Por María Laura Avignolo.- Con su vestido y su sombrero verde furioso, emoción en sus ojos celestes, el bastón en la mano, la reina Isabel hizo su histórico saludo al pueblo británico, que la aclamaba, desde el balcón del palacio de Buckingham. Era el final de sus fiestas de Jubileo y sus 70 años en el trono pero ella lo sentía como una despedida. Los miles de británicos que asistieron a las festividades tuvieron el sabor de la última vez.
La reina Isabel II ha muerto. Con ella se va un estilo de monarquía victoriana inmutable, en el reinado más largo de la historia, en el año que celebró su Jubileo de Platino.
Murió rodeada de todos los que quería en Balmoral, en Escocia, su lugar en el mundo. Un palacio gótico, de piedra, helado, que ella amaba por su privacidad. Allí estaban el príncipe Carlos, el príncipe William, sus herederos, la princesa Royal Anne, su desgraciado príncipe Andrés más Andrew, su hijo menor, y su esposa Sophie.
Harry duque de Sussex, llegó a Balmoral, pero no fue Meghan, su esposa. Habían llegado a Windsor el miércoles desde Alemania y habían rechazado una invitación del príncipe Carlos a residir en Balmoral.
Su último acto oficial
Su última foto fue el martes, cuando sonriente, la soberana, vestida con su kilt y su suéter de cashemere gris, extendiendo la mano a Lis Truss, la nueva primera ministra. Por primera vez mostró el Drowning Room del palacio, uno de sus lugares más íntimos, donde se veía sus viejos sillones verde pastel y, especialmente, dos cuadros de la reina Victoria en su caballo, con su servidor y amante, John Brown.
Fue su último acto de servicio. Luego se canceló el Privy Council que debía presidir la soberana. En la opacidad informativa del palacio de Buckingham, un comunicado anunció que la reina se encontraba bajo “supervisión médica”, sin un solo detalle.
Un anuncio que alarmó al país, a la Cámara de Diputados, que escuchaba el plan de energía que puede salvar al país de una de las peores crisis en boca de su primera ministra, y al mundo.
Más alarmante fue cuando toda la familia real partió hacia Balmoral en emergencia en la tarde del jueves.
Un modelo de continuidad
Una reina que fue un modelo de continuidad y servicio, aun en medio de los annus horribilis que sus hijos le produjeron a su reino, con sus escándalos, divorcios e infidelidades.
Fue ella quien recicló esas crisis con astucia, inteligencia y especialmente, con su silencio. Isabel II siempre creyó que el misterio era el que iba a mantener la continuidad de la monarquía británica y la necesaria modernización, paso a paso, de la Casa de Windsor.
Nadie sabe si los herederos podrán asegurar la estabilidad que ella defendió para que nada cambie.
Una soberana que no quiso llegar al trono. Su sueño era vivir en el campo, junto al príncipe Felipe, de quien estaba absolutamente enamorada, y sus hijos, cuidando sus adorados caballos y sus perros Corgies, si no hubiese sido soberana. Pocos en el mundo sabían sobre cría de caballos pura sangre como ella.
La abdicación del rey Edward VIII, que abandonó la Casa real por amor a Wallys Sympson, una norteamericana divorciada, forzó a su padre, el rey George, a ocupar la sucesión y formar a su querida hija Lilibet, como su eventual heredera. Un cambio que iba a marcar para siempre a la Corte de St James.
Jamás dio una entrevista periodística. Era su forma de preservar la reputación de los Windsor.
Trabajar hasta el final
A sus 96 años, siguió ejerciendo día a día su profesión de reina, con un compromiso y una profesionalidad que inspiraron admiración.
“Tienes que madurar en un papel al que te acostumbras y aceptar el hecho de que este es tu destino en la vida. Es un trabajo para toda la vida». En uno de sus raros secretos, la reina Isabel II recordó una vez lo que se ocultaba detrás de las apariencias de ceremonias, inauguraciones, desfiles, cumpleaños, recepciones de Estado, descubrimiento de placas, sonrisas forzadas, con cara de monumento.
Ejercer su oficio como reina ocupó gran parte de su tiempo desde su coronación hace setenta años, sin mostrar la menor emoción. Aunque su sentido del lugar y su capacidad de mímica fue legendario.
Si Su Graciosa Majestad siempre apareció sonriente, relajada, con sombrero o tiara, ropa de colores chillones para ser vista o traje de noche, siempre fue un rol agotador, que requirió energía y briefings.
A lo largo de su vida, la reina gozó de muy buena salud y de muy buen sueño. Y sin duda también un estilo de vida notable.
Pero esto es sólo la parte visible de su función. La parte más discreta de sus actividades también siempre fue densa, ritual y secreta. Era mucho más sólida que las espectaculares celebraciones militares, los coreografías fastuosas, el suntuoso protocolo, las carrozas y bandas.
Debía leer enormes pilas de documentos y secretos de Estado de sus cajas rojas que desde hace un año compartía con el príncipe Carlos, su heredero.
Isabel fue entrenada «adecuadamente» en los asuntos de Estado y su padre, el rey Jorge VI, le contó sus secretos durante la guerra cuando era princesa heredera. Excepto en caso de emergencia, la reina recibió a su primer ministro una vez a la semana, todos los martes por la tarde.
Covid y cambios
En 2020, el Covid la aisló en Windsor, en una burbuja, separada inicialmente del príncipe Felipe, que decidió quedarse en Sandringhan y luego se unió a ella.
Pero esta epidemia cambió forzosamente los hábitos de la soberana. Las audiencias con el primer ministro Boris Johnson fueron por teléfono.
Isabell II aprendió a relacionarse con internet por iniciativa del príncipe Harry, que le mostró el funcionamiento de los primeros videos. Ella aprendió rápidamente y el Zoom fue su último instrumento de comunicación. Por ese medio hablaba con sus hijos y sus nietos por la mañana, antes de las audiencias.
Luego, por la gran edad de la soberana y por el hecho de que residía en Windsor, esta audiencia, al igual que otras entrevistas, por ejemplo la acreditación diplomática, se realizaron por videoconferencia.
Así comenzó la transición de la soberana al príncipe Carlos y de alguna manera, a William, su hijo y heredero, y Kate, que será la próxima reina que sucederá a Carlos, de 73 años.
Antes de su desaparición, la reina solucionó un serio contencioso: el status de Camilla, la ex amante y luego esposa de Carlos, tras su divorcio con la princesa Diana.
La nominó Reina Consorte, aunque no todo el país estuvo de acuerdo. Pero solucionó un problema que iba a dividir a la familia y a William y Harry, los hijos de Diana y Carlos.
Boris Johnson fue su decimoquinto primer ministro y logró entronar a Liz Truss, 48 horas antes de morir. Las audiencia entre la soberana y su primer ministro son el diálogo más secreto del mundo. En teoría, nada debería trascender de estos momentos confidenciales ni de los sentimientos de la Reina hacia sus jefes de gobierno.
Pero ha trascendido que prefería trabajar con Winston Churchill, a quien adoraba, y Harold Wilson que con Margaret Thatcher o Tony Blair. Con estos últimos el vínculo fue difícil.
Fuente: https://www.clarin.com/