Nari, el hombre y la palabra

Por: Alcides Castagno.- Está cumpliendo 90 años; sus piernas ya no lo llevan, pero entre memorias y olvidos se levanta de toda superficie este hombre, uno de los más importantes de las letras rafaelinas y más aún. Retratos, muebles que alguna vez exigieron la dedicación de Gladys Costamagna, la esposa que se quedó sin vida pero perdura en cada planta del pequeño patio, en cada regreso del amor sentido. Fortunato Esteban Nari es heredero de su madre Luisa, que llegó de Udine, de la región friulana y de su padre, Bautista, con ascendientes en Torino. Él lo relata.
«Nací en Monte Oscuridad en plena campiña a tres leguas al oeste de Suardi un 22 de abril hace 90 años. Allí vivía mi abuela Margarita con sus 5 hijos varones y sus hijas mujeres. Mis primeras letras las aprendí en la escuela N° 7, que funcionaba en un terreno donado por mi abuela.» Fortunato vuelve los ojos hacia sí mismo y no es necesario que agregue su nostalgia campesina. «Mamá era muy trabajadora, añoraba su Italia natal pero nunca se quejó. Sólo alguna vez dejó escapar un sueño en pocas palabras: Si yo tuviera alas ya sé adónde volaría…»
«Mi abuelo materno Giovanni Bortolotti, marido de Bianca Dellasuanna, era albañil y tocaba muy bien la mandolina, los friulanos son gente muy alegre. Mis padres tuvieron siete hijos, todos campesinos muy trabajadores. Yo también trabajé mucho en el campo pero tenía otras ambiciones, quería ser docente y eso me ha costado, he sufrido mucho especialmente por la separación; mis hermanos eran muy felices cuando los visitaba en vacaciones. Y leía. Leía todo lo que estaba a mi alcance. La providencia entonces estuvo de mi lado: un viaje fortuito de mi padre a Rafaela para acompañar a mi padrino, el tío Carlos, inició una relación con Modesto Verdú, que necesitaba reemplazar a un alumno que egresaba. Por alguna intuición, Verdú prácticamente intimó a mi padre para que me llevara como pupilo a su colegio. Mi padre se resistió cuanto pudo hasta que el deseo de don Modesto quedó cumplido».
Fortunato, con el número 6 cosido en sus prendas, comenzó los estudios de Tenedor de Libros como pupilo. No sólo eso sino que al cursar el segundo año fue designado para dar clases a los de primero. Así, su vocación docente se cumplía. Al mismo tiempo le tocó el servicio militar en el Distrito 37 con horario por la mañana; a la tarde impartía sus clases, que continuaban con sus noches de lectura. Ya por entonces habían empezado a asomar sus primeros poemas. Al momento de dejar la escuela fue a saludar a don Modesto Verdú, que estaba en ese momento con Vladimiro Vitulich; recomendación, convencimiento y trato hecho. A partir de allí, cada día Fortunato se trasladaba a la fábrica de Roca para ejercer la administración de la fábrica y una relación de afecto que perduró en el tiempo.

Gladys

Con el diploma de Maestra Normal, llegó un día una muchacha que transformó los días de Fortunato. «De la noche a la mañana -dice- apareció una maestra nueva, hermosísima, y congeniamos. Era compañera de estudios de Mario Verdú, mi amigo, que se encargó de presentarnos y de ubicarla como maestra de primero en la Escuela de su padre. El amor asomaba, pero los padres de Gladys no consideraron conveniente que compartamos la misma escuela, de modo que obtuvieron su nombramiento como directora cerca de Mauá. Iba y venía en tren. A la vuelta, llegaba a la madrugada y yo iba en bicicleta a esperarla para acompañarla hasta su casa en el bulevar Centenario, y allí nacieron las promesas. Tiempo después, una familia judía decidió volver a Israel y vendía sus pertenencias. Gladys compró vajilla, manteles y esa fue la señal más clara. Junto a su padre nos reunimos para acordar el matrimonio, que se concretó en febrero de 1955. Yo trabajaba en la fábrica de Vitulich y don Mateo me quería mucho, al punto de ofrecerme gestionar una escuela para que los dos ejerciéramos allí. No pudimos aceptar. Compramos una casita en Colón 777, nacieron nuestras hijas Gabriela y Alba y el amor estuvo siempre de nuestro lado».
En ese punto, abre un registro de su memoria y aparece Amado Nervo con un poema que Fortunato recita completo, como si fuese autobiográfico y que termina: «Amé y fui amado / el sol acarició mi faz / vida, nada te debo / vida, estamos en paz».

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A esta altura de su relato, asoma la necesidad de continuar la historia a lo largo de cuantas columnas se dispongan. Fortunato (Lalo) Nari tiene un prodigioso archivo de nombres y situaciones que sólo habitan en su cabeza. El tiempo las mueve, las desordena, las escamotea, pero vuelven, como aquella vez que, en pleno servicio militar, por la tarde, cuando volvía a «su» Escuela 25 de Mayo, tuvo el impulso de escribir, se sentó frente a una máquina y comenzó a convertir imaginación en letras de molde y produjo un cuento que envió a un concurso de la Editorial Kraft. Fue su primer concurso y su primer premio, al que siguieron muchos. El drama rural reflejado en «La Tierra Está», con elementos de tragedia clásica abrió puertas e impulsó la vocación.
En lo laboral, 24 años en la secretaría del directorio de la Usina, a las órdenes de Leonildo Alemandi; corresponsal del directorio de Williner, a las órdenes de don Armando; Director Artístico de LT28 Radio Rafaela por concurso desde su fundación. Participó en ERA (Escritores Rafaelinos Agrupados), en el Centro Ciudad de Rafaela junto a Lito Lasserre; integró el grupo gestor de la «nueva» escuela 25 de Mayo y siempre sus manos tecleando ideas, como lo atestiguan sus 20 libros publicados, 5 más que esperan publicación, diez bibliotecas esparcidas por la casa, atestadas de talento, plaquetas, diplomas, distinciones, como la Orden del Tornillo que le otorgó Quinquela.
Cuando calla, añora un tiempo dorado, el de una escuela que quisiera tener para revivir la docencia interrumpida, el amor asumido, y así disfrutarlo con sus hijas, sus libros, sus piernas quietas y repetir con Amado Nervo «vida, nada te debo; vida, estamos en paz».

Fuente: https://diariocastellanos.com.ar/

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