LA PAZ.– ¿Ganó Evo Morales en Bolivia o Hugo Chávez abrió su primera sucursal bolivariana en la franja andina? La duda carcome los nervios de las áreas latinoamericanas del Departamento de Estado y del Consejo de Seguridad Nacional, principales asesores de George W. Bush. La duda y la impotencia.
En tres años, el lapso transcurrido entre el ascenso y el ocaso del gobierno inaugurado por Gonzalo Sánchez de Lozada, continuado por Carlos Mesa y en vías de ser clausurado el 22 de enero por Eduardo Rodríguez, fracasó la diplomacia pública norteamericana si trató de advertir sobre los efectos negativos para su interés nacional -y para la región- que podía tener la victoria de un defensor del cultivo de coca, materia prima de la cocaína, con un ideario de sesgo nacionalista, populista y embanderado detrás de los petrodólares de Chávez.
¿Perdió Jorge Tuto Quiroga o los Estados Unidos, que, más concentrados en Irak y en sus guerras preventivas que en la región, no supieron renovar su discurso, anclado en la recuperación de la democracia y en el vano elogio de las reformas de los noventa, frustradas por la desigualdad, la pobreza, el desempleo, la inseguridad y la corrupción que provocaron las impericias de los gobiernos de turno, y del libre comercio, rechazado por un puñado de países (entre ellos, la Argentina) en la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, con argumentos más ideológicos que económicos?
La victoria de Morales, como sucedió en otros países, planchó a los partidos políticos tradicionales. E inauguró un nuevo polo de poder en la franja andina, atado desde el comienzo de la campaña proselitista a la adhesión sin pudores a los exabruptos de Chávez, acaso más disimulados en esa instancia por otros presidentes de orientación izquierdista, como Tabaré Vázquez en Uruguay, luego inclinados hacia ellos. Sin tanto fervor, sin embargo. Y en otras circunstancias, desde luego.
Curiosamente, Carlos Menem fue el mayor opositor de Fidel Castro y el primer defensor de Hugo Chávez. Después de la sucesión de presidentes que deparó la crisis argentina, en 2003, Néstor Kirchner optó por reunirse con Morales y por excusarse «por falta de tiempo» con el entonces presidente Mesa en Santa Cruz de la Sierra. Después, de común acuerdo con Lula, su gobierno procuró apuntalar la democracia en el Altiplano, en peligro por las movilizaciones y los bloqueos organizados por el líder cocalero que voltearon a los gobiernos de Sánchez de Lozada y de su sucesor.
Efecto dominó
La región andina, con Ecuador y la crisis recurrente de sus partidos, cierra filas, entonces, en un nuevo polo de poder. Con excepciones: la presidencia de Chile, en suspenso hasta enero entre la socialista Michelle Bachelet y el empresario Sebastián Piñera, por más que las diferencias sean más de forma que de fondo, y la presidencia de Colombia, reformada la letra constitucional para permitir un segundo período consecutivo de Alvaro Uribe, bendecido por la popularidad y por los Estados Unidos.
También en Perú
En el Perú de Alejandro Toledo, de origen indígena también, pero formado en los Estados Unidos, un indígena nacionalista y populista, mezcla de Chávez y de Morales por haber sido militar y por haber estado preso por el asalto de una comisaría, Ollanta Humala no vacilará en capitalizar el resultado de las elecciones bolivarianas (perdón, bolivianas) en momentos en que pisa los talones de la favorita para las próximas elecciones, Lourdes Flores, de derecha.
El meollo de la cuestión no pasa, sin embargo, por la victoria de tal o cual candidato, sino por algo que temen, sobre todo, los bolivianos: la gobernabilidad, el modelo de desarrollo (con una vuelta de tuerca sobre el papel del Estado) y el fantasma de complots, tanto internos como externos. Frente a ello, en un país apremiado por la fuerza como salida de todo conflicto, el perfil del próximo presidente de Bolivia se ajusta más a los decretos que a las leyes.
¿Mano dura? Algo parecido. Lo vaticinó en diálogos informales el virtual cerebro del Movimiento al Socialismo (MAS), Alvaro García Linera, vicepresidente electo: meter miedo no significa atentar contra la democracia, sino actuar en defensa propia. En defensa, en principio, de un gobierno débil frente a una oposición fuerte.
Una participante del concurso Miss Universo cometió la torpeza de ufanarse de pertenecer a la otra Bolivia, la próspera, en donde «somos altos y blancos, y sabemos hablar inglés [Santa Cruz de la Sierra]». En ella, la renuencia a aceptar que un aymara chaparrito, de tez oscura y pelo duro, ingrese en el Palacio Quemado, se hará carne en la Asamblea Constituyente, convocada para definir en 2006 las autonomías regionales.
En el último tramo de una campaña plagada de insultos y réplicas con Quiroga, Morales aceptó el consejo de parecerse más a Lula que a Chávez, pero no por ello renunció a exaltar al presidente bolivariano cada vez que pudo, por más que ello significara abrir una grieta aún más profunda con los Estados Unidos y, con sus amenazas de rever los contratos de explotación de hidrocarburos y de petróleo, con Brasil y España.
En Bolivia, empero, no ganó él, ni perdió Bush (Quiroga, en realidad). Ganó la urgencia, madre de la desesperación.
Jorge Elías
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 2005.