, abandónicos, esclavos de la cultura laigh, de lo fácil y descomprometido, deudores de los narcos, vidas individualistas que se derrumban en la nada del sin sentido. Qué distintos a aquellos inmigrantes de ayer y de hoy que buscan horizontes nuevos para una humanidad nueva, de la confianza, la alegría y la paz social. Hay que reconocer que a pesar de tantas dificultades, numerosas familias pobres y honestas llevan una vida digna confiando en Dios y en la Virgen, tal como lo comprobamos a menudo en nuestros barrios periféricos y comunidades rurales. Admiramos su sentido religioso, su confianza en la providencia, su paciencia, su solidaridad.
Otro gran flagelo en contra de la construcción del bien común, decimos los obispos en el Documento del Bicentenario es el de la corrupción, en los ámbitos privados y públicos. La corrupción no es solo un problema personal que atañe al corrupto, sino que alcanza al conjunto de la sociedad, ya que algunos bienes que deben estar puestos al servicio de todos, terminan ilegítimamente sujetos a la voluntad y goce de unos pocos. En consecuencia, se desvirtúa el valor del bien común debido a un comportamiento moral de alcance social que desgasta en el pueblo la confianza en las instituciones de la democracia. En este campo es fundamental que el Poder Judicial se mantenga independiente de las presiones de cualquier poder y se sujete solo al imperio de la verdad y la justicia.
Alegró mucho el corazón cuando los diarios locales anunciaban, la continuidad de proyectos para luchar unidos y de manera integral contra lo que mata a nuestra juventud la , apoyando a las víctimas, sosteniendo a las familias, por eso con la iniciativa del Estado, la sociedad civil, las fuerzas de seguridad, organizaciones privadas, diversas instituciones Religiosas, evangélicas, católicas sumadas a las iniciativas de otros credos se van organizando para asistir a los caídos, formando desde hace décadas, una enorme red solidaria para la recuperación de las personas que sufren la esclavitud de las drogas. Pero sin la intervención del Estado, sus esfuerzos corren el riesgo del desaliento y la indefensión ante el avance y la dañina acción de las drogas en todo el territorio argentino. No es solo un reclamo, pues los poderes del Estado tienen que saber que son muchísimos los hombres y mujeres que están dispuestos a acompañar las iniciativas del gobierno, legisladores y jueces, para dar una contundente respuesta al drama nacional del narcotráfico. Además, hay que considerar que estas organizaciones criminales frecuentemente se dedican también a la trata de personas para la explotación laboral y sexual, y al tráfico de armas.
Para la construcción de la Patria, siempre estamos todos de acuerdo de la necesidad de la educación, solo nociones intelectuales no bastan, no es un cúmulo de informaciones lo que hace salir de la droga, es necesario descubrir el sentido último de la realidad toda de la vida, el sentido y el valor de una existencia verdaderamente feliz, y esto solo lo puede dar un testigo, es decir un educador. Y en esto tenemos que ser todos padres y madres de la nueva nación. Parir con dolor esta Patria nueva, es necesario ofrecer una síntesis vital de la propia tradición cultural. Ello solo acontece por medio de un «testigo». La tradición ha de encarnarla el adulto, para poder ofrecerla a los niños y jóvenes de modo convincente, con la propia vida y palabra. Se trata de un adulto que ha recibido y hecho suya la propia tradición histórica desde su origen esencial; y la ha hecho suya porque la ha comparado con las exigencias originales del corazón: con la exigencia de verdad, de belleza, de justicia, de amor, de felicidad. Es esta dimensión del testimonio lo que hace del adulto un verdadero maestro, un verdadero educador: «El testigo con su ejemplo nos desafía, nos reanima, nos acompaña, nos deja caminar, equivocarnos y también repetir los errores, a fin de que crezcamos». Un educador que toma en serio su vida se convierte en un referente para los jóvenes, en una verdadera autoridad que les ayuda a crecer y a vivir con esperanza porque hay un destino, hay un horizonte hacia el cual caminar, hay una Patria a construir.
No podíamos dejar de decir una palabra en esta celebración. Porque no podemos entender nuestra propia vocación de Pastores como algo que se reduce al interior de los templos o como una tarea privada. El Jesús que encontramos en el Evangelio nos convoca a una vida compartida, a un compromiso por el bien de todos, a un sentido comunitario y social, como ciudadanos de la única casa que es nuestra Patria. Esta casa común la construimos entre todos por medio del diálogo activo, que busque consensos y propicie la amistad social hacia una cultura del encuentro. Asumimos la enseñanza del Papa Francisco cuando dice que nuestra fe no debe relegarse «a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos»
Sabemos que nuestra palabra es una más dentro de un variado concierto de voces, y reconocemos que estamos llenos de miserias y de errores, pero, como Pastores, no podemos renunciar a ofrecer humildemente nuestra reflexión.
La Virgen de Luján Patrona de la argentina, nos siga Bendiciendo.
Viva la Patria.

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