Recordaba un destacado dirigente del peronismo nacional, Miguel Ángel Toma, una frase que el general Perón citaba de Aristóteles: «Cuando la democracia se desgasta y se debilita, es suplantada por un tirano y una oligarquía». Perón lo sintetizaba diciendo: «Cuando un régimen se debilita, se militariza». En el contexto histórico en el cual se expresó, Argentina contaba con un grupo de militares siempre atentos a la señal de civiles para «reemplazar» gobiernos. Hoy, sin militares «atentos» ni civiles en la búsqueda de tal fin, se observa cómo el gobierno de los Kirchner, en su debilidad, se vuelve violento, agresivo, provocador.
Kirchner, en la creencia de que la sociedad y el Estado le pertenecen, utiliza distintos instrumentos para su fin: poder al infinito. Para ello no sólo apela a ocasionales voceros, sino también a distintos métodos. En estos últimos días se observa una tarea de inteligencia y seguimiento hacia determinadas personas para luego producir sobre ellas escraches violentos con la consecuente persecución política. Kirchner ya no protagoniza aquella democracia delegativa de la que nos habló Guillermo O´Donnell. Ha superado esa situación pasando a un status de democracia con rasgo fuertemente paternalista, autoritario y absolutista. Esto se ha visto reflejado en el escrache al ex presidente Duhalde, en la irrupción con escrache violento en la Feria de Libro hacia la médica cubana Hilda Molina y al periodista Gustavo Noriega cuando este último presentaba su libro sobre la destrucción del Indec. Se suma a esto la agresión física a Daniel Vila y dirigentes del club Independiente Rivadavia por parte de Meiszner, brazo derecho de Julio Grondona y ex dirigente del club Quilmes. Sin dejar de mencionar el allanamiento a diferentes consultoras económicas por la investigación del nada claro affaire Larosa.
La violencia verbal está a la orden del día en boca de Aníbal Fernández. También lo está en el caso de la presidenta Kirchner, quien parece haber perdido la noción de la responsabilidad y el valor agregado que una palabra tiene, emitida en boca de un primer mandatario…
Ni los ideólogos de Carta Abierta, ni el “intercambio intelectual” entre Aníbal Fernández y Amalia Granata, pueden por estos días lograr ante la opinión pública desvincular al matrimonio presidencial de la presencia de hechos de corrupción investigados por la Justicia, que cada día los salpican más de cerca. A los efectos de equilibrar tanta irracionalidad, las oposiciones políticas no colaboran. Cada triunfo de la oposición está manchado de internismo. Y cada triunfo del oficialismo, de cooptación y/o corrupción.
Más arriba se mencionó el affaire Roberto Larosa, los dichos y contradichos entre el diputado Lozano y el ministro Boudou no alcanzaron a ocultar la intervención en el canje de deuda de la Consultora Arcadia, que aparece “cobrando” por su intermediación una comisión inicial de u$s 25 millones luego reducida a la cifra módica de u$s 5 millones…
Podríamos seguir enumerando distintos elementos que reflejan la grave situación institucional argentina, que por ser tan grave nos impide mencionar hechos importantes como los logros obtenidos a nivel internacional por la empresa Invap, que coloca a Argentina como el único país no industrializado que avanza en energía nuclear, junto a los cinco o seis países más desarrollados del mundo. Un dato a tener en cuenta: un kilo de lo producido en satélites o reactores nucleares equivale a u$s 100 mil.
Pero el hecho central a analizar tiene que ver con el juicio a periodistas. ¿Cómo es posible que el gobierno de los Kirchner, que nació democrático, cobije y/o induzca a que Hebe de Bonafini se convierta en la máxima autoridad encargada de imponer Justicia? Su dolor no la vuelve impune. Y la historia de los pañuelos blancos no debiera admitir el “todo vale” de esta actitud.
¿Han olvidado los Kirchner que en democracia la Justicia es la única encargada para tal fin? Luego de haber motorizado la renovación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, ¿cómo pueden hoy apañar semejante irreverencia? Para cierto fanatismo que hoy se induce, ¿habrá discernimiento entre ficción y realidad sobre la actuación de dicho tribunal, a la hora de la sentencia que allí se dictamine? ¿Cuál es la lección final que pretenden darnos los Kirchner? ¿Temor, terror? ¿Se quiere reemplazar la maravillosa tarea de enamorar por las ideas, por la de someter —ya no sólo con la billetera— infundiendo miedo?
Sólo cabe una única reflexión: la violencia, como la mentira, siempre es por debilidad de quien la usa.
Fuente: diario La Capital, Rosario, 30-04-2010, María Herminia Grande.